Trump vs. Haley, la desigual primaria en el Partido Republicano
Donald Trump encabeza con severa contundencia las primarias del Partido Republicano para las elecciones del 5 de noviembre de 2024. Ni siquiera en la primaria de New Hampshire, particularmente independiente y, por ende, más favorable a Nikki Haley, pudo la ex gobernadora de Carolina del Sur superar al ex presidente. Por delante quedan todavía varios meses y una enorme variedad de enclaves importantes para la nominación, como la propia Carolina del Sur o aquellos distritos que votan simultáneamente en el “Súper Martes” (donde se eligen 874 delegados) del 5 de marzo: California, Texas, Texas, Tennessee Utah, Oklahoma, Alabama… No obstante, la carrera por la candidatura republicana a la Casa Blanca parece cercana a estar definida: los resultados obtenidos por Trump en el caucus de Iowa fueron de récord y la tempranísima “caída” de Ron DeSantis de la carrera para apoyar al propio Trump —y, de paso, colocarse idóneamente en el reparto de roles, cargos y liderazgos de un posible futuro gobierno del magnate— augura una victoria cómoda durante la mayoría de las citas electorales.
Por el momento, Haley no se baja. “This race is far from over”, lanzó en un tono victorioso que contrastaba con la victoria de Trump en el estado que, según el propio entorno de Haley, iba a impulsar su candidatura. En realidad, la posición de la que fuera embajadora estadounidense en las Naciones Unidas durante la presidencia del propio Trump es políticamente comprensible. En tiempo de primarias, los liderazgos en el país se consolidan y se forjan esquemas competitivos en el largo plazo. En este sentido, es altamente probable que Haley no esté pensando tanto en 2024 como en 2028, para lo cual las primarias actuales jugarían un papel de “inversión inicial”. En el mediatizado y costoso juego político de Estados Unidos, las carreras por la nominación son caras, muy caras —motivo que sin duda ha facilitado la decisión de DeSantis—, pero esto no es un problema para una Nikki Haley cuya financiación goza de buena salud. Quedando solo ella y Trump, lo que le confiere un altavoz gigantesco al erigirse como la única voz discordante al ex presidente, su figura no hará sino agrandarse durante el tiempo en el que se mantenga como precandidata.
Además, los caucus y las primarias generan “activos” para negociaciones a futuro. En un Partido Republicano hegemonizado por la derecha radical, trumpizado más allá de la figura del ex presidente, Haley no puede sino tratar de construir una alternativa de medio y largo plazo concentrando tras de sí las sensibilidades “tradicionales” del partido, aquellas no adscritas a la ola que domina al espacio político de la derecha nacional. Dichos sectores críticos con el trumpismo existen, aunque no son mayoría; están destinados a jugar un contrapeso en el republicanismo y quien los lidere se ganará el derecho a competir por la dirigencia en 2028 y a obtener puestos de mayor o menor peso en un hipotético Ejecutivo de Trump —tanto mayores serán estos puestos cuanto más aguante Haley en la carrera y cuanto “menos malos” sean sus resultados en los caucus y en las primarias—.
Familia, institucionalidad democrático-burguesa e injerencismo exterior. “La cosa sana” del Partido Republicano pre Trump es la identidad que Nikki Haley viene a representar en un contexto en el que su retórica, imperialista y conservadora, resuena a “centro democrático” en comparación a las diferentes expresiones “ultra” en el partido: Trump, DeSantis, Ramaswany… Internacionalmente, Haley es una de las personalidades políticas con un mayor grado de “aceleracionismo” imperialista. Como el resto, coincide en lo estructural (que Estados Unidos debe poner el foco en Asia-Pacífico), aunque discrepa en varios aspectos de coyuntura. Para Haley, Ucrania es el escenario de una guerra proxy en la que Estados Unidos debe volcarse para confrontar directamente con Rusia; Trump, por su parte, es marcadamente reacio a continuar por la senda del apoyo directo a Ucrania y reitera aquello de que no hubo guerras durante su presidencia. En línea con la sinofobia de la política exterior estadounidense, tendente a la recuperación de un orden unipolar que ya es mera ficción, Haley redobla su perspectiva belicista en Europa del este: “Una victoria de Rusia es una victoria de China”. Se reconoce militarista y focaliza en Taiwán, donde Estados Unidos dispone de uno de sus enclaves más importantes en la dinámica de presión sobre la República Popular.
Para ser “nominado” candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, deben obtenerse al menos 1.215 delegados durante la totalidad del proceso de primarias del partido. Aunque solo se han cumplido dos fechas, la tendencia es clara: Trump podría ser virtual o incluso matemáticamente candidato del partido tras el 5 de marzo, cuando los ya mencionados 874 delegados serán elegidos en California, Texas, Carolina del Norte, Tennessee, Alabama, Virginia, Oklahoma, Arkansas, Utah, Massachusetts, Minnesota, Colorado, Alaska, Maine, Vermont y la Samoa americana. Antes de esta fecha, hay algunos días clave: el 24 de febrero los republicanos votan en Carolina del Sur, el núcleo de apoyo de Haley; el 2 de marzo convergen los caucus de Idaho, Michigan y Missouri, combinando para 125 delegados.
En cualquier caso, y pese a su inherente carga especulativa, pueden adelantarse algunas de las implicaciones que tendría para el mundo una probable candidatura de Donald Trump y la consiguiente posible elección del magnate como presidente del hegemón del eje imperialista. La política exterior de Trump no difiere en lo estructural, pero quizá sí en lo coyuntural de la aplicada por Biden y de la defendida por Haley; es más, el antecedente de su presidencia entre 2016 y 2020 nos ofrece una cierta referencia. Trump coincide con la que ha sido la línea general de la estrategia imperialista de Washington en los últimos 16 años, el Pivot to Asia.
A grandes rasgos, este lineamiento plantea que el crecimiento autónomo del proyecto económico y político de China y de su Partido Comunista es el único riesgo real, tangible, al persistente deseo de las élites político-económicas del régimen estadounidense de dirigir los designios de la humanidad toda. Las clases dominantes norteamericanas tienen siempre como reto impedir que se consolide cualquier potencia que cuestione su monopolio en la esfera económica, militar, política y cultural. La alianza de los centros del sistema-mundo capitalista que tuvo lugar durante los años posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial edificó un bloque imperialista en el que las distintas potencias ya no pugnaban entre sí (como lo hacían en la etapa “leninista” del imperialismo), sino que se unían en una coalición de intereses para asegurar conjuntamente el dominio de las periferias e impedir las revoluciones nacionales que en aquellos puntos propulsaban un desarrollo económico autónomo (ya fuera en la forma de socialismos nacionales o de nacionalismos industrialistas).
Trump busca consolidar esta lógica, y a diferencia de Biden y Haley quiere incluso “abandonar” escenarios secundarios como Ucrania, aunque en Oriente Medio ha sostenido una postura marcadamente proisraelí en concordancia con la tradición del Partido Republicano. Para Trump, la política exterior del eje imperialista no solo tiene que estar estructuralmente dirigida hacia Asia-Pacífico, sino que debe dirigirse tácticamente también allí. Sería de esperar que Trump redoblase la injerencia en Taiwán, aprovechando que el DPP ha revalidado su mandato tras la victoria del ya presidente Lai Ching-te. Es también de esperar que persistiese en sus esfuerzos por reforzar las alianzas con Australia, Japón, Corea del Sur, Tailandia y Filipinas. También es probable que insistiese en sus avanzadas diplomáticas para forjar nexos bilaterales con actores de la ASEAN con los que en la actualidad China sostiene un buen vínculo. Y, por supuesto, trataría de sostener el statu quo en la península de Corea: Washington no puede permitirse perder aquella base operacional —Seúl— que ha conservado durante los últimos setenta años.
Es probable que Trump gane las primarias y es posible que le gane las elecciones a Joe Biden. En cualquier caso, lo estructural de la política exterior de Washington no está en juego, aunque sí podrían estarlo la institucionalidad democrático-burguesa-oligárquica estadounidense o la posición de Washington frente a Ucrania. Al mismo tiempo, la victoria de Trump reforzaría a un bloque ideológico en auge en América Latina: el de las nuevas derechas radicales que, sin mucho disimulo, imitan a Trump con cierta frecuencia.