Netanyahu y sus socios ultras secuestran la democracia israelí
Una mezcla de nacionalistas, conservadores, ultrarreligiosos, mesiánicos, sionistas radicales, judíos de verdad, sin mestizajes raros, de derechas... Si tienes que describir la coalición que gobierna actualmente el Estado de Israel en un puñado de adjetivos, serían estos. Todo un prodigio de diversidad de calificativos para describir una corriente ideológica única y peligrosa, de ultranacionalismo religioso que se propaga en Israel cual metástasis, de la mano de Netanyahu y sus socios de gobierno, y que está marcando una profunda transformación de la sociedad y de la democracia israelí durante los últimos años.
El cliché al que todos recurrimos de “la única democracia en Oriente Próximo” se está quedando bastante gastado: en los últimos años en el país se han aprobado una serie de reformas que como mínimo ponen en cuestión esa naturaleza democrática. También se ha nombrado ministros a toda una pléyade de personajes que si no gritan ahora públicamente “muerte a los árabes”, es porque Netanyahu les ha pedido moderarse un poquito. Sí, es Netanyahu el que pide moderación… no es broma, más adelante les explicaré.
Hace cinco años, en 2018, la Knesset, que es el parlamento unicameral de Israel, aprobó una ley titulada “Ley fundamental: Israel como el Estado-nación del pueblo judío”. Un título largo para decir básicamente que Israel es solo para los judíos. El texto establece los derechos de los ciudadanos israelíes en función de su origen y sus creencias. “Solo los judíos pueden ejercer aquí exclusivamente su derecho natural, cultural, religioso e histórico a la autodeterminación”, reza. Si formas parte de la minoría árabe con pasaporte de Israel o si eres druso o si eres circasiano... mil disculpas. ¿Se imaginan cualquier país considerado democrático aprobar semejante ley? “Solo los católicos son ciudadanos en España”...
La Ley fundamental también establece que “el hebreo es la lengua del Estado de Israel”. Esto en la práctica significa que el árabe pierde su estatus de idioma oficial que compartía hasta aquel momento. De esta manera los palestinos, que, de facto, viven en el Estado de Israel, entre otras cosas porque Israel se niega a reconocer su Estado independiente, ya ni tan siquiera podrán dirigirse en su idioma a las instituciones que supuestamente administran su territorio.
La ley fue tachada de racista por los palestinos israelíes y por los diputados árabes que acusaron a la mayoría parlamentaria de instaurar un régimen de apartheid, ha habido protestas a las que se han sumado judíos pacifistas, simpatizantes de la causa palestina y formaciones de izquierdas. La respuesta de Netanyahu a esto fue que la ley del Estado nación es “indispensable”.
En 2022, cuando se formó un nuevo gobierno liderado por Netanyahu en el que encontraron cabida todo un abanico de ultras y sionistas religiosos, Israel fue escenario de las protestas más multitudinarias de su historia. El proyecto de reforma del poder judicial fue la gota que colmó el vaso.
Los socios nacionalistas y ultraortodoxos de Netanyahu aprobaron limitar los poderes del Tribunal Supremo. Su argumento fue que el pueblo les otorgaba a ellos la legitimidad de gobernar en solitario, sin que les molesten unos jueces a los que nadie eligió en las urnas. Y aquí viene la “joya de la corona”: la denominada “cláusula de elusión”, un recurso que permite a 61 diputados anular cualquier decisión del Tribunal Supremo.
El Tribunal Supremo fue la única institución a la que podían recurrir los palestinos para defender sus derechos. El hecho de que la coalición de ultranacionalistas pueda anular cualquier decisión suya, permite destrabar el levantamiento de más asentamientos en Cisjordania.
Otra cosa que buscan cambiar es la denominada Ley del Retorno, que permitía a cualquiera que demostrase su procedencia judía instalarse en el Estado de Israel, recibir ayudas estatales, aprender el idioma, etc.
Si creen que aquí las iniciativas transformadoras se terminan, esperen. El organismo que nombrará a los jueces del Tribunal Supremo estará bajo el control de la mayoría gobernante en un “yo me lo guiso, yo me lo como”. Y se prevé reescribir algunos artículos del código penal para reducir el número de procesamientos por corrupción de miembros de la clase política.
Otra cosa que buscan cambiar es la denominada Ley del Retorno, que permitía a cualquiera que demostrase su procedencia judía instalarse en el Estado de Israel, recibir ayudas estatales, aprender el idioma, etc. La quieren hacer más estricta: si no eres lo suficientemente judío no eres bienvenido. Si te convertiste al judaísmo en el extranjero o si lo hiciste en Israel pero con un rabino liberal, no eres de fiar. Tu conversión solo vale si la llevó a cabo el gran rabinato de Israel, y solo siendo un descendiente no muy lejano de gente suficientemente judía.
¿Quién está detrás de las iniciativas?
Una de las estrellas de este gobierno se llama Itamar Ben-Gvir. Es el ministro de Seguridad Nacional y también está al frente de la Policía Nacional. Es el líder de un partido racista cuyo nombre deja ya poco espacio a la imaginación: Poder Judío. También es un colono radical, si es que es posible que haya algún colono que no lo sea, de un asentamiento en Hebrón. El Ejército israelí no lo alistó en su momento por considerarlo demasiado racista, fue condenado ocho veces por incitación al racismo, vandalismo y disturbios.
A los israelíes de izquierdas los tacha de traidores y al pueblo palestino, de terroristas. El pasado otoño a Ben Gvir lo filmaron en Jerusalén Este con una pistola en la mano amenazando a palestinos. De vez en cuando se le puede ver realizando ritos talmúdicos en Al Aqsa, uno de los lugares más sagrados para los musulmanes. Ahora llama al pueblo israelí a tomar las armas contra los enemigos... y los enemigos ya podemos deducir quiénes son: no los palestinos armados, sino los civiles palestinos en su conjunto.
Otro personaje dentro de este grupo es el ministro de finanzas, Bezalel Smotrich, colono radical también, conocido por declaraciones como la afirmación de que “el pueblo palestino no existe”. La Autoridad Palestina para Smotrich es una entidad terrorista y por lo tanto, su misión consiste en desterrarla y seguir construyendo asentamientos.
Está también a cargo del órgano del Ministerio de Defensa que gestiona los asuntos civiles de los palestinos en los territorios ocupados. Partiendo de esos preceptos, ya nos podemos imaginar cómo los gestiona. Hace unos meses, por ejemplo, propuso “borrar Huwara”, un pueblo cisjordano que acababa de sufrir un “pogromo” por parte de colonos radicales.
De Israel todos tenemos siempre en cuenta las enormes ilusiones que generó su creación, lo bonito que podía ser que un pueblo tan machacado y perseguido en Europa durante siglos, y no solo por el nazismo, tuviera la oportunidad de crear su propio Estado y sentirse seguro y respetado en él.
En los primeros momentos, hubo movimientos importantes de izquierdas, algunos de los cuales integraban tanto a palestinos como a israelíes en pro de una convivencia pacífica y plural, en una sociedad justa y abierta. Pero, como advirtieron algunos intelectuales judíos, ya décadas antes de la creación del Estado de Israel, el nacionalismo es una enfermedad que no entiende de razas ni religiones y que podía afectar también a los israelíes. Igual que el fanatismo religioso no es solo propiedad de los islamistas. Y esas son las ideas que parece que han acabado imponiéndose en este Estado. Nos horroriza que grupos ultraderechistas se hagan con el poder en países europeos, pero si se trata de Israel parece que no tiene tanta importancia. Pues bueno, al final lo que demuestra la ultraderecha, en cualquier parte del mundo, de cualquier raza o religión, es que es eso… ultraderecha racista, nacionalista, excluyente. Por más que manden a transexuales a Eurovisión, que está muy bien, que lo apoyamos plenamente… pero eso no tapa todo lo demás.
Aquí puedes ver el capítulo completo de La Base en el que se trató el tema: