España, 2023 - 1984
Podríamos, como el protagonista de Conversación en la catedral que se pregunta ¿cuándo se jodió Perú?, preguntarnos cuándo se jodió España. De hecho, es una pregunta cíclica que se da, se lanza o se arroja como una afirmación: España se rompe, se desgarra, se desmigaja, trazando una senda absolutamente incomprensible hacia la destrucción, el vacío y la nada.
De hecho, es un mecanismo recurrente y mesiánico muy propio del discurso oficial de los medios de comunicación y de sectores conservadores de la política: my way or the highway, siendo la carretera —la autopista, la autovía— el infierno o su encarnación. Es decir, uno es el camino, uno es el relato que ha de cimentarlo y todo lo demás es el desastre, el fin del mundo. Por esto es tan sencillo indicar que el terrorismo es una propiedad transitiva que se transmite por contacto indirecto libre, es decir, según la voluntad del sujeto que realiza la deixis, esto es, que señala en una dirección u otra. El problema es que, simultáneamente a la apropiación cultural, se da la desaparición del significado o bien, en su defecto, su sustitución por otro en un movimiento de amplificación y reducción que pervierte o corrompe el significado original de manera voluntaria e interesada.
A esto es a lo que se refería Orwell cuando refiere la neolengua en 1984: los conceptos ven su sentido naufragar y se convierten en meras proclamas, huellas o indicios que han perdido su condición de signo, puesto que la relación arbitraria entre significantes y significado propia de la lengua (Saussure dixit) se ha forzado, se ha roto, se ha pervertido y desvirtuado. Así, la libertad no es libertad (el ejercicio del libre albedrío, cargado de responsabilidad) sino la alternativa al comunismo (que no es tal como concepto, sino la encarnación del mal absoluto); por ejemplo. Esto, aplicado a una palabra, no es relevante o no lo sería demasiado en otras circunstancias de pluralidad mediática e ideológica. Sin embargo, empleado sin criterio y sin freno, construye un marco de pensamiento que excluye prácticamente todo lo diferente, lo extraño, lo heterodoxo, excepto aquello que forma parte de lo que podríamos llamar el pensamiento unívoco y tautológico, donde una cosa es lo que es y así es porque así ha de ser (la definición ha de ser, obviamente, rajoyniana). De este modo, “terrorismo” puede ser todo aquello que no agrada, desde ETA al PSOE pasando por Bildu y Podemos, desde Hamás a cualquier persona en contra del genocidio palestino, ampliando su significado desde la persona que empuña un arma o atenta contra la vida de otros hasta cualquiera que vaya contra el discurso oficial y oficioso (y en este aspecto, nadie más responsable que la prensa libre); “constitucional”, “democrático” o “democracia” es aquello que se ajusta a un modo de pensar, que, a la vez que invoca estos valores, los niega para los demás, de modo que el significado se amplía para unos (“seremos fascistas, pero sabemos gobernar” —¿Quién duda de lo primero y quién puede no cuestionar lo segundo?—) y se estrecha para otros, que son, por definición, antidemocráticos e inconstitucionales, por más que participen de la democracia.
Para un observador medianamente informado, el sistema se expresa así en una aporía constante, puesto que un partido que forma parte de la democracia puede ser a la par inconstitucional, sin que este conflicto se desarrolle ni concluya sin ninguna clase de problema lógico. En este contexto, aparecen, pues, oportunistas que navegan a favor de las olas del tsunami mediático, con viento en popa y a toda vela. No generan una corriente de pensamiento nueva, por más que les gustaría, pero se suman a ella y la explotan como los excelentes navegantes que son. El problema es que, en un momento o en otro, la corriente se agota o cambia su trayectoria. Y quedan desnortados, apocados y perdidos en mitad de la nada, abandonados por el mismo discurso oficial y oficioso que de algún modo los alumbró. Pero para entonces el daño ya estará hecho. Y, aunque uno quiera, no puede seguir haciendo chistes con la misma gracia sobre enanos u homosexuales, no puede uno comportarse como un baboso porque la sociedad ha cambiado, se ha movido. No se debe augurar el fin de un partido político que siempre ha habitado en los márgenes, incomodando, ya que lleva habitando en el fin de sí mismo desde que fue fundado; no se puede pronosticar el éxito de un formato construido con las frases de Mr. Wonderful, siendo consciente de que el apoyo de hoy, una vez cumplida la misión encomendada, mañana será humo, porque esta misión no puede obviarse, ni tampoco pueden soslayarse las contradicciones inherentes a cualquier tipo de proyecto porque viene bien para otra cosa. Atendiendo al tópico horaciano ubi sunt, ¿a dónde se fueron las primarias?
Esperemos que, en contra del pronóstico de Niemöller, cuando vengan a por nosotros, todavía quede alguien por ahí que pueda protestar. Si continúa esta deriva, y si, como sociedad lo seguimos consintiendo, es evidente que no quedará nadie para contrarrestar la gran ola de pensamiento unívoco y, a la vez, paradójico. Y esto no será catastrófico ni apocalíptico, sino infinitamente triste. E indudablemente sucederá como en el cuento La oveja negra de Monterroso: una vez desaparecidos los disidentes, tendrán, en su momento, una estatua fantástica que adornará los parques y sus nombres aparecerán en los callejeros. Así ha sucedido una y otra vez. Siempre y cuando no molesten. Y sepan callar o decir lo conveniente.