El imperialismo, un asunto del siglo XXI
Hablar de imperialismo sigue siendo una tarea decisiva para entender el mundo. Sin embargo, el imperialismo en el año 2024 toma una forma distinta a la que hace más de un siglo describió quirúrgicamente Lenin. La conformación actual del esquema imperialista surge del fin de la Segunda Guerra Mundial y se consolida tras la caída del bloque soviético. Hoy, Washington y sus aliados miran al Asia-Pacífico mientras intensifican su histórica tendencia a la militarización. Al mismo tiempo, China y otros actores “díscolos” ponen en jaque el proyecto de dominación de Estados Unidos y los actores que a él se adhieren.
El imperialismo hoy es “colectivo”
Entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX, el imperialismo tomó la forma de un conflicto entre las grandes potencias por el reparto de las periferias. Aquella etapa fue caracterizada por Lenin a través de cinco máximas: 1) la concentración de la producción y del capital; 2) la fusión del capital bancario con el industrial para la formación del capital financiero; 3) la exportación de capital; 4) la formación de monopolios; y 5) el fin del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
Las regiones periféricas, oprimidas, quedaron ocupadas o dominadas por los imperios a inicios del siglo XX, y a los estados poderosos sólo les quedaba ya una opción para expandir su peso internacional: luchar contra el resto de países imperialistas para “robarles” los territorios dominados. Esta dinámica definió la etapa imperialista hasta 1945 y condujo a Occidente a las dos grandes guerras mundiales que redefinieron la correlación de fuerzas entre ellos. Del ecuador del siglo XX surgió un nuevo orden dominado por Washington, por cuanto ningún otro país imperialista podía soñar con competir con Estados Unidos en la resaca de la Segunda Guerra Mundial.
Tras la caída del eje nazi-fascista, se reformularon la estructura internacional y las relaciones entre las potencias. El nuevo imperialismo surgido de aquellos años dejó atrás las guerras entre los estados dominantes y dio paso a una fórmula “colectiva” de poder global bajo el liderazgo centralizado de Washington. Así, las potencias imperialistas se agruparon en un bloque común, asociado, en el que Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Japón y el resto de actores imperialistas cooperarían para asegurar el dominio conjunto sobre el Sur Global y para evitar el éxito de las revoluciones socialistas y de los movimientos de liberación nacional en los países oprimidos. Esta “alianza de los centros del sistema mundial capitalista” es la base constitutiva del imperialismo en nuestros días. Se trata de un esquema de poder belicista, colectivo y pretendidamente unipolar.
Militarizado y focalizado en Asia
La “peligrosa y decadente” etapa que atraviesa el imperialismo en la actualidad alberga tres tendencias históricas básicas: la militarización, la paulatina derrota del imaginario unipolar y el giro hacia Asia-Pacífico para luchar contra la consolidación del proyecto político-económico de China. Washington tiene una prioridad en política exterior históricamente defendida por sus élites: impedir la consolidación de cualquier tipo de potencia nacional que compita en el campo militar o económico y ponga en jaque la dominación estadounidense del planeta. Para lograrlo, el bloque imperialista colectivo busca, sin excepciones y en condición de exclusividad, controlar el desarrollo tecnológico y el reparto de los recursos naturales, dominar el sistema financiero, manejar los medios de comunicación y administrar las armas de destrucción masiva. Esta especie de “nuevo destino manifiesto”, a menudo amparado en el mantra de la defensa del “mundo libre” y la “democracia”, ve en Pekín a su principal enemigo y en otros actores del Sur Global a sus antagonistas secundarios.
El “monstruo en el armario” del imperialismo es hoy (principal, aunque no exclusivamente) el Partido Comunista de China, como antaño lo fue la Unión Soviética. Para frenar las ambiciones de su némesis, Estados Unidos y el resto de estados imperialistas definen tres objetivos primordiales: 1) controlar Asia-Pacífico, para lo que recurren a una creciente red de alianzas y a la asfixia de actores como Corea del Norte, al cual necesitan desmantelar por su carácter de estado socialista y nuclear; 2) en el conjunto del Sur Global, limitar el desarrollo autónomo de las economías nacionales e impedir nuevos focos regionales de coordinación soberana no alineada con Estados Unidos; y 3) aislar y colapsar a los estados “díscolos” que no adhieran al eje imperialista.
Los actores “desobedientes” pueden agruparse en seis categorías descritas en un reciente estudio de Tricontinental: estados “socialistas e independientes”, como China o Corea del Norte, estados “actual o históricamente progresistas”, como Sudáfrica, Colombia o Nepal, estados que buscan “una fuerte soberanía”, como Rusia, Irán o Burkina Faso, “nuevos países no alineados” como México o Turquía, “el resto del Sur Global”, como Argentina o Egipto, y estados “fuertemente militarizados por Estados Unidos”, como Filipinas y Corea del Sur. Estos últimos merecerían quizá ser agrupados directamente como actores del Norte Global y del eje imperialista.
¿Y quiénes forman parte del bloque estadounidense? A grandes rasgos, el núcleo “angloamericano” conformado por Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia, Israel y Nueva Zelanda, el núcleo europeo, conformado no solo por las antiguas potencias imperialistas, como España, Alemania, Francia, o Italia, sino también por aquellos estados sin tradición militarista pero que obtienen réditos económicos de la adhesión al bloque, como los escandinavos. También adhieren estados europeos secundarios y del disuelto bloque socialista, Japón y otros territorios alineados en Asia-Pacífico, como Corea del Sur, Taiwán, Tailandia y Filipinas.
El contexto en el que toma forma la actual etapa imperialista goza de varias características específicas, como el declive económico de Estados Unidos en relación con los actores emergentes del Sur Global (en especial, China), el extensivo uso de la “guerra híbrida” y las sanciones (véase Rusia, Venezuela o Irán), la mejoría del esquema comunicativo y propagandístico de los medios de comunicación monopólicos del eje imperialista o el crecimiento de instituciones multilaterales del Sur Global como la Iniciativa de la Franja y la Ruta (la nueva Ruta de la Seda) o los BRICS+.
A su vez, uno de sus rasgos centrales es la profundización de la vía militarista para la conservación del dominio internacional. A la extensa red de bases militares estadounidenses, francesas o británicas a lo largo del planeta debe sumarse el hecho de que los trece estados con mayor gasto militar per cápita del mundo forman parte del eje: Estados Unidos, Israel, Noruega, Australia, Ucrania, Reino Unido, Dinamarca, Países Bajos, Luxemburgo, Finlandia, Francia, Grecia, Suiza, Canadá y Alemania. Pekín por su parte, tiene un gasto militar per cápita menor que el promedio mundial, mientras que el de Washington lo supera en 12,6 veces. Estos cálculos deben considerarse junto con el belicismo mostrado por el bloque en su conjunto al apoyar implícita o explícitamente las avanzadas genocidas de Israel. Además, han de ponerse sobre la mesa los años de fricciones e incumplimiento de acuerdos con el objetivo de desencadenar un conflicto bélico contra Rusia en Ucrania, así como el paulatino tensionamiento militar en torno a Taiwán y Corea del Norte.
Así pues, el bloque de alianzas de Estados Unidos constituye el gran polo imperialista en el mundo. En su etapa actual se halla inclinado hacia el Asia-Pacífico e inmerso en una espiral de militarización, al tiempo que busca consolidar su dominio sobre las nuevas tecnologías, los recursos naturales o los medios de comunicación sin olvidarse de impedir que emerjan nuevos actores en el Sur Global o de que se consoliden iniciativas de soberanismo regional en América Latina o África que permitan el desarrollo autónomo de las economías nacionales de las periferias.