Qué significa el cambio del ministro de Defensa de Putin para la guerra de Ucrania
Se cumple un año del famoso vídeo del “accidentalmente” fallecido jefe de Wagner, Evgueny Prigozhin, preguntando a gritos, entre insultos, al ministro de Defensa ruso y al jefe de Estado Mayor aquello de “¿dónde están las municiones?”. El señor de la guerra que marchó hacia Moscú contra el entonces ministro de Defensa Serguéi Shoigu en agosto pasado, hoy vería su reclamo parcialmente cumplido: más de dos años después del inicio de la invasión de Ucrania, Rusia tendrá un nuevo responsable de ese Ministerio, un cambio fundamental para un país en guerra.
Después de asumir su quinto mandato como presidente de Rusia el pasado 7 de mayo, Putin firmó un decreto sobre la estructura del nuevo gobierno. En esa nueva configuración algunos ministros lograron mantener sus sillones, otros fueron ascendidos o movidos a cargos más simbólicos y hubo un cambio esencial e inesperado: se propuso designar como ministro de Defensa a quien se desempeñó hasta ahora como vice primer ministro de Rusia, Andrey Belousov. Primer cambio en la cartera de Defensa en 12 años.
Pero ¿Quién es Belousov? Lo primero que llama la atención es que no es militar, es civil: es un economista de 65 años, con una larga trayectoraa en cargos públicos. Fue ministro de economía y asesor económico de Putin durante muchos años. Es partidario del modelo keynesiano de la economía: aumento del gasto público para estimular la demanda agregada.
De hecho, se le considera uno de los arquitectos del ‘keynesianismo militar’ ruso que, al menos a corto plazo, ha sido relativamente exitoso. Después de aquellos vaticinios generalizados de un inminente desplome de la economía rusa como resultado de las miles de sanciones y del aislamiento, esta no sólo no se ha desplomado, sino que en 2023 mostró un crecimiento del PIB de un 3,6%, según Rosstat.
El hecho de que precisamente uno de los promotores de ese keynesianismo militar pase ahora a dirigir la cartera de Defensa, en plena guerra, indica que el país se está reorganizando económicamente para afrontar un conflicto largo. Y de lo que se va a encargar el nuevo ministro de Defensa es de configurar una economía de guerra eficaz de cara a años de confrontación y de gestionar una guerra de desgaste contra Occidente.
Es decir: economía de guerra, aumento del gasto en defensa, militarismo exacerbado, sin perspectivas de paz a la vista. En definitiva algo parecido a lo que se proclama en Europa.
Ahora bien, ¿por qué lo eligen a él? A nivel oficial —del secretario de prensa de Putin, concretamente— dicen que se trata de empotrar la economía de todo el bloque de defensa en la economía del país, en un momento en el que los gastos en defensa suponen ya un tercio del total del presupuesto estatal. Eso significa que el Ministro de Defensa no se va a dedicar a asuntos relacionados con el frente, la movilización o los ataques contra Ucrania, para eso está el Estado Mayor y su jefe, Valery Guerasimov, que mantiene el cargo.
De este modo, el Ministerio de Defensa, aparentemente, cambia de enfoque, convirtiéndose en un conglomerado que se supone que será el motor de la economía y de la guerra: con un gasto en defensa disparado, se tratará de destinar esos recursos a la producción de drones, sistemas de transporte y de vigilancia, satélites, nuevos materiales, etc. Y también de garantizar los suministros y la logística y de modernizar todo el complejo militar industrial que ya sabemos que a la larga necesitará de guerras interminables para alimentarse.
En la prensa internacional también se ha analizado este nombramiento. En una publicación sobre Andrey Belousov en el Financial Times aseguran justamente que su nombramiento indicaría que el objetivo de todo es una renovación completa del complejo militar industrial. “Beloúsov no hizo el servicio militar y es fiel a Putin”, escriben citando a una fuente que lo conoce desde hace décadas. “No es corrupto en absoluto. Va a ser muy diferente de todo lo que tenemos ahora en el Ministerio de Defensa. Shoigu y toda la gente a su alrededor eran unos auténticos comerciantes. Es trabajólico, tecnócrata, muy honesto y Putin lo conoce bien”. También añaden, citando a otra fuente, que el gasto en defensa ruso aumentará aún más, porque el nuevo ministro es partidario de inflar la economía con ‘cash’ a través del sector de la defensa”.
Por su parte, las fuentes en ruso destacan su formación soviética, lo cual supuestamente significaría que los gastos se someterán a un control más estricto, que no es tan privatizador como los liberales que han rodeado a Putin durante años y que habrá poco margen para la corrupción. De la corrupción también habla el estadounidense Instituto para el Estudio de la Guerra: sus expertos consideran que el cambio de ministro de Defensa es una muestra de las preocupaciones de Putin sobre los niveles de corrupción y el mal uso de fondos dentro del Ejército. Al final, lo que puso de manifiesto Prigozhin en su momento, con sus protestas subidas de tono y su posterior intento fallido de asonada, fue precisamente la ineficacia del ministro de Defensa a la hora de garantizar que el enorme volumen de dinero público que se invierte en la guerra llegue al frente y no al bolsillo de ciertos particulares.
Y el caso es que estos cambios ministeriales se producen pocas semanas después de que el Ministerio de Defensa ruso volviese a estar en el ojo del huracán por la detención de su viceministro, Timur Ivanov, al que se va a juzgar por corrupción.
Concretamente se le acusa de haber favorecido a empresas privadas con contratos con el Ministerio de Defensa a cambio de sobornos millonarios. El arresto fue ampliamente publicitado en Rusia, porque se trata de uno de los peces más gordos dentro de la jerarquía gubernamental, que en su momento fue el responsable de la reconstrucción de la ocupada Mariupol. En Rusia se le conocía desde antes de la invasión por figurar en las listas de Forbes como uno de los funcionarios más ricos del país y por su extrema cercanía al ya exministro de defensa Shoigu. Parecía intocable. Cuando se le mostró en los medios, uniformado y con sus medallas en el pecho, presentándose ante el juez en la “pecera” de cristal que ocupan los criminales en los juicios en Rusia, ya se podía suponer que venían vientos de cambio.
Desafortunadamente, esos vientos de cambio parecen llevarnos hacia una eternización de la guerra, lo que a su vez servirá de argumento para seguir aumentando el gasto militar en Occidente, hasta ver quién tiene más maquinaria para matar.
El caso es que actualmente Rusia parece estar orientando toda su economía hacia la “operación militar especial”. Y en este punto merece la pena retomar el tema del keynesianismo militar, del que Andrey Belousov ha sido promotor en estos últimos dos años. La resiliencia de la economía rusa, inesperada para numerosos expertos y analistas económicos, especialmente para los occidentales, se debe a varios factores: unos elevados precios de energía, que pese a las sanciones garantizaron el flujo de divisas hacia el país; un giro hacia el sur global en sus relaciones comerciales y un aumento considerable del gasto en la mal llamada defensa. Esto se tradujo en que la guerra se convirtió, a fin de cuentas, en un motor de la economía: la demanda de armamento supuso un auge para la industria militar y las industrias auxiliares; la destrucción de ciudades en los territorios ocupados garantizó trabajos de reconstrucción y todo ello supuso un aumento de la demanda de mano de obra y, por lo tanto, del empleo. En estos dos años, la militarización se financió con cargo al déficit presupuestario. Según los académicos Volodymyr Ischenko, Ilya Matveev y Oleg Zhuravliov, que llevan meses analizando los resultados del keynesianismo militar ruso, todo ello contribuyó a la recuperación económica del país e incluso aumentó el apoyo a la guerra entre aquellos grupos de población cuyo bienestar mejoró de algún modo gracias a la economía de guerra.
Se pagan salarios muy elevados a los soldados que firman contratos para ir a la guerra y esa es una de las razones por las que no vemos esas imágenes de movilizaciones forzosas, como las que llegan desde Ucrania. Hay transferencias monetarias a las familias de los heridos o muertos en combate y todo ello, de forma muy siniestra, supuso que la gente más pobre en un país tan desigual como Rusia, recibiera algo más de dinero como resultado de la guerra. Es decir, en definitiva la guerra hizo que los recursos se distribuyeran de forma más equitativa (aunque sea para pagar los entierros), que la tasa de desempleo se ubicara en niveles históricamente bajos y que los salarios, sobre todo en el sector militar, se dispararan. Ahora bien, lo que no está claro es hasta qué punto es sostenible ese modelo de keynesianismo militar.
En ello se centra también el debate académico. A corto plazo claramente ha funcionado. Lo que pasará a largo plazo no está tan claro. La escasez de mano de obra en Rusia es brutal y no hay forma de reponerla: recordemos que alrededor de un millón de personas trabajadoras salieron del país después del inicio de la invasión. Obviamente, para inflar de dinero el sector bélico se aplica la motosierra en la economía civil, especialmente en la sanidad. La desinversión sistemática en la ciencia a lo largo de años también pone en duda la capacidad tecnológica que puede desarrollar el país estando bajo sanciones de todo tipo. Habrá que ver cómo evoluciona todo esto. Lo que está claro de momento es que el país está emprendiendo un camino de profunda transformación económica en la que se planea que la guerra o la “defensa” o la “seguridad”, como quieran llamarlo, va a funcionar, más aún, como el motor de todo su funcionamiento.
Una mala noticia teniendo en cuenta algunos ejemplos que existen por el mundo. Uno de los más claros es el de Israel, un país que destina más del 5% de su PIB a la guerra, que se especializa en tecnologías de ocupación, vigilancia y represión que vende luego al mundo (con la etiqueta de “probado en combate”) y obtiene así suculentas ganancias. El problema de todo ello es que para funcionar así durante años necesitas guerras. Guerras que garantizan ese crecimiento económico. Un crecimiento económico que, a su vez, se debe a la guerra. No habrá conflicto nuclear, porque no da dinero. Pero sí que habrá una guerra eterna, porque eso sí que garantiza pingües beneficios para determinadas élites de todo el mundo.
Puedes ver la intervención de Inna Afinogenova en el episodio completo de La Base por Canal Red aquí: