“Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga. Quiero que no me abandones, amor mío, al alba”
Hoy se conmemora el 49 aniversario de las últimas ejecuciones públicas efectuadas en la recta final de la vida del dictador, Francisco Franco
Sábado 27 de septiembre de 1975. Al amanecer en las localidades de Hoyo de Manzanares, Barcelona y Burgos, la sociedad civil española fue testigo de los últimos fusilamientos en el marco del franquismo, dos meses antes de la muerte del dictador y del consiguiente fin de su régimen represivo de casi cuatro décadas. Tres militantes del FRAP, llamados José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, y dos de ETA político-militar, de nombre Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui fueron condenados a pena de muerte bajo amparo del Decreto-Ley 10/1975, de 26 de agosto, sobre prevención del terrorismo, promulgado precisamente porque “brotes de terrorismo inhumano han aparecido en los últimos tiempos con frecuencia y gravedad suficientes para exigir por parte del Gobierno y de la sociedad española una reacción enérgica”.
Hubo múltiples intentos para rectificar la decisión de Franco. Desde la movilización en las calles de Estocolmo de Olof Palme, presidente del Gobierno de Suecia, con una hucha con la frase “För Spaniens frihet” (“para la libertad de España”, en favor de las familias de las víctimas de la represión), hasta las llamadas del Papa Pablo VI y Nicolás Franco, hermano del dictador, todas estas acciones compartían como propósito común evitar lo inevitable: el fatal destino de la muerte.
Fueron las últimas de las aproximadamente 15.000 víctimas de la pena de muerte en la posguerra, según asevera el investigador Miguel Platón.
Los hechos no quedaron exentos de reacciones en el ámbito internacional al respecto, donde la repudia fue tajante. Por ejemplo, el presidente de México del momento, Luis Echeverría, instó al Consejo de Seguridad de la ONU celebrar una reunión para expulsar a España de estos organismos internacionales; además, se organizaron manifestaciones en la embajada española en Lisboa, donde los altercados dieron lugar al incendio de sus instalaciones. También Olof Palme pronunció un discurso el 28 de septiembre que “[el fascismo] también caerá en la más profunda vergüenza y humillación, y el juicio de la historia será terriblemente duro sobre el régimen fascista de Franco”. Por el contrario, desde las instituciones del régimen se convocó una manifestación para el 1 de octubre en la plaza de Oriente, gestionada por el teniente coronel José Ignacio San Martín, con el fin de dar apoyo al gobierno franquista.
Otra reacción a la situación, más artística, vino de parte del compositor Luis Eduardo Aute, quien lanzó en 1975 un tema llamado Al Alba; esta canción cuenta con una sutil letra que, en lenguaje poético, evoca a la libertad y al final de la dictadura además de repudiar los fusilamientos y la trayectoria asesina de la dictadura franquista. En este sentido, en esta canción de amor, las líneas “Si te dijera, amor, que temo al alba” podrían referirse al miedo a la represión del régimen. De la misma manera, la reflexión “Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga” haría alusión a que los condenados, inmersos en “la noche” que era el régimen, pasarían a “la noche más larga” representada por la muerte, de la que no se puede salir.