Baja de tu torre de marfil
“Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie”, afirmó T.W. Adorno allá por 1949 en su ensayo ‘Sociedad y crítica de la cultura I’, cuando se empezaba a comprobar y a difundir el nivel de atrocidad real que había supuesto el Holocausto nazi. Sus palabras han dado lugar a muchas y diversas interpretaciones desde entonces.
De un tiempo a esta parte, me pregunto a menudo qué hubiera pensado el filósofo de la Escuela de Frankfurt acerca de escribir poesía, no ya después de, sino durante Auschwitz, mientras se estaba perpetrando el terror, habiendo sido además esa hipotética persona escritora de poesía en cuestión plenamente consciente de lo que estaba sucediendo y contando con la capacidad y los medios para seguirlo y contemplarlo prácticamente en directo, minuto a minuto, destrozo a destrozo, asesinato a asesinato. O lo que viene a ser lo mismo, reformulado de otra forma, ¿Qué hubiera pensado el autor de la ‘Dialéctica negativa’, pero también de los ‘Escritos musicales’, sobre escribir poesía o componer música hoy, en julio de 2024, mientras se está llevando a cabo un nuevo Auschwitz? ¿Es posible hacer arte mientras sabemos que se está cometiendo un genocidio en Gaza, entre otros, casi en streaming?
Dando un paso más, si cabe: ¿Es posible hacer poesía, música, arte, al tiempo que somos conscientes de que las dinámicas estructurales de crecimiento infinito del sistema capitalista que impera en nuestro mundo, en modo ultraneoliberal turboacelerado, tanto en lo micro como en lo macro, nos conduce inexorablemente en pocas décadas al mayor genocidio imaginable, si no le ponemos freno y lo revertimos radicalmente ya, siendo conscientes desde grandes consensos científicos de la incompatibilidad fáctica de la lógica de este sistema de producción y reproducción depredador que nos ordena, y su consecuente atentado climático devastador global suicida, con la vida humana misma?
Más allá, o más acá, del interesante ejercicio teórico que pueda suponer reflexionar sobre lo que pudiera pensar sobre las derivas de estos días Adorno, quien años después de publicar aquel ensayo matizaría su postura, en respuesta a los muchos autores y autoras que iban a discutir en sus respectivas obras con su famosa sentencia desde diferentes perspectivas, y en correspondencia con los acontecimientos históricos posteriores que se fueron dando en su época, no es ese el cometido de este artículo. Se trata aquí de algo más mundano, próximo y sencillo, que no por ello fácil. Este artículo no va dirigido al fantasma o a la sombra de Theodor Adorno, ni a los estudiosos de su pensamiento, ni a los departamentos de ética o estética de las facultades de filosofía. Tampoco a los poetas contemporáneos del pensador alemán. Estas preguntas pretenden interpelarte a ti, poeta vivo, músico en activo, artista coetáneo, creador cultural de ahora. Sí, a ti, y también a mí. Porque es tiempo de que reflexiones sobre estas preguntas y te posiciones, te guste o no, de que me posicione, de que nos posicionemos. Se acabaron las medias tintas, me temo, quieras o no. Baja de tu torre de marfil antes de que te baje la Historia de un zarpazo. Te toca decidir de qué lado estás. Ha arrancado la cuenta atrás. No sé si te has dado cuenta.
“Si queremos seguir viviendo tenemos que refutar esa frase”. En la línea de esta cita de un artículo escrito por Hans Magnus Enzensberger en la revista Merkur en 1959, a propósito de la tensión entre lo que había dicho Adorno y la poesía de Nelly Sachs, superviviente del Holocausto, yo también considero que sí, que no solo es posible escribir poesía y hacer arte, tanto entonces como ahora, sino que resulta necesario para seguir viviendo, viviendo humanamente, ya que también considero que el arte es una de esas características esenciales que definen a lo humano. Es posible y necesario escribir poesía después y durante Auschwitz, después y durante Hiroshima, después y durante Vietnam, después y durante el franquismo, después y durante Gaza, después y durante cualquier régimen de guerra y exterminio, después y durante cualquier forma de injusticia, sea cual sea su magnitud, pero no de cualquier manera. Mejor dicho, no desde cualquier posición. Sostengo que me resulta humanamente inconcebible escribir poesía hoy, en este momento histórico y con la potencialidad informativa de la que disponemos, sin posicionarse, componer una obra musical, pintar un cuadro, actuar en una obra de teatro, dirigir una película o una serie, desde un pretendido lugar equidistante, ajeno a lo que está sucediendo en nuestras sociedades, tanto a nivel mundial como local. Realmente pienso que no es concebible hoy ni tampoco lo fue nunca, pero en esta coyuntura de crisis existencial para la especie misma en la que nos encontramos y que ya podemos sentir directamente en nuestras propias pieles, en este momento determinado de abismo o precipicio global a la vuelta de la esquina, de antropoceno, o más bien capitaloceno, me parece insostenible mantener esa impostura finalmente inhumana, sin que toda tu obra se desmorone contigo. Tal vez hubo cierto lapso de tiempo en que era viable simular el espejismo, no queriendo mirar hacia el afuera de ciertos autodenominados “jardines” geopolíticos de privilegio, aferrados al sueño ingenuo y falaz de “fin de la historia” de los Fukuyamas, a costa del sufrimiento del resto, de la invisibilización de la otredad sacada de plano. Eso se acabó, querida, queride, querido artista supraterrenal, cuasi angélico, pretendida y pretenciosamente por encima, a mi entender enajenado, alienado. “The dream is over”, que cantaba Lennon.
Y no me refiero a la obra artística en sí que cada cual pueda traer al mundo. No se me malentienda. Para nada hablo de ese anhelo totalitario, a la larga siempre estéril, ridículo y terrorífico, de que todas las expresiones artísticas tengan que demostrar constantemente que hay unas intenciones políticas claras en ellas, un posicionamiento tendencioso evidente. Sin querer entrar demasiado en asuntos de estética filosófica más profundos, como artista y como pensador del arte que me reivindico, sé perfectamente que sería absurdo, contraproducente, indeseable, además de ineficaz, que sería en el fondo un oxímoron, tratar de ponerle a una obra artística reglas, marcos o directrices ideológicas previas que habrían de ser cumplidas, por las que habría de pasar, para que fuera juzgada como válida o no. ¿Válida para qué, para quién, en base a qué criterios?, tendríamos que preguntarnos, con razón. Iría contra el mismo impulso creativo, contra lo artístico, contra eso/aquello/esto que nace precisamente desde el terreno de lo inconsciente, de lo caótico, de lo inefable, de lo inapresable, eso/aquello/esto que brota desde el desajuste, la fisura, el quiebre, la apertura, la fuga precisamente de dichos marcos, reglas o directrices ideológicas. En muchos casos sería además totalmente implanteable un examen de ese tipo, como en la música instrumental, por ejemplo. Toda obra artística es política, porque todo en definitiva es político, en el sentido aristotélico del término, pero la capacidad de incidencia o transformación de dicha obra no tiene por qué venir de que cumpla con nuestras expectativas políticas, ni mucho menos de que lo pretenda descaradamente a priori, aunque tampoco resulte claro dónde terminan los límites de lo que de manera simplista se ha venido llamando despectivamente ‘panfletario’ y dónde empiezan los límites de lo ‘artístico’, o en qué medida pueden converger o entremezclarse. No, no vengo en ningún caso a juzgar desde un examen ideológico preestablecido a las obras artísticas para aceptarlas o no, ni creo que nadie deba hacer nada por el estilo en ningún sentido. Vengo a señalar, a poner frente al espejo, a zarandear, a desnudar en mitad de la tormenta, a sacar de su falsa y frágil guarida, a sentar en el estrado, a poner contra las cuerdas, a quien está detrás de la obra, a la persona que crea dicha obra y a su vez va siendo creada por ella. Vengo a señalarte a ti, compañera, compañero, compañere del arte, de la cultura actual internacional. Y a mí.
¿Te resultaría aceptable que por ejemplo a una creadora artística en Finlandia le hubieran preguntado en 1945 sobre los campos de exterminio del Tercer Reich y que esa persona, sabiendo lo que había ocurrido con pelos y señales, lo que estaba ocurriendo, hubiera respondido que ella solo era artista y que como artista ese tipo de cuestiones no iban con ella, que correspondía a otros esa clase de asuntos? ¿No crees que hubiera debido posicionarse inevitablemente incluso a costa de equivocarse y resbalar? ¿No sería ese intento de equidistancia una forma de legitimación del plan de exterminio sistemático de judíos, gitanos, etc.? ¿No mancharía de sangre y disolvería como si fuera ácido sulfúrico cualquier poema escrito por esa persona, cualquier obra artística, ese silencio cómplice? A esto hemos de sumarle el acceso a la información mundial que tenemos hoy en día en milésimas de segundo, desde nuestro dispositivo de bolsillo, y la potencialidad de la influencia que tiene tu persona en el espacio público, más allá de tu obra y a través de ella, con la llegada de las redes sociales masivas. Existe una comunidad alrededor de tu obra y de tu persona. No puedes no tenerla en cuenta. Tienes una responsabilidad. Tu silencio puede significar y repercutir tanto como tus palabras y tus actos. Si decides publicar tu obra, firmarla y defenderla públicamente, asumes una responsabilidad moral, ética y política con esa comunidad que la recibe y con las otras comunidades con las que se interrelaciona esa que te sigue. Si has dado el paso valiente de sacar del ámbito privado tu expresión artística, denotando consiguientemente que crees que algo tienes que aportar, en un mundo en el que están borrando a poblaciones enteras por puro supremacismo, por hacerse con los recursos de sus tierras, un mundo en el que afloran discursos de odio en todas partes contra las, les, las más vulnerables, en el que unas apuestan y luchan por la vida digna de todas, todos y todes, mientras otros secundan a los que ahogan cada vez más a la mayoría solo para conservar los privilegios de unos pocos, un mundo en el que un 1% tiene el mismo poder adquisitivo que el 99% restante de la población, en el que extinguimos especies animales milenarias sin cesar cada año, destrozando el ecosistema interdependiente que también nosotras necesitamos para sobrevivir, en un mundo así lamento decirte que tu responsabilidad no se agota en tu obra, ni por asomo. No puedes decir que no te corresponde a ti como artista hablar de si son mejores los fascistas o los antifascistas, de si vale lo mismo la vida de un niño palestino o la de un niño inglés o español, de si existe o no la violencia de género… Porque en ese caso te estarás posicionando junto al discurso hegemónico del poder, desde tu entidad de figura pública, así sea este totalmente injusto y desigual, así sea asesino, psicópata, sociópata y deshumanizador. Y serás cómplice. También lo será tu obra. Porque igual que tu silencio respalda, tu palabra puede cambiar las cosas y lo sabes, tu reivindicación, tu posicionamiento, tu lucha activa. “El más oscuro rincón del infierno está reservado para aquellos que conservan su neutralidad en tiempos de crisis moral”, decía Dante Alighieri en ‘La Divina Comedia’ ya en el siglo XIII; “si eres neutral en situaciones de injusticia significa que has elegido el lado opresor”, constataba el sudafricano Desmond Tutu en el XX. No puedo estar más de acuerdo con ambos. Y no me vale tampoco que me digas que no sabes de determinadas materias, que no puedes hablar de todo si no conoces lo suficiente, que mejor callar en ese caso. Nadie sabe de todo. Se da por supuesto. Casi nadie sabe de nada, en realidad. Eso lo sabemos de sobra. Por ello es totalmente legítimo equivocarse, decir hoy algo y mañana rectificar, pedir perdón si es necesario, escuchar otras perspectivas, contrastar y evolucionar. Para ello hemos de crear precisamente el caldo de cultivo, abrir el terreno de lo opinable, del posicionamiento político para las personas del ámbito de la cultura, de las artes, perdiendo el miedo a decir lo que pensamos sobre cualquier tema político, dando cabida al error, pero nunca a la tibieza frente a lo injusto, frente al horror. Posicionarse no es no tener dudas. Es dar un paso al frente, a pesar de las dudas. Es no tener miedo a perder público, a comprometer tu obra, a perder contratos. Porque nada de todo eso tendrá ningún sentido a la larga, ni a la corta, si no detenemos al urfascismo creciente, por ejemplo, o si no paramos el genocidio en Gaza, si no apostamos por la paz frente a regímenes de guerra de potencias nucleares, si no frenamos el calentamiento global revirtiendo las dinámicas económicas y sociales que lo están generando y acelerando, si no empujamos para cambiar el rumbo. Hay ciertas problemáticas de las que no puedes mantenerte al margen, maldita sea. O te posicionas políticamente y actúas en consecuencia o la política te posicionará a ti tarde o temprano, sin tu permiso, asimilándote, cooptándote, llegando incluso a aniquilarte, a freírte, a ti y a tu obra, cualquier rastro de tu obra, o de cualquier obra humana. No funciona ya el recurso de la ignorancia, reitero. Si no estás al día, tienes que ponerte las pilas en determinados temas, tomar consciencia, porque tienes una responsabilidad que no puedes no asumir, si estás en el candelero. Para bien y para mal, se acabó tirar la piedra, plantar la obra, y esconder la mano. La Historia viene a por ti y será inmisericorde. Si no te gusta, apartaos, tú y tu obra. Es tiempo de remangarse, comprometerse, pringarse, mojarse, remar con todo, entre todas, todes y todos. Como mínimo, no bloquees el paso. Tal vez un día habitemos un mundo en el que los, las y les artistas puedan crear desde un ascetismo puro y elevado, desconectados de las problemáticas sociopolíticas de su tiempo. No lo sé. Ni siquiera si es deseable. Pero sí sé que no estamos en esas ni por asomo, sino más bien en la antítesis radical. Incluso para llegar a ese futuro utópico, a cualquier futuro en realidad, debemos posicionarnos hoy, ahora, ya.
Alza la voz, desde todos los espacios a tu alcance, sea como sea tu obra, escribas lo que escribas, cantes lo que cantes, pintes lo que pintes, toques lo que toques, performes lo que performes, esculpas lo que esculpas, bailes lo que bailes. Usa con responsabilidad tu foco, el margen de irradiación que te permita tu obra y tu comunidad. No guardes silencio. No te lo puedes permitir. No nos lo podemos permitir. Toma la palabra y la acción colectiva. Posiciónate políticamente, toma partido, y asume las consecuencias de tu posicionamiento.
Esto es nuestro ahora.
Salud.