Corea del Sur, prohibido ser comunista
En Corea del Sur, ni el comunismo ni la izquierda socialdemócrata tienen apenas hueco en la Asamblea Nacional. A excepción del Partido de la Justicia, la práctica totalidad de los escaños en la cámara legislativa se encuentran repartidos entre los dos grandes bloques liberal y socioliberal respectivamente: el Partido del Poder Popular y el Partido Demócrata. Las alternativas políticas al modelo económico nacional y a su adhesión internacional a Estados Unidos se encuentran profundamente limitadas cultural y legalmente, como consecuencia de procesos históricos de represión, persecución y propaganda anticomunista.
Raíces históricas
En 2014, el Tribunal Constitucional de Corea del Sur disolvió el Partido Progresista Unificado. En aquel momento, esta fuerza de izquierdas contaba con varios diputados en la Asamblea Nacional y era numéricamente la tercera fuerza en el parlamento. La justificación del Constitucional para esta decisión era tan explícita como esclarecedora: “el Partido Progresista Unificado, con un programa oculto para adoptar el socialismo de Corea del Norte, organizó reuniones para debatir una rebelión”. En realidad, el partido simplemente manifestaba posiciones redistribucionistas y una propuesta reunificacionista tendente a acercamientos diplomáticos con Corea del Norte. Con anterioridad, otras fuerzas sí cercanas al norte y a su socialismo juche, como el Frente Nacional Antiimperialista y Democrático, habían sido ilegalizadas.
El modelo liberal de partidos que Corea del Sur adoptó en 1988 tiene alguna que otra particularidad en este sentido. Tras los regímenes militares de Park Chung-hee (1963-1979) y Chun Doo-hwan (1980-1988), el país llevó a cabo una transición sin reparaciones en la que fue conservada la Ley de Seguridad Nacional, el pretexto institucional que habilitó a las dictaduras a proceder con sus planes para erradicar al marxismo coreano del sur de la península. Esta ley fue clave para casos como los ya mencionados, así como para el arresto de Roh Su-hui, un histórico militante antiimperialista que cruzó sin autorización a Corea del Norte para impulsar acercamientos entre ambos Estados.
El empleo de la Ley de Seguridad Nacional para la persecución de la izquierda se remonta al mismo año 1948, cuando el gobierno de Rhee Syngman —el primer gobierno surcoreano tras la dominación directa de Estados Unidos a través del USAMGIK— estableció la normativa. El propio Rhee Syngman la empleó para deshacerse de su principal opositor, Bong Am Cho, quien defendía una reunificación inmediata con el norte. No obstante, el anticomunismo en Corea del Sur es anterior a la propia ley. Durante la guerra de Corea (1950-1953), y con anterioridad durante el largo proceso de liberación nacional llevado adelante por las guerrillas comunistas y por el movimiento nacionalista en su conjunto, la derecha coreana mostró ya una importante reacción frente al auge del marxismo. Esta particular sensibilidad anticomunista casó a la perfección con la estrategia estadounidense que recibió un especial impulso tras la Segunda Guerra Mundial, facilitando una alianza Seúl-Washington de la que el anticomunismo habría de ser un pegamento esencial.
La guerra de Corea (1950-1953) consolidó definitivamente las lógicas anticomunistas en Corea, que se instalaron como parte constitutiva del régimen de Corea del Sur. Desde entonces, existió una simbiosis perfecta entre la tendencia represiva de los gobiernos de Rhee Syngman, Park Chung-hee y Chun Doo-hwan y el proyecto hegemónico estadounidense. De hecho, y sin menoscabar las tendencias internas correspondientes a la propia lucha de clases en Corea del Sur, el anticomunismo fue decisivo en el país como expresión subrogada de la política exterior estadounidense. Washington desarrolló durante décadas una política exterior que privilegió la agresión permanente contra la Unión Soviética y la persecución de las revoluciones socialistas y antiimperialistas en todo el Sur Global. La rápida fundación de la República Popular Democrática en el norte en 1948 ilustró el peso que el marxismo coreano tenía en la península; la vinculación orgánica del nuevo Estado con la Unión Soviética precipitó a su vez la reacción estadounidense.
Anticomunismo y capitalismo surcoreano
A pesar de la ligazón del anticomunismo surcoreano con la mirada global de Estados Unidos, esta no fue la única causa para la conformación de los regímenes represivos antisindicales y antiizquierdistas que se sucedieron en el país hasta 1988 y cuyos elementos fundacionales persisten en la actualidad. A lo largo de la ocupación japonesa de Corea (fines del siglo XIX-1945), los comunistas lograron dirigir en la práctica el movimiento independentista, en particular desde la década de los años veinte. El movimiento guerrillero impulsó a figuras como la de Kim Il-sung, a posteriori primer “Líder Supremo” de Corea del Norte, y abuelo del actual mandatario Kim Jong-un. A su vez, los nacionalistas carecían de liderazgos a la altura de los de los comunistas, a pesar de excepciones como la del proestadounidense Rhee Syngman.
El peso de los comunistas en el país y la valiosa infraestructura económica que dejaron atrás los japoneses en la península habría de favorecer el desarrollo de un estado socialista relativamente pujante y aliado de la Unión Soviética. Sin embargo, en el Sur la riqueza pronto se concentró en manos de grandes familias y de antiguos colaboracionistas. Para lograrlo, el USAMGIK (el gobierno militar estadounidense en el Sur) prohibió que los obreros se hiciesen con el control de las fábricas que dejaron los capitales japoneses, a pesar del considerable grado de organización protosindical de la clase trabajadora coreana. Primero Estados Unidos, después el gobierno de Rhee Syngman y a posteriori el régimen militar de Park Chung-hee desarrollaron importantes campañas anticomunistas y antisindicales que posibilitaron el desarrollo del capitalismo surcoreano y el fortalecimiento de los mastodónticos monopolios nacionales, como Samsung, Hyundai o LG.
De hecho, la Corea del Sur dominada por un puñado de chaebols (conglomerados) que conocemos hoy quizá no existiría de no ser por los procesos represivos del Estado nacional que, dicho sea de paso, coordinó y dirigió las actividades capitalistas de las grandes familias, haciendo posible su crecimiento y consolidación. Pero, ante todo, fue el andamiaje institucional y político anticomunista de Corea del Sur el que hizo posible el accionar impune de estas grandes firmas. En Corea del Sur, los sindicatos de clase y las organizaciones de la izquierda nacional encontraron permanentemente la oposición frontal del Estado. “El comunismo es el cólera, y no se pueden hacer compromisos con el cólera”, declaraba Rhee Syngman; y tal fue su posicionamiento con respecto a los sindicatos y a la izquierda durante sus años de gobierno.
En Corea del Sur, el anticomunismo se tornó una ideología predominante y ejerció como el marco ideal para “deshacerse de opositores políticos y agitadores”. Ni el régimen de acumulación ni la adhesión a Washington podían discutirse dentro de los marcos políticos que brindaba el Gobierno surcoreano. A través de la Ley de Seguridad Nacional y en el marco del conflicto permanente con Corea del Norte, en el sur nunca se ha permitido a la izquierda ni a los sindicatos intervenir libremente en la política nacional. Con la capacidad organizativa del sindicalismo coreano mermada tras décadas de persecución, represión e incluso exterminio (en la isla de Jeju en 1948, el Gobierno de Rhee desató una masacre en la que entre 30.000 y 100.000 militantes comunistas, anarquistas y sindicalistas fueron asesinados) y con un Estado que favorecía sistemáticamente la concentración del capital, las grandes empresas monopólicas del país lograron cooptar al Estado.
En 2017, únicamente Samsung concentraba el 28% del índice de precios de acciones de Corea del Sur, constituyéndose como uno de los mayores monopolios del planeta; entre Lotte, LG, SK, Hyundai y la propia Samsung ascienden al 51%. Es decir, que cinco chaebols manejan más de la mitad de la economía nacional coreana. El sistema político surcoerano y su estructura legal es un firme aliado de los grandes monopolios, ya que impide la existencia misma de movimientos sindicales de clase, de partidos comunistas e incluso de partidos reformistas como el Partido Progresista Unificado.
En la práctica, en las elecciones surcoreanas no se discuten los dos grandes consensos del país: el capitalismo monopólico y la adhesión al bloque de poder estadounidense. En cualquier caso, si así lo hicieren, probablemente las izquierdas revolucionarias encontrarían hartamente complicado cosechar posiciones de poder, como consecuencia del continuo minado de sus liderazgos y organizaciones y de décadas de batalla ideológica anticomunista llevada a cabo por el Estado y por los medios de comunicación nacionales. Corea del Sur continuará siendo un aliado de Washington por mucho tiempo, y su Estado seguirá siendo un sustento decisivo para el crecimiento de sus monopolios, en la práctica los grandes actores económicos y políticos del país.