ACABa con la autoridad
Hay padres que observan fascinados a su primogénito varón, henchidos de orgullo, convencidos de haber engendrado al próximo Kubrick cuando su hijo graba algo con el móvil o se interesa por alguna película de los 80. Flipan creyendo que han traído al mundo al siguiente Bob Dylan cuando el chaval juega a rasgar las cuerdas de una guitarra. Dan volteretas porque saben que están criando a quien tomará el relevo de Steve Jobs cuando le ven instalar el antivirus en el ordenador. Estos niños casi siempre son varones porque es a ellos a quienes la sociedad les enseña desde pequeños a ocupar más espacio, a hablar más alto, a competir para quedar por encima de los demás. Ellos son los valientes que tienen dotes de liderazgo, son los creativos, los cultos e inteligentes. El mundo entero les refuerza positivamente sus logros, aunque sean logros pequeños. A ellos se les aplaude por llamar la atención. Los pobres chavales muchas veces se lo creen. Llegan a pensar que un día llegarán muy lejos y el mundo reconocerá su inmenso talento. Sobra decir que esto pasa muy poquitas veces. Vivimos en un mundo en el que la mediocridad masculina es la medida de las cosas, en un mundo lleno de tíos con un ego tan grande como su frustración. Pobres genios incomprendidos que se ven abocados a trabajar de profesores o de funcionarios. Ellos que habían nacido para ser estrellas, para ser admirados e idolatrados. Para no pasar desapercibidos.
A nosotras, en cambio, se nos inculca que mantengamos un perfil bajo. No está bien que ocupemos espacio, que hablemos alto o que quedemos por encima de los demás. Nosotras tenemos que ser prudentes, sumisas, formales y no pasarnos de listillas. Nunca nos aplauden nuestros logros más de la cuenta, no sea que nos lo vayamos a creer. Pero sobre todo a nosotras se nos castiga si llamamos la atención. No hay mayor defecto en una mujer que no ser discreta. Por eso las mujeres que tenemos proyección pública recibimos tanta violencia. Romper con uno de los mayores mandatos del patriarcado, el estar quietitas y calladas, genera muchísima rabia. No sólo entre los fachirulos, también entre la gente que está en nuestro lado de la trinchera. Incluso entre mujeres feministas.
Yo no tengo ni puta idea de cómo potorros he llegado a este punto en mi vida, pero desde luego que no ha sido algo premeditado. Cualquiera que me conozca sabe que jamás me pongo propósitos. Soy totalmente incapaz de terminar lo que empiezo porque me lío haciendo otras siete mil cosas inútiles. Joder, si mientras escribo este artículo me he levantado varias veces a hacer cosas rarísimas como barrer la sala o limpiar las mamparas de la ducha ¡QUE DIOS MAMPARE!. En fin, el caso es que las mierdas que hago tienen un éxito modesto y eso, en una pequeña ciudad como Bilbao, te convierte en algo así como famosa. No es raro que la gente me reconozca por la calle, me salude o incluso que me pidan alguna foto. Es muy bonito ver que a la gente le gusta lo que hago. Es precioso recibir el cariño de desconocidos. Todos los que se me acercan son majísimos y cero invasivos. Les estoy muy agradecida. Pero es algo para lo que nunca he estado preparada. Me han pegado demasiadas veces en el hocico con el periódico enrollado y he aprendido la lección del “No te flipes, Ane”. Décadas de martillo y cincel machista han grabado en mi puta mollera que nada de lo que yo haga o diga puede ser admirable de ninguna manera. Y a veces las cosas van un poco más allá: de vez en cuando desconocidos contactan conmigo por RRSS buscando mi ayuda. Cuando es sobre temas de vivienda, como una denuncia por okupación o un posible desahucio, les animo a ponerse en contacto con los sindicatos de vivienda u oficinas de okupación de su ciudad. Intento ayudarles en un ámbito que, por cuestiones de militancia, más o menos conozco. Pero algunas veces la cosa se torna preocupante. Hay gente que me pide consejo sobre dolorosas rupturas de pareja, problemas laborales o incluso problemas muy chungos de salud mental. Yo no tengo ni puta idea sobre nada de esto. Sólo soy una cómica de medio pelo que no fue capaz de terminar ni el bachiller artístico. Suspenso hasta liando porros.
Hay gente por ahí a la que le hago gracia o a la que incluso le parezco atractiva y eso les lleva a pensar que mis virtudes se extienden a muchos otros ámbitos
Me aterra pensar que como yo no les puedo ayudar quizá se hundan más o incluso se den por vencidos, me aterra que estas personas depositen sobre mi semejante responsabilidad. Yo no puedo hacer nada y se lo digo. Puede que den con un buen profesional que les ayude o igual siguen contactando con famosillos por RRSS hasta que den con uno que tenga los escrúpulos inversamente proporcionales al tamaño de su ego. Pero ¿por qué acuden a mí estos desconocidos? ¿por qué la peña me atribuye conocimientos sobre temas de los que no he hablado jamás? Un amigo psicólogo que es más listo que la hostia me dijo “Por el efecto aura” y dije “hostia, he leído algo sobre esa movida”. Al parecer las personas tenemos un sesgo que hace que la percepción de alguien esté condicionada por una serie de rasgos que muchas veces no tienen nada que ver. El ejemplo típico: si alguien es guapo y majo, pensamos que también es culto e inteligente. Pues se conoce que hay gente por ahí a la que le hago gracia o a la que incluso le parezco atractiva y eso les lleva a pensar que mis virtudes se extienden a muchos otros ámbitos. Sabía yo que este escote no me podía traer nada bueno.
Al colega este listísimo que tengo, le decía que también sentía que en todo esto había algo más. Percibía que se asomaba ese comportamiento raro que tiene la peña con la gente que está, según sus valores, en una posición de superioridad. Ese rollo que le lleva a la peña a aplaudir cualquier gesto de la policía, como cuando ayudan a una viejita a cruzar de acera o a admirar a Letizia Ortiz cuando hace algo tan básico como recoger una pulsera que se le ha caído. Algunas personas escudriñan cada gesto de estos seres en busca del más mínimo indicio de humanidad para aferrarse a ello y magnificarlo, buscando así justificar su admiración y sumisión ante estas personalidades. Mi amigo me dijo que en psicología a eso se le denomina sesgo de autoridad. Una vez más las personas tenemos mucha facilidad para percibir signos de autoridad, lo que a su vez nos lleva a aceptar información o seguir instrucciones de esas personas sin pensárnoslo demasiado. Joder, ahora me explico por qué a personajes como Llados o Marina Yers les sigue tantísima gente: en ellos se da la perfecta combinación de falta de escrúpulos, personalidad magnética, ego desmedido y la posición de privilegio y autoridad que les otorgan las RRSS.
Estos sesgos están presentes en mayor o menor medida en todos nosotros. No lo podemos evitar. Es por esto que siempre se dice que todas las personas podemos caer en un momento dado en algún tipo de secta. Es decir, hay algo en nuestra naturaleza que nos lleva a ser sumisos con aquello que percibimos como autoridad . Pues estamos jodidos ¿En serio no hay nada que se pueda hacer?.
Los niños más dóciles son los que más posibilidades tienen de ser víctimas de abusos, aún así castigamos al niño rebelde y mimamos al sumiso
Está más que comprobado que los niños más dóciles son los que más posibilidades tienen de ser víctimas de abusos, aún así castigamos al niño rebelde y mimamos al sumiso. A los niños se les enseña a ser obedientes, a que hagan lo que los adultos les piden que hagan. Claro, ningún adulto quiere tener en su cabeza un niño descontrolado. Esto podríamos extenderlo al resto de los ámbitos: a las mujeres nos educan a que estemos quietitas y calladitas, a los trabajadores a que no cuestionen a sus jefes, en política a que no dudemos de nuestros líderes o en la calle a que agachemos la puta policía. Hay todo un sistema de castigo hacia quienes osan alzar la voz contra el patrón “Ellos generan riqueza y te dan de comer, no seas vago y trabaja” o contra quienes exponemos la falta de profesionalidad, el machismo, el racismo y los abusos policiales “Cuando tengas un problema a quién vas a llamar ¿a los cazafantasmas?” Es esta mezcla de paternalismo y maltrato, en la que confundimos protección con control. Para el sistema es absolutamente imprescindible educar a la sociedad en la sumisión y admiración a las autoridades y en la no criticidad hacia las mismas. Si no, se les desmorona el chiringuito. El sesgo de autoridad es mendigar el más mínimo gesto de cariño que tiene ese padre severo que te arrea de cinturonazos. Pues como decía Hertzainak en aquella canción, Hil ezazu aita (mata al padre). En este sistema que se sustenta sobre la represión es esencial saber que las autoridades no están para protegernos, sino para reprimirnos y controlarnos.
Quienes llevamos más de dos décadas militando en asambleas horizontales tenemos claro el concepto de antiautoritarismo. No somos idiotas, siempre habrá temas de los que no tengamos ni puta idea y habrá que escuchar a los que sí que saben, no hay que ser cuñados, si el médico te dice que te vacunes, hazle caso. También sabemos que a veces caeremos en dinámicas de liderazgos. Nadie dijo que esto fuera fácil.
Pero tenemos que saber que la irracionalidad nos lleva a lugares muy oscuros. El antiautoritarismo es aplicar el pensamiento racional frente a la irracionalidad de nuestros sesgos. La mayor expresión del sesgo irracional de autoridad, es la religión, empecemos por ahí.
Educar a los niños y a la sociedad en el pensamiento racional de ser crítico ante la autoridad reduce las posibilidades de sufrir abusos, de sufrir malos tratos, de que te exploten en el trabajo, de que te engañen los charlatanes o de caer en sectas.
Ningún ser imaginario ni real está por encima de las personas.