Guerra, Pacto europeo, luchas: reinventar Europa. Entrevista a Sandro Mezzadra
Necesitamos una nueva imaginación: necesitamos reinventar la posición que tiene Europa en el mundo. No hay reinvención del espacio europeo sin reinvención del internacionalismo, y viceversa
La aprobación del Pacto Europeo sobre Migraciones y Asilo reestructura el sistema de asilo y la gestión de las fronteras en Europa. lo que tiene como resultado un agravamiento de sus peores aspectos. Cabe leer la reforma de los instrumentos jurídicos de gobernanza de las migraciones a la luz de la coyuntura política actual, marcada por la afirmación del régimen de guerra y por transformaciones radicales en las estructuras de poder a escala mundial. En este contexto preocupante, ¿qué función estratégica tienen las políticas migratorias? ¿En qué términos es posible imaginar la renovación de los conflictos y las luchas en la coyuntura actual? Hablamos de ello con Sandro Mezzadra, profesor de filosofía política y activista por la libertad de circulación.
Las políticas migratorias europeas atraviesan una fase de profunda reestructuración: poco antes del final de la anterior legislatura, el Parlamento Europeo aprobó finalmente el Pacto Europeo de Migraciones y Asilo. En este nuevo escenario, los procesos de diferenciación, selección y aislamiento de fronteras serán aún más pronunciados. La aprobación de este pacto se produjo pocas semanas antes de las elecciones al nuevo Parlamento Europeo. ¿Te parece que, bajo el prisma de las políticas migratorias, resulta especialmente visible la convergencia entre la extrema derecha europea —en sus múltiples declinaciones — y el centro derecha del partido popular europeo?
Las políticas migratorias han sido el principal motor de esta convergencia; Reagrupación Nacional se opuso al Pacto más por estrategia política que por otra cosa. Ambos polos están lanzándose envites constantemente. El empuje muy violento por parte de las derechas ha llevado al centro popular a desplazarse cada vez más claramente hacia posiciones compatibles con las de las propias derechas. Esta dimensión puede, según las circunstancias, cobrar o no la forma de un acuerdo político a escala europea. Podemos mantener la distinción entre estos dos planos, pero si consideramos las migraciones con una mirada a medio plazo, podremos reconocer hasta qué punto han sido el terreno privilegiado de esa convergencia.
Numerosos comentaristas, organizaciones y movimientos han subrayado hasta qué punto la nueva normativa contribuye a la crisis definitiva del derecho de asilo. El anuncio de la muerte del derecho de asilo no es nada nuevo. Sin embargo, dentro del Pacto sí que hay un salto cualitativo en relación con el menoscabo que sufre el derecho de asilo. ¿Cuál es tu punto de vista?
Estoy de acuerdo en que el Pacto representa un punto de inflexión cualitativo en Europa dentro de un proceso a largo plazo marcado por el vaciamiento progresivo del derecho de asilo. Se trata de una tendencia que comenzó a principios de la década de 1990 en Alemania con la introducción de reformas restrictivas en materia de asilo. También en aquellas circunstancias se habló de su desaparición. Es un concepto que resulta más útil en la polémica política que desde un punto de vista analítico. Creo que hay que matizar un poco más.
Hay una necesidad estructural de emigrantes
Por otra parte, respecto al pacto me llama especialmente la atención el nombre con el que se presenta: Pacto sobre Migraciones y Asilo. En realidad no se habla de migraciones. Creo que éste es un punto decisivo. En lo que atañe a la condición que se otorga a las personas solicitantes de asilo, se tiende a subsumirlas en los nuevos procedimientos bajo la figura del migrante "ilegal" o "clandestino", con todas las comillas pertinentes, por supuesto. Esto provoca un debilitamiento estructural de las garantías vinculadas al sistema de asilo. Durante años nos han repetido que era esencial trazar la línea divisoria entre la migración forzosa y la económica. Ahora en cierto modo esta distinción desaparece, al menos en lo que respecta a la migración en sus formas "no ordenadas", por usar el lenguaje de la gobernanza de la migraciones.
Esta configuración plantea muchos interrogantes. Hay un aspecto en particular que me parece importante. Como sabemos, las sociedades europeas están sometidas a procesos rápidos de envejecimiento de la población. Esta tendencia tiene ritmos diferentes con arreglo a los países, pero es de alcance general. Por tal motivo, hay una necesidad estructural de emigrantes. Frente a esta condición, si observamos la dinámica en la mayoría de los países europeos —desde Dinamarca hasta Grecia — descubrimos que hay trabajo febril desde el punto de vista de la policy para reclutar trabajadores y trabajadoras migrantes, conforme a una racionalidad que podemos resumir en la fórmula logística de la migración just-in-time y to-the-point.
Desde este punto de vista, cobra por ejemplo un valor sintomático el hecho de que la Hungría de Orbán lleve dos años reclutando inmigrantes procedentes de Asia. Los datos son importantes: hablamos de unos 500.000 migrantes reclutados en dos años. Se trata, como es sabido, de un país que se ha caracterizado por su retórica antimigración. Reconsiderando el Pacto desde esta perspectiva, me parece que concluye un proceso que hemos analizado en los últimos años: a nivel europeo, se combate la migración desordenada; a nivel nacional, se recluta a los trabajadores migrantes que Europa necesita desesperadamente. En lo que atañe a Italia, me parece que el último decreto sobre los flujos migratorios puede interpretarse en este sentido, más allá de todas sus evidentes contradicciones.
Esta dimensión me parece que ilustra un proceso que yo, junto a otros, he denominado una torsión en sentido "confederal" de la constitución material de la Unión Europea. Es cierto que estas competencias han sido siempre nacionales, pero en los últimos años ha habido intentos de coordinar, de sincronizar esas políticas a escala europea. Me parece que esto es exactamente a lo que se está renunciando hoy, dentro de un proceso de reorganización de la Unión Europea que atribuye un peso creciente a los Estados nacionales. Esta es la hipoteca de la derecha y de la extrema derecha en sus distintas declinaciones sobre el proceso de integración en Europa.
Me parece que en el debate crítico sobre las migraciones, tanto a nivel político como quizás sobre todo a nivel académico, estas dos tendencias se mantienen demasiado separadas. El riesgo consiste en perder la dimensión global de lo que hace años hemos llamado el régimen de movilidad: hay que intentar leer conjuntamente lo que ocurre en el Mediterráneo y lo que ocurre en Hungría.
Dentro del Pacto, uno de los perfiles que más debate ha suscitado es la llamada "ficción de no entrada", gracias a la cual será posible no aplicar los derechos vigentes en los Estados miembros en los lugares fronterizos, como si las fronteras fueran zonas que no están realmente dentro del territorio estatal. Esta novedad supone un salto cualitativo en la capacidad inventiva de la gobernanza europea, que a menudo se contrarresta con posturas defensivas que apelan al "respeto de los derechos" o abogan por volver a las medidas vigentes antes del pacto. ¿Es posible asumir el reto de esta capacidad inventiva de la gobernanza, darle la vuelta y desarrollar la capacidad de romper con el derecho establecido desde una posición crítica?
Desde luego, en la gobernanza de las fronteras hay una tendencia a la inventiva y la creatividad, pero que no surge de la nada. Hay un precedente que ha creado escuela en el mundo: la llamada Pacific Solution en Australia, a principios de la década de 2000, caracterizada por la "escisión" de algunas islas del territorio nacional, utilizadas, conforma al léxico de la gobernanza europea, como grandes hotspots.
Se trata de un precedente sumamente importante, que ha creado escuela en distintas partes del mundo. Recuerdo que, a principios de la década de 2000, la Comisión Europea organizaba estos foros sobre gestión de fronteras y migraciones en el Mediterráneo, a los que eran invitados representantes de los países mediterráneos y, siempre sin falta, australianos.
La migración es uno de los campos de experimentación de estos procesos de flexibilización del derecho y la política
Se trata de un doble proceso que forma una paradoja: por un lado, tenemos la dinámica de fortificación de las fronteras, la construcción de muros, incluso metafóricos, con la imagen de la Fortaleza Europa. Por otro lado, observamos la extrema movilidad de la geografía del control fronterizo mediante la cual, a la luz de los procesos de externalización, el migrante procedente del África subsahariana se encuentra con la frontera europea miles de kilómetros antes del Mediterráneo. En términos más generales, se está produciendo un desmoronamiento de la propia frontera a medida que ésta se fortifica: se trata de una tendencia que muchos y muchas venimos describiendo desde hace tiempo, pero que hoy cobra formas inéditas.
Por tal motivo, la ficción jurídica de la no entrada es sin duda el fruto de una inventiva sólidamente implantada en procesos que llevan tiempo desarrollándose. ¿Cómo dar un vuelco a esa inventiva? Es una pregunta que llevamos planteándonos desde hace mucho tiempo en los últimos años en el seno de los movimientos y luchas fronterizas, tratando de imaginar geografías de la migración en torno a las cuales construir un proyecto ante todo solidario y de constitución de un espacio político diferente. Pongo un ejemplo: el proyecto Allarme Phone intenta hacer exactamente eso.
Ahora tenemos que ser capaces de pensar en escenarios más amplios que en la coyuntura actual están marcados por el endurecimiento de las políticas de control a las que tenemos que encontrar respuestas eficaces. Siguiendo la lógica de su pregunta, utilizando un registro espacial y geográfico, creo que es importante subrayar que la migración construye espacios: no sólo existe el espacio de las políticas de control. Este es un tema que, por ejemplo, en la literatura ha sido particularmente enfatizado por los estudios sobre el transnacionalismo migrante.
Me causó una gran impresión, por seguir hablando de literatura, lo que Achille Mbembe escribió hace unos años en su artículo “Les Africains doivent se purger du désir d'Europe”, en Le Monde del 10 de febrero de 2019, en referencia a las formas en las que la migración reconfigura el espacio africano, abriéndolo potencialmente al mundo, en continuidad con el legado del panafricanismo. Mbembe llega a afirmar que el cuerpo de cada migrante africano se ha convertido en la frontera de Europa, al mismo tiempo que contribuye a abrir, construir e innovar espacios. Se trata de una hipótesis de "contracreatividad" que hay que ejercer y consolidar.
Respecto a la trayectoria a medio plazo que nos llevó al pacto, el enfoque de los hotspots, en Italia y Grecia, anticipó muchas de las tendencias que ahora cristalizan en la nueva legislación. Por ejemplo, en los hotspots italianos, la restricción de la libertad personal se ha configurado hasta ahora principalmente a través de instrumentos extrajurídicos. Más en general, la experimentación de prácticas ilegítimas que luego son integradas en el derecho codificado no es una novedad en el ámbito de las políticas migratorias. ¿Cómo cabe imaginar la ruptura de ese mecanismo?
El artículo más interesante que he leído sobre el Pacto es “Crisis as (Asylum) Governance: The Evolving Normalisation of Non-Access to Protection in the EU”, de Violeta Moreno-Lax. La autora pone de manifiesto la continuidad del Pacto con el enfoque de los hotspots. Violeta Moreno-Lax utiliza un neologismo –crisification [crisificación]– para indicar que la crisis se convierte en el criterio fundamental de gobierno. Esto me parece sumamente interesante, pensando también en el régimen de guerra: la crisis se vuelve algo inherente a los procesos gubernamentales. Me vienen a la cabeza los trabajos de Stuart Hall de la década de 1970 y el concepto de “Estado crisis” que Toni Negri introdujo en el debate marxista sobre el Estado en la segunda mitad de la década de 1970. No es una idea completamente nueva desde el punto de vista teórico, pero Violeta Moreno-Lax la aplica de forma muy interesante en lo relativo al Pacto.
La flexibilidad es la principal herramienta para regular la movilidad humana, en una situación de guerra como la que estamos viviendo
El elemento fundamental que se desprende de esta interpretación es una flexibilidad absoluta de los instrumentos jurídicos y la indeterminación de la frontera entre lo que es práctica legítima y lo que es ilegítimo. La migración es uno de los campos de experimentación de estos procesos de flexibilización del derecho y la política. Términos como governance y management son paradigmáticos a este respecto.
¿Cómo se lucha contra estos procesos? Es difícil dar una respuesta que no corra el riesgo de ser genérica. Hace falta un doble plan de lucha, con una doble racionalidad. Estos procesos de flexibilización deben combatirse sobre el terreno, tal y como se manifiestan. Al mismo tiempo, se debe producir un discurso que reivindique los principios generales, sobre todo en el discurso público. Estos principios generales pueden y deben ser también de tipo nuevo: no es necesario reivindicar los que han regido el sistema de asilo durante varias décadas. Por ejemplo, ¿qué significa “libertad de movimiento” en la coyuntura actual? Me doy cuenta de que la indicación es general, espero que no del todo genérica, pero desde mi punto de vista este doble plano es necesario.
El Pacto sobre Migraciones y Asilo se presentó en septiembre de 2020, antes de que el régimen de guerra global cobrara sus características actuales con la invasión rusa de Ucrania y la guerra en Gaza. El proceso de aprobación de la nueva normativa ha sufrido una aceleración decisiva dentro de la situación actual. Desde tu punto de vista, ¿cuál es la relación entre el actual régimen de guerra global y la aprobación del pacto?
La coyuntura de la pandemia del COVID-19, que por sí misma tuvo consecuencias gravísimas sobre las migraciones, ha sido el telón de fondo de la presentación del Pacto por parte de la Comisión. Y existe una conexión profunda entre la coyuntura pandémica y la coyuntura de guerra actual.
Además, “coyuntura de guerra” no significa necesariamente “guerra permanente”. La intensidad de la guerra dentro de la coyuntura puede variar conforme a los tiempos y los lugares: tiene múltiples modalidades de manifestación. En términos generales, la conexión entre guerra y migración es evidente, sobre todo en lo que respecta a los desplazamientos forzosos de población que provoca la guerra y la identificación de "enemigos internos". Por poner solo un ejemplo: los estadounidenses de origen japonés internados en verdaderos campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. En nuestro presente, estas dinámicas cobran sobre todo la forma de islamofobia.
Resulta útil ampliar el análisis y estudiar la relación entre migración y régimen de guerra desde el punto de vista de la reorganización, en la fase que estamos viviendo, de lo que la literatura sociológica sobre migraciones llama "sistemas migratorios". Creo que este es un tema absolutamente central. Volviendo al Pacto, me parece que la flexibilidad es la principal herramienta para regular la movilidad humana, en una situación de guerra como la que estamos viviendo.
La revuelta de las banlieues del año pasado ha generado un debate dentro de la izquierda, dentro de los movimientos y ha fomentado procesos amplios de politización
Vale la pena traer a colación una imagen que me afectó mucho, sacada de la película Green Border de Agnieszka Holland. A mi juicio, la película cuenta de manera extraordinaria la crisis en la frontera entre Polonia y Bielorrusia en el otoño de 2021. Muestra la brutalidad sin mediación alguna de las fuerzas de seguridad polacas en estos bosques entre los dos países —de ahí el green en el título . La película termina con imágenes de polacos que reciben a los refugiados de Ucrania con banderas y sonrisas.
Es una imagen que no podemos generalizarse, porque la crisis en la frontera entre Polonia y Bielorrusia presenta especificidad absoluta, al igual que el movimiento de refugiados procedentes de Ucrania tras el 22 de febrero de 2022. Sin embargo, es sintomática de lo que puede pasar en esta coyuntura. El refugiado puede ser el enemigo absoluto si procede de un determinado país o recibir una calurosa bienvenida si procede de otro contexto, dentro de un proceso de reorganización de los sistemas migratorios.
Las exigencias de un régimen de guerra no solo son estrictamente bélicas, con mayor motivo en un momento como el que está viviendo el mundo, que podemos definir rápidamente como una transición tumultuosa dentro de la reorganización de los espacios globales. Los movimientos migratorios desempeñan un papel fundamental, conmayor motivo en un continente como Europa, caracterizado por los procesos de envejecimiento de la población que hacen indispensable la contratación de trabajadores y trabajadoras migrantes. La flexibilidad de los instrumentos, prevista en el Pacto, se inscribe en este escenario.
En este contexto, ¿qué espacio tiene el concepto analítico de “inclusión diferencial” que has desarrollado de manera muy efectiva durante tu investigación y que ha sido adoptado y utilizado productivamente por activistas en muchos lugares y épocas diferentes? ¿Puede utilizarse, con las especificaciones necesarias, para imaginar y construir nuevas dimensiones de lucha dentro de la coyuntura de guerra actual?
Es un concepto que utilicé en particular en un libro escrito con Brett Neilson, La frontera como método, en el que pusimos en interacción experiencias migratorias, las luchas de los migrantes, las experiencias políticas y modalidades de control de las fronteras en distintas partes del mundo. Es un concepto cuya paternidad no pretende reclamar, porque lo hemos construido en un diálogo con la teoría feminista y la teoría antirracista. Recuerdo en particular que a principios de la década de 2000, Nicholas de Genova, un amigo y compañero estadounidense, utilizó la categoría de "inclusión a través de la ilegalización" en referencia a la frontera entre Estados Unidos y México.
Esta intuición me impactó mucho: la veía confirmada de manera muy precisa en los países del sur de Europa, los de nueva migración: Grecia, Italia, España. Creo que es cierto que durante mucho tiempo las fronteras han funcionado de este modo en Europa, produciendo inclusión a través de la ilegalización, fomentando la entrada de inmigrantes que luego son explotados en la agricultura, en la construcción, en los trabajos de cuidados, etc. Esta dinámica sigue siendo algo actual, pero quizás no de la forma generalizada con la que se presentaba en el pasado. Respecto a la situación entre la década de 1990 y principios de los 2000, ha habido algunas cesuras históricas. En particular, la crisis financiera de 2007 y 2008, con su impacto en Europa y en particular en Italia, con la crisis de la deuda soberana, cambió muchas cosas, también con respecto a la absorción de mano de obra migrante.
No creo que se pueda abandonar el espacio europeo como algunos proponen. Hay que reinventarlo, aunque parezca difícil hacerlo a estas alturas
Hay un tema que para mí sigue siendo muy importante. Entre finales de la década de 1990 y principios de los 2000, en Italia estos procesos de "inclusión diferencial" fueron interpretados generalmente a través de la categoría de "exclusión". Es una categoría que, paradójicamente, corre el riesgo de reforzar la dimensión de la vulnerabilidad. Hablar de inclusión diferencial significa, a mi juicio, continuar estudiando la violencia de la frontera, las imágenes intolerables que llegan cada día desde el Mediterráneo, desde el punto de vista del modo en que cambian los códigos de la inclusión. Como decía antes, tengo la impresión de que en el debate actual se presta mucha atención a los mecanismos de cierre y menos a los esquemas de reclutamiento de mano de obra migrante. Desde el punto de vista analítico y luego, como sería deseable, también desde el punto de vista político, debemos intentar mantener estos dos niveles unidos. La categoría de inclusión diferencial puede ser una de las herramientas, aunque desde luego no la única, que nos permita hacerlo.
¿Qué escenarios de lucha cabe imaginar dentro de esta coyuntura de guerra? ¿Qué espacio hay para el movimiento antirracista dentro de un nuevo internacionalismo deseable?
Empezaría diciendo que hoy no hay ningún movimiento antirracista europeo. Hay movimientos antirracistas y luchas contra el racismo en toda Europa. He estado viviendo estos meses en Francia: aquí, en general, y en la región metropolitana de París en particular, el tema del racismo es fundamental e ineludible dentro de las luchas sociales, incluso más allá de las personas y organizaciones que se ocupan de manera específica de la cuestión.
Te comento mi impresión: me parece que respecto a hace veinte años —en los tiempos de la revuelta de las banlieues en 2005— se han producido avances importantes. En 2006 tuvimos un gran movimiento, fundamentalmente estudiantil, contra la “renta de inclusión”, sin que las chicas y los chicos de las banlieues participaran estructuralmente en él. Hoy la situación es muy distinta: la revuelta de las banlieues del año pasado ha generado un debate dentro de la izquierda, dentro de los movimientos y ha fomentado procesos amplios de politización.
En las banlieues del norte y noreste de París se dan las condiciones para una relación política completamente diferente. Por ejemplo, en las manifestaciones de las últimas semanas contra la extrema derecha se percibe el protagonismo de muchos chicos y chicas de esos contextos. El lema “Paris-banlieue-antifa” da cuenta de una dinámica de participación efectiva. Al mismo tiempo, el resultado electoral de la extrema derecha ilustra una situación obviamente difícil: ha construido su fortuna electoral sobre estos temas.
Como comentaba antes, no existe un movimiento antirracista europeo. Sin duda, hay experiencias de convergencia muy importantes, por ejemplo sobre la cuestión del salvamento marítimo: son redes europeas de las que cada día surge una contribución fundamental a la reinvención del antirracismo. En esta nueva coyuntura, el racismo cobra características peculiares: los movimientos antirracistas deben ser capaces no solo de luchar contra estas nuevas características, sino también de alguna manera de anticiparlas, de superarlas. Por ejemplo, me parece que, no solo en Europa, se está imponiendo una forma de racismo ligado al concepto de civilización. No es una novedad absoluta, pero cobra un significado distinto en esta coyuntura. La referencia constante a los valores europeos puede convertirse en un arma que restrinja violentamente los espacios de expresión y de vida de los millones de ciudadanos europeos y europeas de origen migrante y de los millones de mujeres y hombres que no tienen la ciudadanía europea, pero que se encuentran en Europa o están moviéndose hacia Europa.
¿Cómo se lucha contra el racismo de este tipo? Es una pregunta que hay que plantearse, posiblemente encontrando respuestas, en situaciones muy concretas, en el día a día de las luchas. Por otro lado, resulta útil reflexionar en términos generales, construyendo una Europa diferente, construyendo una manera diferente de estar dentro del espacio europeo. No creo que se pueda abandonar el espacio europeo como algunos proponen. Hay que reinventarlo, aunque parezca difícil hacerlo a estas alturas. Necesitamos una nueva imaginación: necesitamos reinventar la posición que tiene Europa en el mundo. No hay reinvención del espacio europeo sin reinvención del internacionalismo, y viceversa.
Traducido por Raúl Sánchez Cedillo a partir del original en Euronomade.