Falsas esperanzas de Kamala Harris sobre su posición acerca del genocidio en Palestina
La primera fue la declaración del movimiento Uncommitted, así denominado porque había organizado a los votantes para que eligieran esta opción en lugar de votar por Biden en las elecciones primarias oficialmente no disputadas del Partido Demócrata en la que el grupo declinó además respaldar a Kamala Harris, después de que ésta rechazara sus exigencias, que eran cada vez más insignificantes. Los organizadores de la campaña de Harris ni siquiera habían respondido a la petición de que la candidata se reuniera con palestino-estadounidenses en Michigan, el estado más árabe-estadounidense del país. El comunicado de Uncommitted no mencionaba, aunque podría haberlo hecho, que Harris y Biden tampoco se reunieron con la familia de Aysenur Eygi, la ciudadana turco-estadounidense de 26 años asesinada por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en Cisjordania a principios de este mes de septiembre.
La segunda noticia ha sido la filtración efectuada por el gobierno de Estados Unidos de acuerdo con la cual «altos funcionarios estadounidenses reconocen ahora en privado que no esperan que Israel y Hamás lleguen a un acuerdo antes del final del mandato del presidente Biden». Esto no debería ser noticia, pero representa el abandono oficial de esta ficción, que había sido la única respuesta del Partido Demócrata a los votantes antibelicistas. Hace un mes el discurso de Alexandria Ocasio-Cortez en la Convención Nacional Demócrata únicamente mencionó Gaza mientras alababa a Biden y Harris por «trabajar incansablemente para garantizar un alto el fuego». Los responsables de la campaña presidencia de Harris manufacturaron al instante ese fragmento y lo publicaron en Tik-Tok, lo cual provocó, como era de esperar, una respuesta inusualmente mordaz de la conocida compañera de AOC en The Squad, Ilhan Omar: «Trabajar incansablemente por un alto el fuego no es realmente nada». ¿Quién puede mostrarse en desacuerdo con tal afirmación?
La filtración puede representar la admisión de otra verdad obvia, a saber, que Benjamin Netanyahu no tiene ningún incentivo para no esperar que Trump sea todavía más generoso. Pero también fortalece el mensaje de que el gobierno estadounidense está dispuesto a ignorar al electorado contrario a la guerra precisamente durante el periodo en el que los votantes realmente tienen capacidad de influir sobre los resultados. Es de suponer que los responsables de la campaña de Harris confían en que la candidata puede imponerse en otros estados igualmente reñidos como para que Michigan no importe, o que los disidentes acudirán a las urnas de todos modos con independencia de cuales sea la postura de la candidata. La declaración de Uncommitted, aunque declina apoyar a Harris, también «se opone a una presidencia de Trump», así como al voto de terceros partidos. Esta última opción constituye el mayor peligro para Harris: las encuestas han mostrado que Jill Stein, candidata del Partido Verde, ocupa el primer lugar entre las preferencias de los votantes musulmanes-estadounidenses en tres estados indecisos. Pero en la actualidad no hay indicios en las encuestas generales de que éste vaya a ser la ventaja marginal crucial.
Biden siempre ha defendido al Estado israelí en sus peores momentos. En 1982 la brutalidad de la guerra del Líbano ofendió a Ronald Reagan, un hombre que una vez amenazó con asfaltar Vietnam y pintarlo con rayas de aparcamiento
No era del todo irracional imaginar que la nueva candidata podría haberse sentido presionada. Contemplada en el largo plazo, la política exterior estadounidense muestra una enorme continuidad. Pero en comparación con la política interior, el ejecutivo goza de una considerable libertad de maniobra en sus relaciones con el resto del mundo. El compromiso de Biden con el sionismo es excesivo, incluso para los estándares de la política estadounidense. «Si no existiera Israel», dijo una vez, «tendríamos que inventarlo». Este celo no es, como a veces se supone, una consecuencia de los recuerdos de un anciano familiarizado con un Israel más amable y gentil que ya no existe. Biden siempre ha defendido al Estado israelí en sus peores momentos. En 1982 la brutalidad de la guerra del Líbano ofendió a Ronald Reagan, un hombre que una vez amenazó con asfaltar Vietnam y pintarlo con rayas de aparcamiento. «Menachem», dijo el Gipper a su homólogo israelí, «esto es un holocausto». Pero cuando el entonces senador Biden llamó a Begin, fue para tranquilizarle, diciéndole que tampoco importaría «si matasen a la totalidad de la población civil».
Durante el último año, periodistas y veteranos del «proceso de paz» han puesto de relieve la influencia personal del presidente sobre la política estadounidense en Oriente Próximo. Como declaró un funcionario anónimo al Huffington Post: «El problema es que nadie puede frenar a Biden y si Biden tiene una política, él es el comandante en jefe y nosotros tenemos que llevarla a cabo. A eso se reduce todo, muy, muy, muy desafortunadamente». Podrían citarse innumerables testimonios similares. La embarazosa crisis sobre la senilidad del presidente, que en general se ha discutido como si no tuviera relevancia alguna para la política exterior, ofreció una demostración pública del personalismo inherente al modo de dirigir de Biden. El mismo hombre que se aisló con un puñado de leales, recibiendo consejos de sus vástagos delincuentes, se apoyó claramente en imaginarias proezas diplomáticas como puntal de su grandiosa autoconcepción. Biden se jactó repetidamente ante los donantes de que Henry Kissinger, supuestamente llamándole desde su lecho de muerte, le había comparado con Napoleón. Cuando bajó el telón, arremetió mediante una llamada de Zoom a un grupo de congresistas demócratas:
Yo reorganicé la OTAN. Decidme un líder extranjero que piense que no soy el líder más eficaz del mundo en política exterior. ¡Nombrádmelo! ¡Decidme quién demonios es! ¡Decidme quién volvió a poner de pie la OTAN! ¡Decidme quién amplió la OTAN, decidme quién hizo la cuenca del Pacífico! ¡Decidme quién hizo algo, que nunca han hecho otros con sus bronze star medals, como mi hijo, y eso no quiere decir que esté orgulloso de vuestro liderazgo, pero enteraos cómo están las cosas, enteraos de qué está pasando, tenemos a Corea y Japón trabajando juntos, ¡yo soldé el AUKUS! […]. La situación es caótica y yo estoy poniendo un poco de orden en las cosas.
A menudo se critica a Harris por su reserva, pero en el caso de Gaza la acusación es injusta. La campaña ha dejado claro que su política para Gaza es la de Biden
Si había alguna razón legítima para creer que las cosas podrían cambiar, ello era más probable que sucediera con Biden que con algo realmente específico o idiosincrásico atribuible a Kamala Harris. No es que las imaginaciones optimistas no se desbocaran, imaginando que ella simpatizaría instintivamente con el sufrimiento debido a su relativa juventud o a su linaje anticolonial. También por cuestiones de género: Harris planteó una vez la cuestión de si en Gaza había suficientes compresas, un acto de preocupación puramente hipotético, que no condujo a incremento alguno de la ayuda, pero del que, no obstante, se dijo que ejemplificaba «cómo ella había contribuido a la posición del gobierno estadounidense» sobre la guerra. Se trataba de una postura superficial, sintomática del sentido común reinante en los medios de comunicación de que la política estadounidense tenía que cambiar, pero que sería descortés discutir lo que ello significaría y, mucho menos, cómo se verificaría tal cambio.
A menudo se critica a Harris por su reserva, pero en el caso de Gaza la acusación es injusta. La campaña ha dejado claro que su política para Gaza es la de Biden. Una de las pocas declaraciones políticas oficiales publicadas hasta la fecha aclaraba que Harris no apoyaría un embargo de armas a Israel. Todo el tenor de la Convención Nacional Demócrata, desde sus cánticos «USA» hasta el discurso a favor de la Contra de la presentadora nicaragüense Ana Navarro, dejó claro que el proyecto lanzado después de 2016 de integrar a los neoconservadores contrarios a Trump en el Partido Demócrata sigue operativo. La exigencia de los delegados de Uncommitted de que se permitiera hablar a un palestino-estadounidense fue denegada. En su discurso, Harris reafirmó que «nunca dudará» en usar la fuerza militar para defender «nuestros intereses contra Irán y los terroristas respaldados por Irán». Sus comentarios lastimeros y conjugados en voz pasiva sobre «lo que ha ocurrido en la Franja de Gaza» no fueron diferentes, siendo quizá más suaves, que lo que afirmó tras el asesinato de más de un centenar de civiles palestinos, que intentaban conseguir alimentos de un convoy de ayuda humanitaria el pasado mes de febrero en la ciudad de Gaza.
Aunque Harris ha dejado clara su postura, el pueblo del centro-izquierda se ha mostrado reacio a reconocerla. Los sucesivos artículos de Patrick Iber, coeditor de Dissent, ofrecen una nítida captura en stop-motion del movimiento de los postes y del larguero de la portería. El 24 de julio, describiendo a algunos de los asistentes a un mitin de Harris en Wisconsin, Iber escribió: «No entendieron su presencia entre la multitud como un apoyo al planteamiento de Biden respecto a Israel. Pero, aunque nadie sabe lo diferente que puede ser su planteamiento como presidenta, sus partidarios pueden albergar esperanzas. Si Kamala gana, esa esperanza será un recurso esencial para su campaña». El 26 de agosto Iber publicó un artículo sobre la recién concluida Convención Nacional Demócrata, a la que había asistido. Aun reconociendo que «Biden parecía haber apuntado a Frank D. Roosevelt y haber aterrizado en Lyndon B. Johnson», de modo que «el fantasma del “68” parecía estar rondando la convención de 2024», Iber concluye con alivio que «el fantasma [...] puede [ahora] pasar».
El objetivo del embargo de armas a Israel es probablemente inviable, dadas las preocupaciones albergadas por Estados Unidos respecto a Irán
¿Qué había hecho exactamente Harris para disipar las malas vibraciones? Iber no afirma que haya dado un giro. Por el contrario, «dejó algunas pistas para los progresistas de que está a la izquierda de Biden en algunas cuestiones clave, incluida Gaza». El resto del artículo no especifica ni una sola observación de este tipo. En su lugar, se halla trufado de vagas referencias a cosas dichas o pensadas por personas que no son Harris. Así: Los asesores de Harris [¿cuáles?] siguen insinuando [¿a quién?] que ella es proclive personalmente [a propiciar] un cambio global de su política en Oriente Próximo [¿en qué sentido?]». Y: «Posibles miembros de su equipo presentes en una reunión de grupos progresistas en cuestiones de política exterior se mostraron optimistas de que una presidencia de Harris sería diferente de una presidencia en manos de Biden, aunque nadie sabe muy bien en qué sentido». ¿Se supone que esto debe tranquilizar a los activistas de Uncommitted como la doctora Tanya Haj-Hassan, médico de cuidados intensivos pediátricos que (escribe Iber) «ha trabajado en hospitales de Gaza [y] hablado de cómo tuvo que tratar a niños con huesos fracturados sin anestesia y de no tener nada que ofrecer a los pacientes mientras morían en agonía»?
Si bien Iber no consigue especificar un solo aspecto de la política exterior estadounidense que Harris podría optar por cambiar, al menos indica uno de ellos que ella con toda seguridad no cambiará: «El objetivo del embargo de armas a Israel es probablemente inviable, dadas las preocupaciones albergadas por Estados Unidos respecto a Irán». La frase cristaliza los ajustes mentales por los que la gente se ha reconciliado con el hecho de que Harris no haya hecho las cosas que, apenas unas semanas antes, ellos decían que ella debería hacer e incluso que podría hacer sobre el genocidio en curso. «Inviable», como si el problema fuera logístico, una jerga técnica especialmente inapropiada dado el silencio del artículo de Iber sobre cuestiones «lábiles» como las siguientes: ¿Qué armas se están utilizando y para qué? ¿Puede detenerse o condicionarse alguno de los envíos? ¿Qué tipo de condiciones podrían imponerse? «Probablemente», como si la improbabilidad no fuera el estatus general de las demandas izquierdistas y, de hecho, de las propias propuestas de Kamala (control de los alquileres en todo el país, nombramiento de los tribunales, etcétera). «Debido a su preocupación por Irán», como si fuera absolutamente evidente que éste es el único o el principal obstáculo a la hora de reformar la política exterior estadounidense y como si Netanyahu no se hubiera pasado el último año utilizando la ventaja militar creada por Estados Unidos de la que disfruta Israel para buscar una guerra regional mientras los iraníes y Estados Unidos (¿aparentemente?) trabajan para evitarla. Tampoco la «preocupación por Irán» puede explicar la negativa del Partido Demócrata a conceder algo infinitamente más modesto que un embargo de armas, a saber, la satisfacción de la exigencia de que se permita a un palestino-estadounidense hablar en la Convención Nacional Demócrata. ¿Qué podría explicar esta negativa y qué podría decirnos acerca de las fuerzas más amplias que evidentemente mantienen la política de Harris bien encauzada en los «letales» carriles habituales?
La reconciliación bajo coacción ha continuado desde la conclusión de la Convención Nacional Demócrata. Los responsables de la campaña de Harris siguen filtrando «indicios» de que ella podría ser diferente. Pero la estrategia de comunicación parece asumir que la gente es tonta. Cuando se comparan estos «indicios» con las cosas que la propia Harris ha dicho en público, el efecto de las filtraciones no es nada halagador. Consideremos la afirmación efectuada por The Washington Post el pasado 31 de agosto de que «la vicepresidenta, junto con el principal asesor de política exterior Phil Gordon, se ha mostrado escéptica sobre la estrategia de Israel en Gaza y sobre la respuesta de Estados Unidos». El artículo comienza con la historia, atribuida a «varias personas familiarizadas con el asunto que hablaron bajo condición de anonimato», de que Gordon ya estaba preocupado en octubre, porque «la única manera de lograr el objetivo de Israel de destruir completamente a Hamás era destruir Gaza junto con esta organización, con toda la tragedia humanitaria que ello conllevaría».
Es maravilloso saber que Gordon veía la misma realidad que el resto de nosotros. Pero no hacía falta ser tan clarividente para sospechar que un gobierno que prometía provocar la «Nakba de Gaza» podría no estar interesado en contener la guerra. La noticia es aún más condenatoria, involuntariamente, dado que implica que Gordon mostró su asentimiento de una política, cuya lógica eliminacionista comprendía perfectamente. Pero lo peor estaba por llegar. Menos de veinticuatro horas después de la publicación del artículo de The Washington Post, Harris hizo pública una declaración en la que afirmaba que Hamás –«una malvada organización terrorista […], que tiene sus manos manchadas de sangre estadounidense»– «debe ser eliminada». En otras palabras, el mismo equipo de relaciones públicas, que espera que la gente se consuele con la idea de Gordon, que destruir Hamás significa destruir Gaza, redactó un comunicado de prensa exactamente el mismo día en que Harris renovó su promesa de destruir Hamás.
Ni Iber ni The Washington Post ofrecen explicación alguna de por qué la política de Biden (ahora de Harris) ha sido tan terrible. Pero es interesante observar con qué franqueza puede discutirse una influencia –la financiación de las campañas–, siempre y cuando la discusión tenga lugar en una publicación fuera de toda sospecha de sesgo antiisraelí. Semafor, el boletín de chismes de la élite, denomina Wall Street «un electorado político nacional clave», que «canalizó más donaciones a Biden que cualquier otro grupo industrial» en 2020, tan solo para sentirse decepcionado y furioso por el planteamiento del gobierno respecto a la normativa antimonopolio y la regulación financiera. Afortunadamente, «el apoyo a Israel es una causa en la que están de acuerdo y ello constituye una oportunidad política para que Biden lo mantenga a bordo». Cuando «la máquina de dinero de Wall Street volvió a la vida para ayudar a Harris», la misma publicación repitió lo siguiente: «El bandazo cultural hacia la izquierda del partido, encarnado por las protestas en los campus sobre Gaza, alienó aún más a esta gente de Wall Street».
Según la prensa del sector del espectáculo, las opiniones sobre Israel ya no son tan uniformes como lo eran anteriormente
Es fácil encontrar el mismo tipo de historias aderezadas con el toque de la Costa Oeste. Como copresidente de la campaña de Biden, correspondió al ejecutivo cinematográfico Jeffrey Katzenberg informar al presidente de que sus donantes estaban dejando de ofrecerle financiación. En el plazo de una semana, Biden se había retirado. Katzenberg, ahora copresidente de la campaña de Harris, es un viejo amigo de su marido, Doug Emhoff, antiguo abogado del mundo del espectáculo. De acuerdo con la prensa, Emhoff «recurrió en gran medida a sus antiguas relaciones en Los Ángeles [...] para ayudar a la campaña y al Partido Demócrata a acumular un total de 615 millones de dólares» en las seis primeras semanas desde que la candidatura de Harris se hizo pública. Según la prensa del sector del espectáculo, las opiniones sobre Israel ya no son tan uniformes como lo eran anteriormente. Pero la cuestión con toda seguridad divide, al igual que lo hace en todo el país, en función de líneas generacionales, pero la riqueza no se distribuye por igual entre las cohortes de edad. En opinión de un estratega demócrata anónimo, «la mayoría de los donantes de Hollywood» se han quedado «asombrados por la firmeza» que ha mostrado Biden en su apoyo a Israel, valorando favorablemente al presidente en comparación con «esos idiotas que protestan en las calles».
Según The New York Times, una de las «confidentes más importantes» de Harris, por no hablar de una de las financiadoras más conspicuas, es Laurene Powell Jobs, viuda del director ejecutivo de Apple. Entre los miles de millones de dólares en activos que posee Powell Jobs se encuentra The Atlantic, revista cuyo actual redactor jefe fue voluntario en Israel como guardia de prisiones durante la Primera Intifada. Ejemplificando, y hasta cierto punto liderando, un cambio más amplio registrado en la opinión liberal, The Atlantic ha abandonado en gran medida temas como las reparaciones y los reconocimientos raciales en favor de artículos como «Charge Palestine With Genocide Too» [Acusen también a Palestina de genocidio] y «The UN’s Gaza Statistics Make No Sense» [Las estadísticas de la ONU sobre Gaza no tienen sentido] y de declaraciones como «It is possible to kill children legally» [Es posible matar niños legalmente]. Sin duda, las preocupaciones de Powell Jobs son sobre todo domésticas. De acuerdo con The New York Times, Powell Jobs espera que Harris abandone la «retórica hostil de Biden [...] sobre la gente rica y Silicon Valley». Pero no hay razón alguna para poseer una revista, si no se corresponde de algún modo con tus propias opiniones y sobre Israel la línea de The Atlantic es clara.
Los objetivos manifiestos de la política exterior de Biden se refieren sobre todo al tan esperado «retorno de la competencia entre las grandes potencias» con Rusia y China
La financiación de las campañas no suele constituir una explicación exhaustiva de ningún fenómeno y mucho menos de uno tan sedimentado como la relación especial existente entre Estados Unidos e Israel. Pero a la hora de explicar el planteamiento de Harris sobre Gaza durante la propia campaña, puede ser suficiente. Con todos los incentivos de recaudación de fondos alineados en contra de complacer a los votantes antibelicistas, Harris necesitaría alegar una justificación realmente sólida para actuar de otro modo. Naturalmente, hay razones por las que la gente tiende a evitar un análisis tan evidentemente «crudo», pero asumir la complejidad conlleva el riesgo opuesto, que Bruce Cumings denominó en una ocasión la falacia del cinismo insuficiente.
El problema consiste en especificar las circunstancias bajo las cuales la presión directa de la clase donante consigue sus objetivos. En este caso, podría conjeturarse que la burda presión de los grupos de interés se ve amplificada por el alto nivel de confusión que rodea a la naturaleza del interés estadounidense en Oriente Próximo en general y en Israel/Palestina en particular. Los objetivos manifiestos de la política exterior de Biden se refieren sobre todo al tan esperado «retorno de la competencia entre las grandes potencias» con Rusia y China. Europa importa por la OTAN y por su enorme mercado común de la UE y sus cruciales puntos de estrangulamiento de la cadena de suministros son esenciales para el éxito de cualquier guerra económica con China. Esta es una gran agenda y Oriente Próximo una distracción. La estrategia regional del gobierno de Biden, tal y como era antes de octubre de 2023, consistía en lograr la reconciliación con los saudíes con la esperanza de que esto favoreciera la causa de la normalización saudí-israelí. En cuanto a la cuestión de Palestina, la estrategia consistía esencialmente en no hacer nada y esperar sucediera lo mejor. Incluso después de la Intifada de la Unidad de 2021, que finalmente requirió la atención de Biden, un funcionario anónimo admitió que el gobierno no había invertido «ni un puto segundo de esfuerzo» en lograr su objetivo oficial, esto es, la solución de los dos Estados. A esto lo llaman «evitar todo involucramiento en los problemas periféricos».
Así estaban las cosas el 2 de octubre de 2023, cuando Foreign Affairs envió a la imprenta el ensayo de 7000 palabras de Jake Sullivan, actual consejero de Seguridad Nacional, sobre la gran estrategia estadounidense. La versión impresa del ensayo (a Sullivan se le concedió una reescritura en línea) decía que Oriente Próximo, aunque «acosado por retos perennes», se hallaba en ese momento «más tranquilo de lo que lo ha estado en décadas». Si resulta un golpe bajo seguir sacando a colación esta frase, considérese que la falta de interés de Sullivan por la región puede encontrarse en otros ensayos menos atravesados de punta a cabo por esta incongruencia espectacular. En otro artículo publicado en Foreign Affairs, «The World After Trump: How the System Can Endure» (2018), Sullivan escribió que «la inestabilidad de Oriente Próximo ha sido una característica, no un error, del sistema desde la caída del Imperio otomano». ¿Qué significa que alguien que se compara a sí mismo con Dean Acheson escriba una frase así? ¿Es un lapsus freudiano? ¿Acaso buscaba otro cliché (tal vez la inestabilidad en Oriente Próximo ha sido la norma, no la excepción)? En cualquier caso, la frase y la historia en la que se enmarca sugieren que Sullivan no acaba de entender cabalmente las cosas. ¿Acaso el propio consejero de Seguridad Nacional no está seguro de cómo encaja Israel en su proyecto para un nuevo siglo americano?
Cualquier cambio cosmético que se produzca debe interpretarse a la luz de los comentarios de Tom Nides, vicepresidente de Blackstone y exembajador en Israel, que al parecer está siendo considerado «para ocupar un alto cargo de seguridad nacional»
Dada la incertidumbre del panorama actual, parece probable que la retórica de la relación entre Estados Unidos e Israel cambie en algún momento. La cuestión, en palabras del exfuncionario del Departamento de Estado Aaron David Miller, es si los cambios supondrán «algo que la gente normal considerará un planteamiento diferente hacia Israel». Por gente normal, Miller presumiblemente se refiere al tipo de personas que ya piensan que Joe Biden es hostil a Israel y, por lo tanto, considerarían cualquier desviación adicional como catastrófica. No hay pruebas de que este tipo de cambio se esté produciendo. En opinión de Brian Katulis, adscrito al think tank Middle East Institute, cualquier aparente apertura a la izquierda consiste en «esta cosa llamada ilusión de la inclusión, y suena aproximadamente así: “Sí, vamos a escucharte. Vamos a escuchar tu posición” y entonces estos grupos externos pueden decir: “Tuvimos un asiento en la mesa”. Se trata más de posicionamiento político que de adoptar posiciones políticas claras, el habitual teatro kabuki característico de los meses precedentes a la celebración de unas elecciones». Hay que señalar que Katulis no habla como un activista frustrado. Aunque no es asesor de la campaña de Harris, está cerca de sus responsables. En 2017 él y el actual ayudante de Harris Ilan Goldenberg organizaron un viaje financiado por el American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) a los Emiratos Árabes Unidos para los principales cargos del Partido Demócrata.
A tenor de todo lo que sabemos hasta el día de hoy, tiene sentido tomar la palabra del empleado anónimo de Harris que dijo: «No creo que vaya a producirse ningún tipo de cambio significativo respecto a la posición del actual gobierno». Cualquier cambio cosmético que se produzca debe interpretarse a la luz de los comentarios de Tom Nides, vicepresidente de Blackstone y exembajador en Israel, que al parecer está siendo considerado «para ocupar un alto cargo de seguridad nacional». En opinión de Nides, Harris es «la única esperanza que tenemos [...] de que los menores de 30 años vuelvan a apoyar al Estado de Israel». Las personas más cercanas a Harris tienen ideas muy diversas sobre lo que significa apoyar a Israel, pero los límites del debate están delimitados por un consenso básico.
El perfil belicista de Resnick es especialmente llamativo, si se tiene en cuenta que su predecesor, Andrew Miller, dimitió por el planteamiento del gobierno respecto a Gaza
Este consenso es visible en el reciente nombramiento de una nueva Deputy Assistant Secretary of State for Israeli and Palestinian Affairs, Mira Resnick. Resnick mantiene desde hace tiempo vínculos con el AIPAC y es «muy conocida y respetada en el establishment israelí de seguridad nacional y política exterior». Recientemente, se ha distinguido por trabajar entre bastidores para superar las preocupaciones del Congreso sobre el envío de armas a Israel. El perfil belicista de Resnick es especialmente llamativo, si se tiene en cuenta que su predecesor, Andrew Miller, dimitió por el planteamiento del gobierno respecto a Gaza. Annelle Sheline, otra funcionaria del Departamento de Estado que dimitió en señal de protesta, afirmó que Miller «hizo todo lo que pudo para tratar de detener la determinación del gobierno de facilitar el genocidio. Mientras que la nueva vicesecretaria Resnick lo apoyará con entusiasmo». El nombramiento fue muy bien acogido por la Democratic Majority for Israel, organización alineada con el AIPAC, pero también por Jeremy Ben-Ami, jefe del grupo sionista aparentemente liberal J Street. Un equilibrio inquietante, que ninguna fuerza actualmente visible en la política interior estadounidense parece capaz de perturbar.
Recomendamos leer Alexander Zevin, «Gaza y Nueva York», NLR 144