Se Acabó también en el cine
Hace unos días conocíamos las acusaciones de tres mujeres de haber sufrido violencia sexual a manos del director de cine Carlos Vermut. Lo hicieron de manera anónima muy posiblemente por miedo a perder su puesto de trabajo. Aunque hayamos avanzado mucho en materia de igualdad, estas denuncias nos devuelven a la realidad de muchas mujeres que han vivido y viven en silencio las agresiones sexuales sufridas en el entorno laboral.
Sus denuncias fueron las de todas, porque quien más quien menos ha tenido un jefe baboso o un compañero de un rango superior que ha ejercido su poder para abusar de las demás mujeres. Algunas veces no lo detectamos, otras tuvimos miedo a ser despedidas por contarlo. Ahora estamos más unidas que nunca y la valentía de las denunciantes anima al resto a dar un paso adelante y decir que esta vez sí se acabó.
La próxima vez que algunos se cuestionen por qué una mujer no denunció y solucionó inmediatamente su propio malestar, deberían preguntarse por qué pasamos las décadas anteriores mal educando a anular las señales que ahora culpamos por no reconocer. Lo íntimo ha sido siempre un tabú y por tanto ha ido siempre detrás de todas las demás esferas de la vida, por tanto esa complejidad ha jugado en nuestra contra a la hora de no reconocer con exactitud dónde terminaba una relación consentida. Se nos ha educado para complacer al otro y no para hacernos dueñas de nuestro deseo y defenderlo a capa y espada. Por eso me pregunto mientras escribo estas líneas dónde está esa fina línea del consentimiento que hace que a veces ni nosotras mismas seamos conscientes del malestar. Quizá sea importante hacer un ejercicio de interiorizar que cualquier relación que nos esté provocando dolor no deseado es una agresión, aunque los minutos previos fuera otra cosa bien distinta. Y ellos deben aprender a leer nuestro lenguaje no verbal y a estar preocupados de que también estemos disfrutando, que esto no solo va de su propio goce y disfrute y que esto no va en absoluto de forzarnos a lo que no queremos hacer.
Algunos no han comprendido aún que esto no se trata de mojigatería o de paternalismo como dice aquel señor de cuyo nombre prefiero no acordarme. Algunos no saben ni quieren saber que se trata de consentimiento, se trata de respetar el otro cuerpo con el que estás manteniendo una conversación íntima. Incluso aun cuando estamos hablando de sexo duro o BDSM existen unos pactos, una palabra de seguridad para parar de inmediato cuando la relación se esté sintiendo incómoda o demasiado violenta. Pero a estos señores no les importa cómo nos sintamos nosotras, usan nuestros cuerpos a su antojo para sentirse y ser dominantes, para saberse con el poder y el privilegio que le otorga ser hombre, blanco, heterosexual y con pasta. Y nosotras, las mujeres, hemos sido educadas para que aunque nos sintamos incómodas la mayor parte del tiempo ignoremos nuestro malestar. A las mujeres se nos entrena socialmente para soportar y no quejarnos. ¿Si no quien iría con tacones de aguja imposibles? Solo por poner un ejemplo de cómo en occidente se presupone que una mujer bella es la que camina sobre dos zapatos que le están causando dolor. Desde pequeñas se nos ha dicho en el cole que si nos pegaba fulanito es porque le gustábamos y a nuestras abuelas se les enseñó a aguantar los palos del hombre, porque si no, ¿dónde iban a ir si ni siquiera tenían cuenta corriente propia? Y de aquellos polvos estos lodos. Hemos avanzado, sí, pero aún nos queda mucho camino por andar.
Las mujeres que han denunciado han decidido que se acabó también en el mundo audiovisual y espero que el resto haga lo oportuno cuando se sienta con fuerzas para ello. Aquí estaremos sus hermanas para acuerparlas.