Las consecuencias del asesinato de Nasrallah
Para asesinar a Hassan Nasrallah, uno de los líderes más populares de la resistencia (y no únicamente entre los chiíes), las Fuerzas de Defesa de Israel (FDI) han tenido que destruir varios edificios, lanzar ataques terroristas mediante dispositivos de mensajería y, una vez más, matar a cientos de inocentes, tras arrojar al menos quince bombas de fabricación estadounidense de 900 kilogramos de material explosivo cada una. Netanyahu dio la orden de inmolar los edificios del sur de Beirut mientras se encontraba en Estados Unidos para dirigirse a la Asamblea General de la ONU. Sólo para restregárselo por la cara. La verdadera «relación especial» es sagrada y eterna. Nasrallah no descansará en paz.
Las instituciones políticas y culturales que toleran los campos de exterminio en Palestina considerarán ahora el asesinato de Nasrallah como un triunfo y los «daños colaterales» como algo necesario
Como ahora sabemos, ni a Joe el Genocida ni a los líderes de su banda en Occidente ni a los esbirros ubicados en primera línea del mundo árabe que le apoyan les importa un bledo cuántos árabes son asesinados o en qué país lo sean. Iraq, Libia, Siria, Yemen: Estados Unidos y sus representantes los han regado de sangre. La actitud fue resumida por la entonces secretaria de Estado Hilary Clinton tras el asesinato sumario de Gadafi y la entrega de facto de la nación a diversas facciones yihadistas: «Vinimos, vimos, murió». Las guerras posteriores al 11-S acostumbraron a muchos ciudadanos y ciudadanas occidentales y a los políticos que han elegido desde entonces a estas torturas y a estos asesinatos rutinarios. El genocidio israelí en Gaza hizo el resto. Los exultantes ministros del gabinete israelí se regocijaban ante cada atrocidad cometida y pedían más. Las cadenas de televisión israelíes retransmiten imágenes de mujeres sionistas normales y corrientes gritando que sus hijos son superiores a sus «asquerosos árabes» homólogos, que sólo merecían la muerte. Las instituciones políticas y culturales que toleran los campos de exterminio en Palestina considerarán ahora el asesinato de Nasrallah como un triunfo y los «daños colaterales» –setecientos muertos por los ataques aéreos y más de cincuenta por los ataques perpetrados con los buscapersonas y los walkie-talkies, además de miles de heridos– como algo necesario.
Hablando con Noam Chomsky una vez en Santa Fe, me confesó que los dos líderes políticos más inteligentes que había conocido a lo largo de su vida eran Hugo Chávez y Hassan Nasrallah, pero que no podía decirlo en público
Tanto sus partidarios como sus enemigos reconocen que Nasrallah era un táctico y un estratega extremadamente astuto. Hablando con Noam Chomsky una vez en Santa Fe, me confesó que los dos líderes políticos más inteligentes que había conocido a lo largo de su vida eran Hugo Chávez y Hassan Nasrallah, pero que no podía decirlo en público. Ambos están ahora muertos, así que puedo decirlo por él. Nunca conocí a Nasrallah, pero a Chomsky le sorprendió lo bien informado que este estaba sobre Israel, Estados Unidos y sus lacayos en el mundo árabe.
Los comentaristas del establishment se preguntan si Nasrallah es «irremplazable». El modelo exacto –un militante autodidacta de la clase trabajadora, radicalizado de adolescente por la revolución iraní, líder de las milicias que expulsaron a Israel de Líbano para deleite del mundo árabe– es difícil de recrear. Sus alocuciones eran una combinación fascinante de árabe clásico, análisis incisivos y expresiones mundanas y psicológicamente agudas procedentes de la calle libanesa. Pocos podían igualarlas. Sin embargo, hay varios sustitutos disponibles. Nasrallah era muy consciente de su destino. Las FD y el Mossad llevaban décadas intentando asesinarle. Supervisaba personalmente la formación política, educativa y militar de varios centenares de cuadros. Los golpes regulares de Israel a los líderes de Hamás no eliminaron a la organización como fuerza militar, como demostró de forma mortífera el 7 de octubre de 2023. A pesar de la pérdida de su líder, Hezbolá encontrará uno nuevo. Nadie es insustituible.
¿Entrará Irán en guerra con Israel? Difícil de predecir. Los dirigentes iraníes son muy conscientes de que ello es lo que intenta provocar Israel, pero las relaciones entre Irán y Estados Unidos tienen otra lógica. Los clérigos de Teherán apoyaron la guerra de Iraq y la intervención estadounidense en Afganistán, esperando que estos actos de buena voluntad recibieran una respuesta amistosa. Quizá Obama volaría a Teherán como una vez hizo Nixon a Pekín para hacer las paces y firmar un tratado. El lobby israelí en Estados Unidos acabó con esa idea. Y los dirigentes iraníes, nacionalistas por encima de todo, que tanto se habían esforzado, quedaron abandonados a su suerte. Parece poco probable que lancen un ataque total. Israel, sin embargo, sabe que la República Islámica está a la defensiva y es casi seguro que aprovechará la oportunidad para infligir nuevos golpes al país.
Gaza ha sido testigo del colapso del derecho internacional, de la normativa de los derechos humanos y de los tribunales establecidos por la «comunidad internacional» en el pasado
¿Cometerá Hezbolá asesinatos a modo de venganza? Es muy posible, pero elegirán su propio tiempo y ritmo. Netanyahu sigue siendo enormemente popular en su propio país y matarlo no sería apreciado por demasiados israelíes. Pero la máscara ha caído. Gaza ha sido testigo del colapso del derecho internacional, de la normativa de los derechos humanos y de los tribunales establecidos por la «comunidad internacional» en el pasado. Si los dirigentes estadounidenses se niegan a llamar al orden a los israelíes, ¿quién podrá hacerlo? Nasrallah entendía a Israel mejor que la mayoría. Su sucesor tendrá que aprender rápido. El filósofo alemán del siglo XIX Bruno Bauer escribió una vez que «sólo quien conoce a su presa mejor que ella misma puede derrotarla». A ello podemos añadir una advertencia. La lógica del ojo por ojo puede dejar ciego al mundo, el elixir de la venganza puede envenenar la mente. La resistencia debe reflexionar detenidamente antes de asestar su próximo golpe.
Recomendamos leer Tariq Ali y Rashid Khalidi, «El cuello y la espada», NLR 147 y Diario Red; Ussama Makdisi, «Rescribir Palestina», Diario Red; Ilan Pappé, «Fantasías de Israel. ¿Puede sobrevivir el proyecto sionista?» y «El colapso del sionismo», Haim Bresheeth-Žabner, «Negación de la realidad: la guerra para resucitar el mito sionista»; Fréderic Lordon, «El fin de la inocencia», Nasser Elamine, «Asimetrías Hezbolá e Israel», Eskandar Sadeghi Boroujerd, «Las reglas del juego», Souleiman Mourad: «El próximo movimiento de Hezbolá», todos ellos publicados en Sidecar/El Salto