El fin de la impunidad
Tres mujeres más han denunciado públicamente que fueron agredidas sexualmente por el cineasta Carlos Vermut. Los testimonios de estas mujeres que se han atrevido a romper el silencio en torno a una figura reconocida (y poderosa) en el mundo audiovisual como Carlos Vermut se suman a la mujer que denunció haber sido agredida sexualmente por el futbolista Dani Alves.
¿Por qué relacionar ambos casos? Pues porque estoy convencida de que estamos viviendo una especie de segundo Me too en nuestro país. Una ruptura de la impunidad. Me explico, en 2018, con el estallido de la cuarta ola feminista que culminó con la huelga de mujeres del 8M, la periodista Cristina Fallarás empezó a recoger testimonios de mujeres que habían sufrido violencias bajo el hashtag #Cuéntalo. Fue un momento muy emocionante donde muchísimas mujeres nos atrevimos a contar violencias que hasta entonces habíamos mantenido en silencio.
Esta conversación constante feminista llegó al Gobierno de España donde desde el Ministerio de Igualdad de Irene Montero se decidió llevar adelante el compromiso de legislar en favor de la libertad sexual de las mujeres, situando el consentimiento en el centro del código penal para que todo el mundo entendiera muy bien que solo sí es sí y que si no hay consentimiento, entonces es una agresión sexual. Todas sabemos a estas alturas lo que pasó tras la aprobación de la ley: una reacción patriarcal sustentada en los poderes políticos, mediático y judicial que intentó tumbar la ley y que consiguió recortarla.
Meses después de esta reforma, España entera pudo ver en directo como el consentimiento es mucho más fácil de entender de lo que nos querían hacer creer. Lo vimos con el Se acabó y lo volvimos a ver la semana pasada con la sentencia del caso Alves, que si bien algunas juristas feministas señalan que la pena no se corresponde con la argumentación, es un paso adelante importantísimo en la explicación del consentimiento. No solo de que es imprescindible para tener relaciones sexuales libres, sino también de que el consentimiento a un tipo concreto de acto sexual no se puede extender a otras prácticas, ya que será necesario el consentimiento para cada una de ellas.
El diario El País, que entrevistaba al cineasta Carlos Vermut, recogía declaraciones de él en las que el cineasta aseguraba que solo había mantenido «sexo duro», pero siempre consentido. Además, en una de esas preguntas decía que claro, si subes a casa de alguien, se da por hecho que quieres sexo. Lo contrario de lo que recoge la sentencia de Alves en la que se puede leer que del hecho de que la mujer bailase con el jugador no se puede concluir que existe consentimiento para una relación sexual.
Es muy curioso como estamos observando, no solo el hecho de que las mujeres han roto su silencio, sino de cómo compiten las narrativas patriarcales con las feministas. Hasta hace pocos años en nuestro país, nadie creía a una mujer que denunciase a un jugador de fútbol por violación después de haber estado bailando con él en una discoteca. Pero ahora sí, y de hecho es lo que más señalaba la mujer que denunció a Alves, «me han creído», decía. Hace pocos años, la gran mayoría de la gente hubiera dado la razón a Vermut cuando decía que hombre, si subes a casa de un hombre de noche, pues claro, ese pobre hombre entiende que quieres acostarte con él. Ahora sabemos que ni bailar, ni beber, ni ir a casa de un hombre son muestras de consentimiento sexual.
Dentro de esas narrativas patriarcales está también la justificación del sexo duro, que se relaciona de nuevo con el imaginario de la «mala mujer», esa mujer a la que en realidad le gusta, pero que se arrepiente para que no la tachen de puta. La misma narrativa que utilizó la madre de Dani Alves para señalar a la mujer que le denunció de la que dijeron que si que quería sexo y, además, arruinarle la vida y sacarle el dinero al futbolista. Ahora, estos relatos ya no tienen la credibilidad que tenían, la narrativa feminista del consentimiento se ha impuesto en nuestro país y está derribando la impunidad de la que han gozado siempre los hombres, más aún los poderosos.