Alemania

Un giro más oscuro en la izquierda alemana

Mientras que el voto general a partidos ostensiblemente «de izquierda» ha seguido disminuyendo, la BSW se encuentra en la incómoda posición de negociar, entre todos los partidos, con la CDU la formación de coaliciones en Turingia y Sajonia, donde la fuerza de AfD y el colapso del centro-izquierda hacen casi imposible cualquier otra constelación
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El pasado domingo 1 de septiembre se produjeron pocas sorpresas en las elecciones regionales del estado [Länder] alemán de Turingia. Las encuestas llevaban tiempo indicando que la ultraderechista Alternative für Deutschland (AfD), que ya obtuvo el 23,4 por 100 de los votos hace cinco años, se hallaba en excelentes condiciones para hacerse con el primer puesto en estas elecciones al Parlamento regional y que Die Linke, el partido del todavía muy popular ministro-presidente de Turingia, Bodo Ramelow, y antaño principal fuerza política de este estado, no sería capaz de repetir el éxito cosechado precedentemente. Al final, los resultados fueron un poco peores de lo esperado. AfD superó ligeramente las expectativas, obteniendo el 32,8 por 100 de los votos y consiguiendo así la denominada minoría de bloqueo en el Parlamento regional, que le permite obstaculizar las eventuales enmiendas constitucionales, que pudieran suscitarse en el futuro. Die Linke, cuyos números en las encuestas habían ido disminuyendo lenta pero inexorablemente desde que su exportavoz parlamentaria Sahra Wagenknecht abandonase el partido en octubre de 2023 para formar la Bündnis Sahra Wagenknecht: für Vernunft und Gerechtigkeit [Alianza Sahra Wagenknecht: Por la razón y la justicia, BSW], ha quedado en cuarto lugar, haciéndose con el 13,1 por 100 de los votos, porcentaje que representa menos de la mitad de su electorado de 2019, la mayor parte del cual parece haber emigrado a la nueva formación de Wagenknecht, que ha obtenido el 15,6 por 100 los votos, situándose así en tercer lugar, entre la CDU y Die Linke, en estas elecciones.

El resultado, como los principales comentaristas anunciaron con aplastante unanimidad el domingo por la noche, representa una verdadera «cesura» política: por primera vez desde la derrota del Tercer Reich, un partido de extrema derecha ha ganado las elecciones en uno de los estados alemanes, lo cual indica que una amplia franja del electorado muestra un profundo grado de alejamiento y ajenidad frente al establishment político

A escala parlamentaria, los resultados de estas elecciones requerirán constelaciones de gobierno nunca vistas, como la resultante de una posible alianza entre la CDU y la humillada Die Linke de Ramelow, o quizá incluso la BSW. Este tipo de triangulación, que durante mucho tiempo ha sido la norma en muchos de los vecinos europeos de Alemania, sería una novedad en la República Federal y constituye una prueba más de que, incluso en el núcleo económico de la UE, ya no es posible mantener los parámetros habituales ni de comportamiento político ni de alianzas electorales y pactos de gobierno.

El auge de la AfD en Turingia es especialmente notable por el hecho de que su líder, Björn Höcke, no es el habitual político populista que ataca a los musulmanes en la horma de Matteo Salvini o Marine Le Pen, sino, por el contrario, un fascista convencido con una inclinación por la ciencia racial y la retórica nazi, como apuntan en todo caso innumerables observadores de la política alemana

Sin embargo, ello no parece haber preocupado demasiado a muchos de sus votantes, que, procedentes de la totalidad de los grupos demográficos,  acudieron en masa a votar al partido. Aunque el voto obtenido por AfD fue mayoritariamente masculino, registrando el 38 por 100 de apoyo entre los hombres frente al 27 por 100 entre las mujeres, en otros aspectos el partido parece estar abriendo nuevas sendas electorales para la extrema derecha, habiendo obtenido resultados mejores de lo esperado entre los jóvenes y los trabajadores. De hecho, si no hubiera sido por los pensionistas de Turingia, aparentemente de izquierda, AfD podría haber superado el 40 por 100 del voto.

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Es importante señalar, sin embargo, que el estado de Turingia no es especialmente representativo del electorado alemán. Con solo 2 millones de habitantes, representa apenas el 2,5 por 100 de la población del país, la cual además está más envejecida que la del conjunto de Alemania. Aunque los niveles de desempleo se ajustan más o menos a la media nacional, las desigualdades estructurales, reales o imaginarias, y el sentimiento de haber sido colonizados e infantilizados por Alemania Occidental en los años posteriores a la reunificación, como ha documentado la obra del sociólogo Steffen Mau, han creado un terreno sociopolítico evidentemente propicio a los resentimientos xenófobos.

Por supuesto sería reduccionista achacar el creciente atractivo de masas de AfD únicamente a las cicatrices de la reunificación. Después de todo, durante décadas los perdedores de la transición fueron el principal electorado de Die Linke y muchos de ellos siguen votando al nuevo partido de Wagenknecht en un gran número. Un factor crucial para explicar el auge de la extrema derecha es el cambio en la atmósfera política propiciado por el denominado «verano de la migración» de 2015, cuando más de un millón de refugiados, en su mayoría procedentes de Siria, devastada por la guerra, llegaron a Alemania. Aunque al principio se les recibió con los brazos abiertos, su presencia, junto con la austeridad imperante en el sector público y el estado de las infraestructuras que, si bien podrían considerarse robustas para los estándares estadounidenses o británicos, se hallan cada vez más deterioradas, ha permitido que los problemas sociales se reformulen como una competición de suma cero entre recién llegados y nativos. AfD ha conjugado eficazmente las llamadas xenófobas a la «emigración de retorno» de los migrantes presentes en la República Federal con la desconfianza heredada de Alemania oriental hacia las élites en general y hacia las occidentales en particular. El tono de su campaña –enojado, provocador, pero no exento de una pizca de posironía millennial– también le ha dado un aire de oposición, que ha resultado especialmente atractivo para los votantes jóvenes, a quienes AfD llega a través de las plataformas de las redes sociales en cantidades con las que los partidos mayoritarios convencionales solo pueden soñar.

Tras haber consolidado sus bastiones en el este del país y gozando de un cómodo 18 por 100 en las encuestas a escala federal, parece que AfD ha llegado para quedarse. El partido no consiguió por poco hacerse con el primer puesto en las elecciones de Sajonia, celebradas también el pasado 1 de septiembre, y es probable que repita estos resultados en las elecciones al Parlamento regional del estado de Brandeburgo, previstas para el próximo 22 de septiembre. Resulta particularmente relevante, sin embargo, lo revelado por los datos de los sondeos a pie de urna del domingo, que indican que los votantes se decantan cada vez más por la AfD, no porque desean expresar un voto de protesta, sino porque consideran que es el partido más capaz de representar sus intereses en cuestiones como (reducir) la migración, luchar contra la delincuencia y, lo que es más importante, mantener a Alemania fuera de la guerra en Ucrania, una cuestión que Die Linke, para quien la oposición a la OTAN fue durante mucho tiempo un punto clave de su programa, ha cedido efectivamente a la extrema derecha (Ramelow expresa ahora repetidamente su apoyo al envío de armas).

Por el momento el resto de partidos parecen decididos a mantener el «cortafuegos» político en torno a AfD, que se halla operativo desde la fundación del partido en 2013. Pero más allá de esta estrategia, que se hace cada vez más insostenible, sus oponentes han avanzado poco para frenar su ascenso

Desde hace meses, los partidos de centro-derecha y centro-izquierda, junto con sindicatos, iglesias, ONG y el resto de la sociedad civil, han organizado manifestaciones multitudinarias en todo el país contra la creciente influencia de AfD. Las manifestaciones, que el experto en movimientos sociales Dieter Rucht describió como la mayor oleada de protestas puntual de la historia de la República Federal, fueron provocadas por la revelación de una reunión celebrada a puerta cerrada entre funcionarios del partido y activistas de extrema derecha para debatir posibles escenarios de deportación masiva de migrantes e inicialmente pareció que habían asestado un duro golpe a los números de las encuestas de intención de voto de AfD, que aún no ha recuperado sus máximos históricos obtenidos a finales de 2023. Sin embargo, estas movilizaciones ya llevaban varios meses perdiendo fuerza mucho antes de mostrarse incapaces de frenar el triunfo electoral de AfD el pasado 1 de septiembre. De momento, la conmoción no parece haberlas dotado de nuevos bríos.

Mientras tanto, la BSW ha hecho importantes concesiones a la derecha en cuestiones de migración y derechos de asilo con el pretexto de recuperar votantes de AfD y presentar una alternativa creíble tanto al racismo abierto de la extrema derecha como a la promesa de la izquierda, ciertamente utópica, de practicar una política de fronteras abiertas, que pocos parecen desear y aún menos creer que sea posible.

Si este giro político de la BSW pretendía detener el crecimiento de la grave amenaza representada por AfD, cada vez da más la sensación de que se trata de un giro más oscuro, ya que la retórica de Wagenknecht se ha intensificado durante las últimas semanas con denuncias de «violencia incontrolada» cometida por extranjeros y descripciones de la población de solicitantes de asilo de Alemania como una «bomba de relojería»

No es de extrañar que este tipo de discurso ponga furiosos a muchas y muchos en la izquierda, pero, ¿ha conseguido al menos quitarle algo de viento a las velas de AfD? De momento, la respuesta parece ser negativa. El número de votantes de AfD que se ha pasado al bando de la BSW sigue siendo insignificante. Los no votantes, otro grupo que Wagenknecht espera movilizar, se han mostrado algo más receptivos, pero su base principal procede de los antiguos seguidores de Die Linke, mientras que el voto general a partidos ostensiblemente «de izquierda» ha seguido disminuyendo. La BSW se encuentra, pues, en la incómoda posición de negociar, entre todos los partidos, con la CDU la formación de coaliciones en Turingia y Sajonia, donde la fuerza de AfD y el colapso del centro-izquierda hacen casi imposible cualquier otra constelación. Sin duda, esto no es un buen augurio para un proyecto, cuya fortuna electoral se ha basado principalmente en proclamar su oposición a ultranza a la totalidad del establishment político alemán. Sin embargo, es preciso reconocer que la BSW ha sido la otra gran fuerza política ganadora de las elecciones del pasado 1 de septiembre. Aunque por el momento no ha logrado reducir la base de AfD, parece que se convertirá en una fuerza relevante en el próximo Parlamento federal, que se elegirá en otoño de 2025. Sin embargo, dada la volatilidad del panorama político y las propias idiosincrasias del partido, sigue siendo una incógnita en qué tipo de fuerza se convertirá.


Recomendamos leer Joshua Rahtz, «¿Corrección de rumbo hacia la izquierda en Alemania?» y Oliver Nachtwey, «¿Virtudes soberanas? En torno a Sahra Wagenknecht», El Salto/Sidecar, y Sara Wagenknecht, «La situación de Alemania», NLR 146.

Artículo aparecido originalmente en Sidecar, el blog de la New Left Review, y publicado aquí con permiso expreso del editor.