La esclavitud de los negros
La Sociedad Abolicionista Española fue fundada el 7 de diciembre de 1864 por el republicano puertorriqueño Julio Vizcarrondo. Esta sociedad se convertiría en la punta de lanza del movimiento abolicionista español contra los intereses del bloque esclavista conformado por la monarquía, la nobleza, la burguesía y los capitanes generales de Cuba y Puerto Rico. El 10 de junio de 1866 la Sociedad Abolicionista convocó un certamen poético cuyo primer premio fue ganado por Concepción Arenal. Su composición sería publicada en ese mismo año en la antología El cancionero del esclavo, también seria impresa en las páginas de la revista El Aboliconista el 20 de febrero de 1875. Esta transcripción es una selección del valiente poema antiesclavista de Arenal.
“El altar del bien público, como el de la Divinidad, no exige sacrificios bárbaros: tened presente que las lágrimas del dolor son abrasadoras, y nunca compondréis con ellas una bebida refrigerante, porque contienen un veneno corrosivo que os devorará las entras.”
Bentham
[…]
¡Horrible esclavitud! En tu presencia
¿qué mano generosa
suscribir quiere la sentencia odiosa
que entrega a la codicia la inocencia?
¿Quién pone tu dogal, tu marca imprime?
¿Quién en cólera justa no se inflama?
¿Quién, angustiado el corazón, no gime
y a Dios y al mundo en su socorro llama?
¡ESCLAVITUD! ¿Cómo este horrible nombre,
que es opresión, iniquidades, llanto,
fuerza brutal, depravación, espanto,
puede el hombre escuchar? ¡Qué digo el hombre!
Dijérase que aterra,
que inspira el horror mismo
en el mar proceloso, en la ancha tierra,
de la región del sol, hasta el abismo.
[…]
Un día llamará el Juez Soberano
al opresor cruel y al oprimido
esclavo por la muerte redimido
que hará temblar a su feroz tirano
en la terrible hora
diciéndole con voz aterradora:
«¿Qué has hecho de mi claro entendimiento?
¡Entregarle al verdugo y al tormento!
Viste de mi martirio la tortura
con semblante sereno,
siempre agotando el cáliz de amargura,
por ti, siempre cruel, otra vez lleno
de mis gritos de agonía,
mis blasfemias y horribles maldiciones.
tu justicia es el cuero que desgarra,
tu moral el terror que me amedrenta,
tu piedad es la cólera sangrienta,
tu ley es la cadena que me amarra.
¿Con qué infernal, impío privilegio,
mártires haces y les niegas palma?
Has profanado el templo de mi alma
con nefanda impiedad y sacrilegio.
¿Dónde está mi virtud, mi honor, a dónde?
¡Mis delirios sangrientos, increíbles,
mis vicios y mis crímenes horribles,
son tuyos, tu obra son, de ellos responde!
¿Quién es vil? ¿quién infame…?
Cuando el Juez Infalible, Soberano,
los reos de opresión airado llamo
y los coloque a la siniestra mano,
¡Quién pudiera exclamar, allá en la tierra:
¡Impía ESCLAVITUD! Te hice la guerra;
El anatema por mi Dios lanzado
de fuego en caracteres dejé escrito,
con voz atronadora la he maldito,
con lágrimas de sangre la he llorado!»
[…]
¿Miraréis sin horror el negro crimen
de lesa humanidad?... ¡Oh, no! ¡Almas buenas,
romped esas cadenas,
llevad santo consuelo a los que gimen!
¡Hombres, venid a redimir al hombre;
La causa es santa, desertarla mengua!
[…]
¿Qué importa quien os llama?
¿Para clamar: «¡Honor! ¡Justicia al hombre!»
es menester un nombre
que llene el ancho mundo con su fama?
[…]
Voz de mi corazón, acento mío,
tú, no mueras sin eco en el vacío
al desprenderte de mi pecho amante,
que de horror se estremece,
como la roca desgajada, crece,
y corre, y sé robusta, y sé gigante.
¿Nadie te ha de escuchar? Triunfará impía
esa horrible maldad que al mundo espanta?
¿El noble grito de la causa santa
ha de morir sin eco, patria mía?
¿Tu pueblo ha de llegar a la presencia del
infalible Juez y ser maldito?
¡Que vuelve en ti, ya es hora, yo te cito
Al Tribunal de honor y de conciencia!
¡Dime! ¿Quieres ser sola
escándalo de pueblos y de reyes
la que el derecho y la justicia inmola
al sancionar tus execrables leyes?
[…]
A los míseros padres
se vedan los más puros regocijos
y se roban las madres a los hijos,
y se arrancan los hijos a las madres;
se contempla el dolor con fría calma,
se vende el cuerpo, se aniquila el alma.
Cobarde, suspicaz la tiranía,
allí sueña, temblando, rebeliones,
y al tormento le pide confesiones,
y el verdugo que acabe la obra impía.
Sedienta la codicia de un tesoro,
criminales inventa, hiere, mata,
o miente compasión y los rescata;
de la inocente sangre brota el oro
¡Oh Esclavitud! Dónde execrable imperas,
¿Con que fuego infernal el pecho inflamas?
¿De los hombres no basta que hagas fieras?
¡Las mujeres también! ¡Las nobles damas!
¡Vergüenza! ¡Horror! Mirad, mirad aquella,
tras de pueril querella,
que en leona furiosa se convierte,
de la esclava sujeta al fiero yugo,
juez sin Dios y sin ley, feroz verdugo,
gozarse en los tormentos y en la muerte
el mercader infame, el hombre-hiena
que vil trafica con la raza triste,
a sus naves la arrastra y encadena;
allí… ¡Qué horror! El alma se estremece,
la crueldad tortura, el hombre mata,
el pudor se atropella y escarnece…
el poder del infierno se dilata.
Avaricia feroz, torpe cinismo,
todo un mundo de horror, de inquietudes…
[…]
¿Cuál es la tierra impía,
el pueblo miserable y degradado
que se presta cruel a ser mercado
de aquella desdichada mercancía?
¡Uno tan solo! Y al surcar las olas
ese navío temeroso, incierto,
de todos execrado, encuentra puerto
solamente en las playas españolas.
¡Oh vergüenza! ¡Oh dolor! ¡Oh patria mía!
La triste frente esconde.
[…]
Pero, ¿qué es el honor, dime, lo sabes?
¿Es el valor indómito en la guerra?
¿En cubrir de cadáveres la tierra,
y los abismos de vencidas naves?
¿Es el mundo sentir que viene estrecho
y quererle llenar de tus hazañas?
Si eso piensas te engañas:
el honor es la fuerza y el derecho
¿En América luchas? Si vengada
cruzares el Pacífico altanera,
mientras cobije esclavos tu bandera
grande no puedes ser ni respetada.
el deber en los nobles corazones,
ni la verdad que de los labios brota,
¿ha de quedar aniquilada y rota
por el fiero tronar de tus cañones?
¡No, no! Los ayes de la triste raza
que sujetas cruel a la coyunda,
cubren tu pabellón de mancha inmunda
y atraviesan tus naves de coraza.
Y aunque la fama hasta los cielos suba
de tu heroico valor y tus hazañas,
corroe tus entrañas,
gusano vil, la esclavitud de Cuba.
En vano triste acudes,
la ley invocas, de rubor cubierta;
en vano, sigue abierta
la sima del honor y las virtudes.
Los crímenes allí son celebrados
la cínica impiedad no se recela;
allí es la gran escuela
propia para formar grandes malvados.
La esclavitud te lanza
un pueblo que no escucha tus gemidos;
sus hijos le devuelves corrompidos,
¡oh América! ¡terrible es tu venganza!
Mas, ¿por qué la provoca?
¿Qué derecho, qué ley, qué Dios invoca?
El tiempo… El interés… De Cuba el suelo
con dolor se fecunda, con espanto;
ha de menester del oprimido el llanto…
es el rocío que le envía el cielo.
[…]
¡Oh amigos del que sufre! ¡Oh mis hermanos!
¡Oh buenos hijos de la patria mía!
Que luzca esplendoroso el bello día
que esclavos no consientan ni tiranos
rechazad con horror la vil herencia
que los siglos culpables os legaron
cuando impíos al hombre encadenaron;
no aleguéis el temor de la impotencia,
no tened voluntad, con ella es fuerte
quien la justicia eterna firme invoca;
no; tened voluntad, ella convierte
la deleznable arena en dura roca.
La ferviente plegaria, el celo santo,
no se pierden sin eco en el vacío;
[…]
¡Oh, patria! Lava ese borrón inmundo,
antes que, escarneciendo tus blasones,
se tu maldad se escandaliza el mundo
y a su barra te llamen las naciones,
y desde el Neva a la región remota
pregonen los verdugos tu injusticia.
Y clavando tu nombre en la picota
por la fuerza te impongan la justicia.
[…].