La resistencia obrera en Reinosa: una herida abierta en la memoria colectiva
En la primavera de 1987, Reinosa, una ciudad cántabra, enfrentó una crisis crucial marcada por la indignación y las protestas debido a una drástica reconversión industrial que amenazaba con despedir a alrededor de 500 trabajadores de la reconocida empresa “Forjas y Aceros de Reinosa”, antes conocida como la Naval. Desde su fundación en 1920, la factoría desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la ciudad, inicialmente dedicada a la fabricación de cañones navales y piezas de barcos.
A lo largo de los años, la fábrica diversificó su producción y se convirtió en uno de los centros industriales más prósperos del norte de España. Sin embargo, la llegada de armamento estadounidense en los años 60 marcó un declive en la demanda de los productos de la factoría Naval. En 1968, una nueva factoría de la empresa Farga Casanova se instaló en los terrenos de la Naval, proporcionando empleo a nuevos trabajadores.
La década de los 70 trajo consigo cambios significativos, con la integración de la Naval en la sociedad estatal “Astilleros Españoles” en 1970 y la producción de cañones de carros de combate a partir de 1975. La crisis económica internacional y la falta de pedidos llevaron a la reconvención de la fábrica en 1981, separándose de Astilleros Españoles y adoptando el nombre de “Forjas y Aceros de Reinosa”. No obstante, la crisis persistió y en 1986, la empresa anunció una reconversión industrial para modernizarse tecnológicamente, implicando una reducción significativa de la plantilla.
El 4 de marzo de 1987, la empresa presentó un expediente de desempleo que contemplaba 463 bajas, 59 prejubilaciones y 404 despidos directos, generando una profunda indignación en la población reinosana. Familias enteras, que habían dedicado generaciones a la factoría, se enfrentaron de repente al desempleo debido a “la situación internacional”. La factoría Naval, el corazón económico de Reinosa, estaba en crisis, amenazando la supervivencia de la ciudad.
El gobierno de la época, liderado por el PSOE, fue señalado por muchos trabajadores como responsable de la crisis de la Naval. Alegaban que cuando formaba parte de “Astilleros Españoles”, la factoría no recibía contratos adecuados, pues el gobierno dirigía pedidos a otras factorías del Estado. Esta percepción contribuyó a la indignación y la sensación de abandono por parte de los trabajadores.
El 8 de marzo, la noticia de que Enrique Antolín abandonaba la presidencia de Forjas y Aceros para asumir la “Consejería de Obras Públicas” del Gobierno Vasco desató la ira en la población. Se interpretó como un premio político por colaborar en la situación de desempleo en Reinosa. El 11 de marzo, los trabajadores retuvieron contra su voluntad al presidente Antolín, buscando retrasar su jura de cargo y llamar la atención sobre su situación.
La solidaridad entre los trabajadores se hizo evidente cuando los empleados de la Farga y Cenemesa se unieron a la retención de Antolín. A pesar de las conversaciones, el gobierno no mostró disposición para comprometerse con los trabajadores. El 12 de marzo, la Guardia Civil recibió instrucciones para liberar a Antolín. La entrada violenta de 300 antidisturbios en la factoría desencadenó enfrentamientos y la activación de la sirena de la fábrica para alertar a la población.
La respuesta de la Guardia Civil indignó a los trabajadores, quienes se atrincheraron en los talleres. La batalla campal que siguió involucró a la población de Reinosa, que se enfrentó a la Guardia Civil en las inmediaciones del “Parque de Cupido”. Este episodio, emulado como una resistencia en estado de guerra, resultó en más de cien heridos graves entre trabajadores y agentes.
La situación escaló cuando Enrique Antolín fue liberado y pudo jurar su cargo en Vitoria el 13 de marzo. La prensa nacional, afín tanto al franquismo como al PSOE, criticó a la población y los trabajadores, minimizando la violencia de la Guardia Civil. La tragedia culminó el 16 de abril, cuando la Guardia Civil cargó brutalmente contra una concentración pacífica en el “Parque de Cupido”, resultando en 85 heridos graves y la muerte de Gonzalo Ruiz García, trabajador de Forjas y Aceros.
La prensa nuevamente culpó a los trabajadores, olvidando la actuación de la Guardia Civil. Los sucesos trágicos de ese día quedaron impunes, y la ciudad de Reinosa experimentó un debilitamiento constante. A pesar de la solidaridad inicial, la lucha obrera se desvaneció, y la ciudad se sumió en un declive, perdiendo población y convirtiéndose en una sombra triste de su pasado.
El triste desenlace de la lucha en Reinosa en 1987 dejó lecciones sobre la reconversión industrial y la importancia de la solidaridad obrera. Además, puso de manifiesto la necesidad de un trato justo por parte de políticos y sindicatos. La trágica huelga de Reinosa en 1987 sigue siendo un recordatorio de la lucha por los derechos laborales.