Escritoras, modas y meritocracia
Con motivo de la celebración del Día del Libro, muchos medios han aprovechado para hablar sobre la “moda” de publicar a escritoras. Columnistas que se quejan de que hay demasiados textos de mujeres contando sus experiencias. Compañeras que deciden ponerse del lado del privilegiado y señalar que el boom de la escritura de las mujeres es tan solo una moda de la que el mercado editorial se está beneficiando económicamente. Mientras, vemos como las recomendaciones de editoriales, de librerías, incluso de políticas o de tertulianas por el día del libro siguen siendo en su mayoría sobre libros escritos por hombres. Seguimos viendo como, cuando se pregunta a la gente por su libro favorito, la mayoría cita esa gran literatura que sigue teniendo nombre de escritor.
No podemos negar que la escritura de las mujeres ha sufrido un boom en nuestro país, boom que sin duda se intensificó a partir de 2018 gracias a la potencia de la huelga feminista del 8M. El impulso de esta huelga llegó al mundo de la cultura y también al de la escritura, intensificando la demanda de escritoras. Es evidente que el mercado editorial ha sacado rédito económico de ello. Pero si entre todas llegamos a la conclusión de que el hecho de que grandes empresas textiles sacasen camisetas en las que se podía leer “Feminista” es en cierta manera una (pequeña) victoria del feminismo, supongo que estaremos de acuerdo en que el boom de escritoras, es, también, una victoria feminista.
No somos ingenuas. Sabemos cómo funciona el sistema neoliberal en el que vivimos. Sabemos que no va a desaprovechar ninguna tendencia que pueda darle beneficios económicos. Si el público ahora quiere leer a mujeres y textos feministas, el mercado le dará eso. Sabemos, también, que el feminismo que llega al mainstream es lo suficientemente blando como para que todo el mundo lo pueda aceptar y aunque es evidente que no es lo que persigue el feminismo, no podemos negar que sea una victoria porque es una ventana de oportunidad para introducir esas narrativas feministas que siempre han estado en la sombra. Aunque sea porque el mercado se ve obligado a ello, que se publique a más mujeres, y que se las premie, es una victoria cuando venimos de siglo de invisibilización, cuando no directamente de prohibición, sobre la escritura hecha por mujeres.
Señala Joanna Russ en su libro que Cómo acabar con la escritura de las mujeres que durante siglos y siglos de historia se han utilizado distintos mecanismos para impedir que las mujeres escribieran. El primero y el más obvio era la prohibición expresa, pero cuando las mujeres pudieron acceder a la educación y, por tanto, era imposible impedir su escritura, empezaron a perfeccionar estos mecanismos. Nos presentaron a las autoras como raras excepciones, una autora sola, que escribía en su hogar, una especie de genio que pasaba de vez en cuando, pero que nunca tenía compañeras. Parece que ahora estamos atendiendo a una nueva estrategia en la que la escritura de las mujeres se presenta como una moda y por lo tanto, temporal, pasajera, algo de poco valor, que solo triunfa por estar de moda, pero nunca por méritos propios. Parece que cuando de mujeres se trata, nunca podemos hablar de meritocracia, como si sus novelas no se premiasen por ser buenas, sino por haber sido escritas por mujeres.
Vemos cómo se está presentando la escritura femenina como una subcategoría, nunca como la Literatura con mayúsculas que críticos y columnistas siguen reservando a los escritores hombres. De hecho, veíamos como en una de esas columnas que hemos podido leer en los últimos días se calificaba la escritura sobre maternidad casi como una “plaga”. Es evidente que el patriarcado siempre inventa nuevas maneras de deslegitimar los avances feministas. Todos esos críticos y expertos saben del poder transformador de la cultura, de la importancia de narrativas feministas y de que las mujeres contemos nuestras historias, historias que durante siglos han permanecido en la sombra o, peor aún, han sido narradas por hombres que han tenido el poder de conformar las representaciones culturales de las mujeres. No debemos caer en las trampas que el sistema nos pone, no podemos ahora aventurarnos a calificar la escritura hecha por mujeres como una moda y deslegitimarla por ello, como si no llevásemos demasiado tiempo en una moda masculina que muchos han querido asimilar a la universalidad. ¿Acaso no hay demasiadas novelas del viaje del héroe? ¿Cuántos libros se han escrito sobre las experiencias de los hombres en la guerra o en el amor? ¿Cuántos sobre las vidas de hombres en los que las mujeres han sido poco más que personajes secundarios? Sigamos escribiendo, mujeres, porque la universalidad también es nuestra.