A vueltas con el consentimiento
Otro festival de cine, esta vez el de Cannes, que transcurre en plena polémica porque nueve mujeres valientes se han atrevido a denunciar públicamente a su agresor sexual, el productor francés Alain Sarde. A su vez, cientos de mujeres han lanzado un manifiesto que pide una ley integral contra la violencia sexual en Francia. Francia, ese país en el que hemos visto como se publicaban manifiestos contra el puritanismo a raíz de que las mujeres alzasen la voz y denunciasen a través del #Metoo la violencia sexual que llevan sufriendo toda la vida. Francia, ese país que se puso del lado del pedófilo, como cuentan maravillosamente bien en el podcast Ciberlocutorio a raíz del libro (y película homónima) El consentimiento de Vanessa Springora, una de las firmantes del citado manifiesto. Francia ese país en el que en la legislación contra la violencia sexual el consentimiento no existe. De hecho, para que se tipifique una agresión como agresión sexual debe existir violencia, amenaza, intimidación o sorpresa, pero, además, quien comete la agresión sexual debe ser consciente de que impone alguna de estas condiciones, lo que denota una absoluta falta de perspectiva de género.
Mientras seguimos viendo como hay mujeres que alzan la voz, ciertos feminismos siguen debatiendo sobre la utilidad o no de introducir el consentimiento como elemento sobre el que sustentar si existe o no agresión sexual en nuestras legislaciones. Por un lado, tenemos a las feministas que invalidan el consentimiento dentro de sociedades capitalistas y patriarcales porque nunca es totalmente libre. Aquí se encuentran gran parte de las abolicionistas de la prostitución, quienes invalidan a su vez el consentimiento otorgado por las mujeres en contextos de prostitución ya que toda relación sexual a cambio de dinero es considera por ellas como una relación de violencia sexual. Por otro lado, estarían aquellas feministas que dicen que lo que debería primar a la hora de determinar si ha habido o no una agresión sexual es el deseo y no tanto en el consentimiento. Aquí, como por oposición a las anteriores, se encajan muchas feministas que están a favor de regular el trabajo sexual.
Desde distintos posicionamientos vemos entonces cómo se critica al consentimiento. Soy plenamente consciente de que no existe libertad plena dentro del capitalismo y que los sistemas judiciales de los estados tienen los mismos sesgos machistas que estos, y que además suelen ser poderes tremendamente conservadores, sin embargo, creo firmemente que no legislar en base al consentimiento es abandonar a las mujeres a su suerte. Por un lado, en el caso de las mujeres en contextos de prostitución, creo que es obvio que si todo es violencia, entonces nada lo es y todas las violencias que se puedan producir en ese ámbito quedarían impunes. Por otro lado, no veo por qué el consentimiento tiene que estar reñido con el deseo. El deseo parte muchas veces de la experimentación, de desear prácticas sexuales que no has llevado a cabo, no sabes si te gustan, aunque las desees y aquí es necesaria la comunicación, es necesario hablar sobre qué se quiere hacer y cómo, es necesario preguntar: ¿te apetece probar esto o aquello? Cuando la respuesta es sí, ahí tenemos un ejemplo de consentimiento. Es evidente que hay una diferencia crucial entre hacer algo que finalmente no te guste, pero que has decidido probar, o que se haga algo en contra de lo que quieres y consientes. Una puede querer probar, puede consentir experimentar y de ahí decidir si ha satisfecho sus deseos o si, por el contrario, es algo que no quiere volver a hacer, pero eso no es violencia. Esto lo explica muy bien Molly Manning Walker en su película How to have sex, concretamente en la escena de la playa en la que juega a confundirnos con si lo que hemos visto ha sido una agresión sexual o no. En esa escena sin duda ha habido una falta de empatía, que por desgracia es muy común en relaciones heterosexuales. Una relación sexual que nos muestra lo mucho que queda por deconstruir en torno al deseo: en el masculino, esa falta total de empatía y ese satisfacer unicamente su propio deseo; en el de las mujeres, lo contrario, no poner nuestro deseo al servicio del otro, ser dueñas de nuestro deseo y tener las relaciones sexuales que nosotras queramos.
Así que, mientras en nuestro país se da un debate sobre si el consentimiento es o no efectivo o suficiente, vemos como otras mujeres, en otros países, están intentando conseguir lo que nosotras ya tenemos: leyes integrales contra la violencia sexual que se basen en el consentimiento para determinar si hay o no agresión sexual. Sabemos que el consentimiento no es perfecto, ni una solución mágica, ni va a erradicar las violencias sexuales. Pero, al menos, garantiza que mientras vamos transformando radicalmente esta sociedad patriarcal nuestra palabra cuente, que nunca más tengamos que defendernos con violencia, que se nos crea. Estoy convencida de que hará tener relaciones sexuales deseadas, es imprescindible que sean libres de violencias y, para eso, tienen que ser consentidas.