La resistencia cotidiana mediante la sustracción al trabajo

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Craig Gent examina la resistencia en el puesto de trabajo frente a la gestión algorítmica y el control digital del capital y a la brutalidad subyacente de sus sistemas de explotación y sumisión laboral

Las huelgas pueden ser la principal herramienta del arsenal de la resistencia desplegada en el lugar de trabajo, pero en los puestos de trabajo algorítmicos pueden resultar socavadas por los propios sistemas que organizan y controlan el trabajo. Como respuesta a este hecho y del mismo modo que la introducción de las máquinas precipitó la necesidad de reorientar la organización de la clase obrera, pasando de un modelo basado en el conocimiento y las habilidades técnicas de los trabajadores y trabajadoras a otro basado en el sindicalismo de afiliación masiva, bajo la gestión algorítmica del trabajo ya no podemos confiar en las formas de movilización política, que forman parte de nuestro sentido común más inmediato.

¿Qué sucedería si un proceso de trabajo fuera lo suficientemente robusto o inteligente como para suplir las carencias de fuerza de trabajo o para redirigir los procesos de trabajo a otros lugares en tiempo real, aunque las barreras existentes para la organización de la correspondiente huelga fueran menores de lo que son hoy en día? ¿Seguiríamos considerando las huelgas como la culminación del poder y de la agencia de los trabajadores y trabajadoras?

Para descubrir el modelo político que mejor se adapta a una determinada organización del trabajo, debemos entender el trabajo como un sistema, como una ecología, y determinar dónde podemos aprovechar el poder y el control que este ofrece a la fuerza de trabajo en el seno del mismo. Las huelgas de masas son perturbadoras, porque implican una gran sustracción de trabajo, pero en el curso de la misma también se verifica una sustracción del contacto de los trabajadores y trabajadoras con el proceso productivo. Pero, ¿qué sucedería si un proceso de trabajo fuera lo suficientemente robusto o inteligente como para suplir las carencias de fuerza de trabajo o para redirigir los procesos de trabajo a otros lugares en tiempo real, aunque las barreras existentes para la organización de la correspondiente huelga fueran menores de lo que son hoy en día? ¿Seguiríamos considerando las huelgas como la culminación del poder y de la agencia de los trabajadores y trabajadoras?

El punto de partida natural para ello es considerar qué acciones están emprendiendo actualmente ambos contra las formas de gestión que gobiernan la venta de su fuerza de trabajo en el proceso productivo y preguntarnos cómo pueden contribuir estas acciones a nuestra comprensión de la lucha de clases contemporánea en los puestos de trabajo organizados algorítmicamente

Si queremos vencer a los ciberjefes, debemos pensar de un modo más ambicioso y creativo que los sindicatos actuales. Si podemos anticipar las nuevas sendas de comportamiento que está asumiendo la gestión algorítmica del proceso de trabajo, entonces también deberíamos estar en condiciones de concebir y organizar nuevas formas y modelos de comportamiento de la organización política de los trabajadores y trabajadoras. El punto de partida natural para ello es considerar qué acciones están emprendiendo actualmente ambos contra las formas de gestión que gobiernan la venta de su fuerza de trabajo en el proceso productivo y preguntarnos cómo pueden contribuir estas acciones a nuestra comprensión de la lucha de clases contemporánea en los puestos de trabajo organizados algorítmicamente.

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Para algunos, hablar de subversión y estratagemas de sustracción en el puesto de trabajo es fantasioso. Ya es bastante difícil afiliar a trabajadores a un sindicato o convencerles de que voten a favor de una huelga legal. Sin embargo, ello no es menos fantasioso que esperar que los negociadores de los sindicatos mayoritarios entiendan la política de los sistemas algorítmicos mejor que los jefes que los han patentado, especialmente cuando sus propias demandas se reducen a exigir la transparencia de los datos y la «explicabilidad» de los modelos de inteligencia artificial.

Pero, ¿por qué no nos limitamos a respaldar a los sindicatos o simplemente intentamos que se produzca el cambio desde el seno de los mismos? Porque la propia clase obrera es más importante que sus sindicatos en tanto que organizaciones. El nivel de afiliación sindical constituye una medida muy endeble para comprender el alcance de la resistencia realmente existente en el puesto de trabajo. Esto no quiere decir que los sindicatos no sean importantes, simplemente significa que no debemos mostrarnos sentimentales con ellos. Algunos sindicatos aprueban las huelgas salvajes o las protestas ruidosas, otros las reprimen. GMB Union fue obligado a abandonar sus esfuerzos en Asos by Community tras años de recursos invertidos tratando de organizar a los trabajadores de esta empresa, tan solo para hacer lo mismo con los esfuerzos realizados por el Independent Workers' Union of Great Britain (IWGB) en Deliveroo. El Union of Shop, Distributive and Allied Workers (USDAW), un sindicato especializado en representar a los trabajadores del comercio minorista, no consiguió hacer valer poder alguno contra los empresarios del sector de los supermercados en un momento en que sus trabajadores y trabajadoras gozaban de un enorme apoyo público, al tiempo que se veían sometidos a la crisis de salud pública más mortífera que se recuerda. Los grandes sindicatos como GMB pueden decidir constituirse en una fuerza auxiliar que presta su ayuda a los trabajadores de Amazon, mientras auspician una «asociación» superficial con Uber, que niega de hecho a sus miembros la existencia de un mecanismo de negociación salarial. Sin duda, podemos estar de acuerdo en que los sindicatos son básicamente buenos, pero no tiene utilidad política alguna derrochar demasiadas lágrimas por ellos. Lo que me interesa es la capacidad de lucha de la clase obrera; me gustaría que los sindicatos contribuyeran a ello, pero la historia nos dice que debemos estar preparados para cualquier eventualidad.

Los trabajadores y trabajadoras sometidos al control algorítmico de su prestación laboral se han encargado por sí mismos de explotar la organización de su trabajo para oponerse a sus respectivos regímenes de gestión empresarial

Durante la pandemia de la Covid-19 mucha gente, aprovechando la reorganización técnica de la vida y del trabajo, encontró formas novedosas de escaquearse o ralentizar el ritmo de su prestación laboral. De este modo pudieron, aunque por poco tiempo, recuperar su tiempo, su autonomía y en algunos casos su dignidad, a pesar de los numerosos intentos realizados por las empresas para controlar su actividad. Los trabajadores y trabajadoras sometidos al control algorítmico de su prestación laboral se han encargado por sí mismos de explotar la organización de su trabajo para oponerse a sus respectivos regímenes de gestión empresarial. No es que yo piense que la sindicalización sea una cuestión redundante, simplemente quiero constatar que otras formas políticas de comportamiento, que ya se están adoptando antes que se produzca una afiliación sindical masiva en determinados sectores, rara vez se examinan políticamente como tácticas por derecho propio.

Como nos recuerda Harry Braverman, es imperativo que no aceptemos simplemente «lo que los diseñadores, propietarios y gestores de las máquinas nos dicen sobre ellas», tesis que debemos aplicar también a la concepción «objetivista» de las tecnologías de la organización empresarial habitualmente adoptada por los sindicatos

Juzgar la resistencia en el puesto de trabajo en términos de su capacidad para transformar la sociedad sería imponerle una carga imposible; pero aún así podemos considerar la importancia de la resistencia en el puesto de trabajo para quienes se preocupan por la transformación de la sociedad de clases. Como nos recuerda Harry Braverman, es imperativo que no aceptemos simplemente «lo que los diseñadores, propietarios y gestores de las máquinas nos dicen sobre ellas», tesis que debemos aplicar también a la concepción «objetivista» de las tecnologías de la organización empresarial habitualmente adoptada por los sindicatos. Si ampliamos esta tesis a las acciones políticas de los propios trabajadores y trabajadoras, podemos percibir el abismo existente entre los esfuerzos oficiales por mejorar las condiciones de un determinado sector, que o bien se producen fuera del lugar de trabajo y no se centran en las condiciones de la vida laboral o bien adoptan una visión totalmente acrítica de asuntos como los estudios de tiempo y movimiento, y las acciones que llevan a cabo muchos trabajadores y trabajadoras a diario para maximizar sus intereses a pesar de los esfuerzos de la dirección empresarial por mitigar el «problema» del trabajo.

Como sostienen los sociólogos del trabajo Stephen Ackroyd y Paul Thompson (Organizational Misbehaviour, 1999), la idea de que ahora no hay más alternativa para los trabajadores y trabajadoras que la conformidad total a los actuales modelos de gestión empresarial simplemente no cuadra ni con lo que sabemos de la historia de la organización de los procesos de trabajo, ni con las pruebas empíricas de las que disponemos, lo cual plantea por ende la cuestión de qué consideramos exactamente resistencia en el puesto de trabajo

Al no prestar atención la resistencia cotidiana y a otras formas de «mal comportamiento organizativo» descuidamos aquellas formas de conflicto presentes en el puesto de trabajo, que no encajan en un repertorio de organización, que resulta realmente restringido. Peor todavía, si no contemplamos la resistencia y el mal comportamiento en el lugar de trabajo o le restamos importancia, preservamos la falsa percepción de que los directivos han «adquirido técnicas eficaces de control del comportamiento obrero». Estas son buenas razones para replantear la idea de la resistencia a la gestión algorítmica del trabajo, si realmente queremos desarrollar una estrategia política en torno a ella. Como sostienen los sociólogos del trabajo Stephen Ackroyd y Paul Thompson (Organizational Misbehaviour, 1999), la idea de que ahora no hay más alternativa para los trabajadores y trabajadoras que la conformidad total a los actuales modelos de gestión empresarial simplemente no cuadra ni con lo que sabemos de la historia de la organización de los procesos de trabajo, ni con las pruebas empíricas de las que disponemos, lo cual plantea por ende la cuestión de qué consideramos exactamente resistencia en el puesto de trabajo.

El término «resistencia» presenta sus limitaciones, ya que evoca una postura reactiva o negativa. Yo lo utilizo en el sentido que le atribuye el sociólogo Randy Hodson para referirme al conjunto de actos que «pretenden mitigar las pretensiones de la dirección de la empresa sobre los trabajadores y trabajadoras o bien estimular las pretensiones de estos contra la dirección de la empresa». Esta definición nos permite desplazar nuestra atención de una postura de rechazo básicamente negativa a una concepción más positiva de las luchas. Nos permite pensar la resistencia a través de la lente de la subversión. Subversión significa que podemos pensar el mal comportamiento más allá del comportamiento, la resistencia más allá de la negación y la disrupción más allá de la interrupción. Esta lente de la subversión aplicada a los comportamientos en el puesto de trabajo nos permite, pues, considerar las pautas de acción susceptibles de ser adoptadas por cualquiera de estas formas de resistencia, las cuales pueden comprenderse además como una intervención o una reorientación creativa de los comportamientos de la fuerza de trabajo, desplegados para crear nuevas condiciones laborales y por ende a maximizar el espacio de maniobra disfrutado por los trabajadores y trabajadoras en el seno de la organización empresarial capaz de promover sus intereses, aunque sea únicamente por un momento.

Como sugirió Mario Tronti, la amplitud, la posibilidad y la contingencia radical de la lucha de la clase obrera pueden entenderse como rechazo [rifiuto del lavoro]. Para los teóricos de la autonomía operaia [autonomía obrera] y para los militantes autónomos, el rechazo del trabajo marca «el comienzo de la política liberadora», porque implica la agencia de los trabajadores y trabajadoras en el seno de la relación de clase realmente existente, en particular en el seno de la relación salario-trabajo

Es importante afirmar que los lugares de trabajo son lugares políticamente enmarañados. La resistencia no se ajusta a un tipo ideal, al igual que no existe un tipo de resistente ideal. Incluso los opositores más acérrimos a los regímenes de gestión empresarial pueden verse envueltos en contradicciones, paradojas y resultados imprevistos, mientras que los empleados a menudo «consienten, hacen frente y resisten en diferentes niveles de conciencia en un mismo momento». Al politizar la resistencia debemos andarnos con cuidado, sobre todo cuando las acciones de los trabajadores y trabajadoras pueden no haberse emprendido con fines explícitamente ideológicos. Como señala Jamie Woodcock, ha habido intentos de calificar de sabotaje todo aquello que no se ajusta a las normas. Pero mientras que el sabotaje tiene por objeto perturbar mecanismos o maquinaria cruciales, muchas de las acciones que observamos en el lugar de trabajo «no socavan significativamente el proceso de acumulación de capital». No obstante, pueden seguir siendo políticas si, por ejemplo, pretenden recuperar la dignidad personal robada por las prácticas empresariales. La actividad política menos formalizada es más difícil de observar y no siempre es explícitamente ideológica. Pero, aunque tales acciones puedan obedecer a diversos motivos, ello no significa que no podamos pensar en estas prácticas como susceptibles de converger en la acción colectiva. Como sugirió Mario Tronti, la amplitud, la posibilidad y la contingencia radical de la lucha de la clase obrera pueden entenderse como rechazo [rifiuto del lavoro]. Para los teóricos de la autonomía operaia [autonomía obrera] y para los militantes autónomos, el rechazo del trabajo marca «el comienzo de la política liberadora», porque implica la agencia de los trabajadores y trabajadoras en el seno de la relación de clase realmente existente, en particular en el seno de la relación salario-trabajo. En otras palabras, el rechazo es un potencial clave, que surge de la indeterminación de la fuerza de trabajo, conjunto de comportamientos que constituyen el problema fundamental de la gestión empresarial.

Mucho antes de que podamos concebir instrumentos revolucionarios para derribar el actual estado de cosas, Tronti considera la desilusión de los trabajadores, su no conformidad pasiva con el trabajo, como el primer paso espontáneo en el rechazo de la lógica del capital, el punto en el que el trabajador se niega en primer lugar a ser un «participante activo», «optando por abandonar el juego». Para Tronti, éste es un terreno fértil

El primer aspecto radical del rechazo del trabajo, argumenta Tronti, es que marca un momento de separación de la lógica capitalista. Se trata del momento en el que «la clase obrera se enfrenta a su propio trabajo como capital, como fuerza hostil, como enemigo», lo cual indica no únicamente el punto de partida para el antagonismo de clase, sino también el punto de partida para «la organización del antagonismo de clase». Mucho antes de que podamos concebir instrumentos revolucionarios para derribar el actual estado de cosas, Tronti considera la desilusión de los trabajadores, su no conformidad pasiva con el trabajo, como el primer paso espontáneo en el rechazo de la lógica del capital, el punto en el que el trabajador se niega en primer lugar a ser un «participante activo», «optando por abandonar el juego». Para Tronti, éste es un terreno fértil.

Así pues, lo que parece como la integración de la clase obrera en el sistema, no representa en absoluto la renuncia a la lucha contra el capital: indica el rechazo a desarrollar y estabilizar el capital más allá de ciertos límites políticos dados, más allá de un cordón defensivo establecido desde el cual pueden lanzarse ataques agresivos.

La idea trontiana postula que la transición de la actividad diligente de los trabajadores a la pasividad alienada en el trabajo constituye al mismo tiempo el comienzo del rechazo del trabajo activo.


Extracto editado de Craig Gent,  Cyberboss: The Rise of Algorithmic Management and the New Struggle for Control at Work, Londres y Nueva York, Verso, 2024

Recomendamos leer Sergio Bologna, «El enemigo justo» y «Del 25 de abril al 1 de mayo: ¡no hay antifascismo sin anticapitalismo», El Salto; Mario Tronti, Obreros y capital, Barcelona, Verso Libros, 2024, y La política contra la historia, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016; Antonio Negri, Marx más allá de Marx. Cuadernos de trabajo sobre los Grundrisse, 2001; y Francesca Coin, Le grandi dimissioni. Il nuovo rifiuto del lavoro e il tempo di riprenderci la vita, 2023.