Hamás: de aliado de Israel a grupo terrorista
Hamás se ha convertido en el sujeto político central del conflicto entre Israel y Palestina y para entenderlo e ir más allá de clichés y etiquetas hay que remontarse a sus orígenes, en concreto a la Primera Intifada, el levantamiento popular palestino que estalló en el campo de refugiados de Jabalya, en la Franja de Gaza, en 1987. Las Fuerzas Armadas Israelíes, con uno de los ejércitos más poderosos del mundo, reprimieron brutalmente a palestinos que sólo contaban con piedras y otros objetos para defenderse. Había comenzado la conocida como “guerra de las piedras” o de las “Piedras contra balas”. Es en este contexto en el que surge Hamás, un movimiento inspirado en los Hermanos Musulmanes que combinaba islamismo y nacionalismo, liderado por el imán Ahmed Yassin, y que se presenta como alternativa al Movimiento Nacional Palestino (Al-Fatah), de base laica y panarabista y liderado por Yasser Arafat.
Por aquel entonces, Israel estaba muy interesado en debilitar a Yasser Arafat, la figura política más reconocible dentro de la resistencia palestina. Tanto es así que, tal y cómo se ha sabido más adelante, Israel participó activamente en la creación y expansión de Hamás en la Franja de Gaza entre la década de los años 60 y mediados de los años 80. Hamás, que aún no se había constituido como tal, funcionaba como un apéndice de la Hermandad Musulmana, proporcionando infraestructura social, religiosa y educativa a los refugiados palestinos recluidos en los campos. Es en ese contexto cuando el entonces primer ministro israelí Menachem Begin, comenzó a financiar a grupos palestinos islámicos contrarios a la Organización para la Liberación de Palestina. El objetivo era debilitar a su principal adversario, Yasser Arafat, y si para ello había que apoyar a organizaciones contrarias a la existencia del Estado de Israel se hacía: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Documentos consultados por el periodista Richard Sale en el Instituto Internacional de Políticas contra el Terrorismo de Israel revelan que este apoyo se materializó por primera vez en 1978, cuando el gobierno israelí comenzó a cooptar a palestinos islámicos entre las Ligas aldeanas y los líderes de la Hermandad. Les pagaban un sueldo, financiaban la construcción de mezquitas e incluso amparaban la creación de centros de formación de militantes integristas. La financiación provenía también de Estados árabes contrarios al laicismo de Arafat.
Esto es algo que han confirmado diferentes autoridades israelíes en las últimas décadas. Entre ellos el general israelí Yitzhak Segev, que actuaba como gobernador de Gaza, y que en una entrevista con The New York Times en 1981 reconocía explícitamente el papel de Israel en la expansión de Hamás: "El Gobierno de Israel me daba un presupuesto y yo se lo hacía llegar a las mezquitas", señalaba. El responsable israelí de asuntos religiosos en la Franja de Gaza hasta 1994, Avner Cohen, en una entrevista con The Wall Street Journal, dijo lo siguiente: "Hamas, a mi pesar, es una creación de Israel. Fue un error enorme y estúpido”.
El apoyo de Israel al germen de Hamás fue tal que las reuniones de Ahmed Yasin y Mahmud Zaha, fundadores del movimiento, con las autoridades israelíes en Gaza eran habituales. En 1979, Tel Aviv, les concedió un permiso oficial para abrir Mujama al-Islamiya, la organización caritativa que sirvió de plataforma para la creación de Hamás. También les concedieron permisos para abrir la Universidad Islámica de Gaza, donde se formaron muchos de los cuadros dirigentes de Hamás. Todo para contrarrestar la influencia política de la OLP y Yasser Arafat… Prueba de ello es que el apoyo de Israel al movimiento nacionalista islamista no se interrumpió en 1984, cuando se descubrió un alijo de armas en Gaza que, según el propio grupo religioso, iba a ser utilizado contra su rival político: la Organización para la Liberación de Palestina. No fue hasta 1989, dos años después de la constitución de Hamás, cuando Israel interrumpió su colaboración con el grupo islamista. El motivo: el asesinato de dos soldados israelíes. Ahí la respuesta del Estado israelí fue contundente: condenó a cadena perpetua a su antiguo aliado y fundador de Hamás, Ahmed Yasin, y deportó a casi 400 dirigentes del movimiento al Líbano. Si el primer error de Tel Aviv fue dar combustible a la expansión de Hamás en Gaza, el segundo fue ponerles en contacto con la formación libanesa de Hizbulá.
La consolidación y crecimiento de Hamás se produjo tras la firma de los Acuerdos de Paz de Oslo. En 1993, con la mediación de Estados Unidos, Israel y la OLP sellaron un acuerdo de paz con el que se pretendía poner fin a la guerra. Israel se comprometía a dar cierta autonomía a las autoridades palestinas a cambio de que estos reconocieran el derecho a existir del Estado de Israel. Para Arafat fue difícil convencer a los palestinos del acuerdo y Hamás encabezó la campaña de descrédito contra el líder de la OLP, acusándole de entreguista y de querer dividir a la Palestina histórica. Es entonces cuando el movimiento se radicaliza, se negándose a formar parte de la recientemente creada Autoridad Nacional Palestina y comenzando una campaña de ataques bomba contra objetivos militares y civiles israelíes. Hamás pasa a ser catalogado como grupo terrorista por Israel, Estados Unidos o la Unión Europea, pero sus apoyos dentro del territorio palestino empiezan a crecer. En este aumento de su popularidad tienen que ver las acusaciones de corrupción que pesaban sobre la Autoridad Palestina y Al Fatah, pero también su postura más intransigente respecto a Israel, que terminó incumpliendo los acuerdos alcanzados en Oslo.
La acumulación de fuerzas que hizo Hamás durante la Segunda Intifada se hizo patente en 2006, con la celebración de las elecciones legislativas en Palestina
La Segunda Intifada, iniciada en el año 2000, se caracterizó por su extrema violencia. Israel no reconoce a ningún interlocutor palestino y por ello no cabe salida política al conflicto, únicamente militar. Es entonces cuando Hamás se convierte en un actor político mucho más relevante. Aunque Al Fatah estaba en el Gobierno palestino, Hamás se hizo fuerte en el campo de batalla gracias a la colaboración con grupos islamistas de terceros países como Qatar, Líbano o Irán. Durante el levantamiento, cayeron sus principales líderes, como Ahmed Yassin o Abdel Aziz ar-Rantisi, pero su influencia política se disparó.
La acumulación de fuerzas que hizo Hamás durante la Segunda Intifada se hizo patente en 2006, con la celebración de las elecciones legislativas en Palestina. Hamás, el partido más radical, el catalogado internacionalmente como grupo terrorista, bajo el liderazgo de Ismail Haniya, ganaba las elecciones con una mayoría de 74 diputados y lograba así la legitimidad democrática que necesitaba. El documento oficial con el que se presentó a las elecciones denominado “Plataforma electoral para el cambio y la reforma” y el Programa de Gobierno de Unión Nacional, suponían además una ruptura ideológica respecto a la Carta Fundacional de Hamás: El islamismo pasaba a un segundo plano respecto al nacionalismo palestino; las referencias a la “lucha armada” dejaban de estar presentes; y la “destrucción de Israel” daba paso a la “solución de los dos Estados”. De este modo, Hamás arrasó con el apoyo de islamistas, pero también de nacionalistas palestinos laicos desencantados con Al Fatah que veían a Hamás mejor posicionado para conseguir arrancar concesiones a la derecha israelí. Además, los documentos enfatizaban la distinción entre judaísmo y sionismo, algo que contrasta con la Carta Fundacional de 1988, en la que ambos términos se utilizaban indistintamente: "Hamás afirma que su conflicto es con el proyecto sionista, no con los judíos por su religión. Hamás no lucha con los judíos porque son judíos, lucha contra los sionistas que ocupan Palestina. Son los sionistas, en cambio, quienes continuamente identifican el judaísmo y a los judíos con su propio proyecto colonial y su entidad ilegal", señalaba el texto. Hamás estaba dando un paso hacia un discurso mucho más político que religioso y trataba de alcanzar una solución al conflicto asumiendo las reglas de la democracia occidental. No les dejaron.