Algo está pasando en la tele (y no, no me refiero a Broncano)

Llevamos varias semanas asistiendo a la batalla de audiencias entre Pablo Motos y David Broncano y la lectura política que se ha hecho de la misma. Mientras, se ignora otro fenómeno absolutamente fascinante

El brillante estreno de David Broncano y su equipo en Televisión Española para disputar la franja del entretenimiento nocturno a Pablo Motos y Atresmedia ha sido interpretada por muchos como una suerte de advenimiento progresista a la televisión de toda la vida, cargado de justicia poética y apoyado por unos muy buenos números de audiencias. No seré yo la que no celebre esta cura de humildad al señor de las hormigas, por supuesto. Es un gustazo ver que cada noche se desinfla un poquito más. Pero no comparto el entusiasmo desbordante que ha generado y sigue atragantándoseme bastante un formato lleno de tíos, guionizado por tíos, y donde sigue pareciéndome bastante obvio que no terminan de saber bien qué hacer y cómo encajarnos a nosotras, las mujeres.

Pero yo no he venido aquí a hablar de Broncano, que no para de llenar portadas, sino de otro fenómeno bastante más apasionante en mi opinión y para variar, despreciado, probablemente, por ser un contenido dirigido a mujeres, marujas y maricones. Me refiero al regreso del formato “Sálvame” y la forma en la que se han integrado de nuevo en la televisión como “Ni que fuéramos…”.

Por hacer corta la historia, recordemos que, tras el cambio de dirección de Mediaset, (y otras operaciones empresariales más largas de contar) el giro conservador en los contenidos de la nueva etapa de la cadena terminó con Sálvame, el programa de sobremesa y formato cabecera de Telecinco. Después de catorce años de emisión, Sálvame dejaba huérfanas a muchísimas personas. Aún con todos su errores, escándalos, y unos cuantos personajes deleznables que se hicieron famosos gracias a ello, el programa ejercía también de espacio de diversión y de pasatiempo, y era la compañía necesaria, a veces la única, de una audiencia que había crecido o envejecido con ese sonido de fondo en salón. Una audiencia feminizada, claro, y mayor, —o eso nos decían— que se había resentido con los años, como casi todos los formatos televisivos,.. como la propia televisión.

Despedidos, humillados y “amortizados”, sus principales personajes abrazaron la ironía para marcharse, casi la autoparodia. Se reinventaron reivindicándose como viejas glorias con demasiada pasión por lo suyo, mayores para encontrar un nuevo trabajo, que estaban de vuelta de casi todo, vetadas en las principales cadenas pero sin demasiado que perder. Probaron suerte con una docuserie en Netflix que no tuvo mala acogida y después, de las cenizas de la antigua productora (La Fábrica de la Tele) desvinculada del todo de Mediaset, volvían a la carga con un proyecto en YouTube. Se llamaba Canal Quickie y era una plataforma de streaming, y a través de ella emitirían “Ni que fuéramos Sálvame” (que hubo de convertirse en “Ni que fuéramos Shhh…” tras la denuncia de la antigua cadena por el uso del nombre registrado) en principio, durante dos meses, de mayo a julio de 2024. A ver qué tal.

Emitían desde un piso en Las Tablas, y las primeras semanas apenas había recursos: un plató chillón, apretado y oscuro, iluminado con leds y decorado con una estantería y una mesa con cinco asientos (compartíamos las mismas sillas que Canal Red, por cierto). Pocas cámaras, realización mínima y teléfonos móviles para grabar exteriores. Nada que ver con aquellos días de vino y rosas en Telecinco. Pero el formato no era una simple versión low-cost de Sálvame: un grupo de personas jóvenes y bastante hábiles con la comunicación había sabido aprovechar esa coyuntura, ese “punk”, —que si era fingido, lo impostaron muy bien— y poco tiempo después comenzaron a emitir también desde Ten TV, un canal de esos nacidos al calor de la TDT hace ya casi una década que emite reposiciones de series, programas de telerrealidad y teletienda, estancado en el 0,5% del share desde hacía años. Hoy, Ten supera en audiencias a algunas cadenas mayoritarias en su franja -por ejemplo, “Boom” en Cuatro) y el programa tiene además un suelo fiel de seguidores en youtube.

Nada de esto sería posible sin suscriptores

Pero ¿Qué tiene “Ni que fuéramos shh” que le hace interesante? Varios elementos. El primero, creo, es que están teniendo una conversación sobre los propios medios de comunicación y su sector. Se están mirando a sí mismos y a la industria y quizá sin pretenderlo, haciendo cierta pedagogía. Cada día dedican una sección a analizar los datos de audiencia de todas las cadenas y diseccionar sus contenidos, generando una sinergia con otros medios, como El Plural o el Confidencial, cuyos periodistas entran a colaborar en directo. Sí, no es el “Titulares al Banquillo” de Manu Levin en la Base, pero son honestos en señalar lo que hasta ahora en tele siempre se comentaba entre bambalinas y obsesionaba a los directivos: los datos, los porcentajes, los temas que funcionan y los que no y el tratamiento que se hace de ellos.

No encontraréis ningún otro programa parecido en ese sector que haya hablado con más honestidad sobre el Rey Emérito, su corrupción y su impunidad

El segundo es la propia escaleta: no siempre aciertan, y probablemente muchas de las personas que leéis este medio o alguno parecido jamás invertiríais vuestra tarde en temas como la saga de Las Campos, los delitos de Antonio Tejado o la crisis familiar de Bárbara Rey, menos aún en los personajes propios de ese universo y su metanarrativa. Pero están haciendo un abordaje crítico de muchos de esos temas, sorprendentemente crítico: por ejemplo, no encontraréis ningún otro programa parecido en ese sector que haya hablado con más honestidad sobre el Rey Emérito, su corrupción y su impunidad. El momento épico de Víctor Sandoval vestido de Gregorio Samsa (el insecto en “La Metamorfosis” de Kafka”) irrumpiendo en la rueda de prensa de Nacho Cano tras saber que no pagaba a los actores de su musical “Malinche” fue lo más gamberro que se ha visto en ese tipo de tele en mucho tiempo. Y ha habido intervenciones sobre Julián Muñoz, Antonio David Flores o Manu Tenorio y su cruzada “antiokupas” verdaderamente interesantes en términos de opinión televisada. Sí, no son los tertulianos de “El Tablero” ni pretenden serlo, y hay tendencias políticas de todo tipo sentadas en ese plató. Pero la libertad para tratar los temas y la irreverencia para hacerlo hasta ahora es innegable, y se nota. Han conseguido que funcionen secciones hechas a costa de recursos muy baratos, como usar muñecos para reproducir situaciones ficticias y narrarlas sin necesidad de introducir cortes de vídeo, o disfrazar a un colaborador para reivindicar efemérides y personajes: hace poco, —no sabemos si fue un guiño o una genialidad— Chelo García Cortés reprodujo la famosa fotografía de la Guerra Civil atribuida a Robert Capa, “Muerte de un miliciano”. ¿Cómo te quedas?

El tercero ha sido trascender esa “cuarta pared” sin tener miedo a la interacción. Hablan con la gente por la calle en directo, no editan, no paran de grabar. Sus rotulistas —con permiso del compañero Lezaola— saben perfectamente a quienes se están dirigiendo con sus bromas y sus giros. Y aunque innovan, siguen siendo ese “lugar seguro” donde, durante cuatro horas y sin apenas guion, te hacen compañía. Interpelan a una nueva audiencia digital que sigue interesada por la crónica social, y que no es un público desdeñable aunque estemos acostumbradas a ese desprecio; los libros de Historia están llenos de cotilleos. Un público crítico, que se aburre de los formatos cortesanos y conservadores en la crónica rosa se presenta en televisión (Fiesta, DeCorazón, Socialité) pero que tampoco tiene interés en tragarse los nuevos contenidos plastificados de influencers y vidas perfectas de Instragram trasladados al audiovisual. La interlocución con la audiencia a través de la emisión en streaming y en las pausas de publicidad es ya un programa en sí mismo. Después, twitteros y seguidoras en las redes ya generan espontáneamente cortes de vídeo y “meme” y risa viral.

El tercer y último elemento son, obviamente, sus personajes. Periodistas, tertulianas, celebridades, en su mayoría pasadas ya de los 50, que han asumido un nuevo rol, probablemente con mucho menor glamour y caché que en sus años dorados, pero que sobre todo han asumido lo inevitable del cambio, como cantaba Mercedes Sosa, y se han atrevido a cambiar con él. En concreto, el arco de personaje de la conductora del programa, María Patiño, es espectacular. Sus reflexiones sobre feminismo y sobre cómo ella misma ha cambiado su visión al respecto son muy valiosas, por poner un ejemplo. La semana pasada dio una entrevista a El País en la que dijo cosas más coherentes sobre los medios de comunicación que muchos grandes líderes de la televisión mainstream: Le preguntaron qué era telebasura para ella, y contestó: “La manipulación de la realidad, tergiversar realidades jodidas como un atentado o querer derribar gobiernos contando mentiras. Lo que hacemos los payasos de la tele, con todos mis respetos a los payasos, no es basura”. Ahí lo llevas, Canal Red. Una di noi.

“Ni que fuéramos” no es elegante ni pretende serlo, es provocador, insolente y ha tomado nota de que puede hacer gala de ello y reivindicarse popular y diverso, “de barrio” como dicen ellos, y divertirse haciéndolo. Han dado la vuelta a un veto, y se han enfrentado a un sector que les condenaba a ser “fusibles quemados” y a disputar los juegos del hambre rogando asientos en otras teles (alguno así lo hizo) pero prefirieron atreverse con otra aventura, aunque fuera en los márgenes de youtube. No sé, qué queréis que os diga, la historia es bonita y me suena. El hecho es que Telecinco no remonta —ni aunque haya vuelto a rebajarse a esos formatos de los que tanto renegaba, pero sin creatividad, sin gracia y sin valentía— y es bastante difícil prever qué futuro le deparará a este híbrido entre la vieja televisión, condenada a morir, y los nuevos formatos que no terminan de nacer y siempre acaban por imitar a lo anterior. Sea como sea, creo que no deberíamos perder la pista ni el respeto a este proyecto. Una lástima que Jorge Javier Vázquez no se sumara a aquello, aunque tampoco se quiso venir a Canal Red, y mira que se lo hemos pedido.

Habremos ganado el entretenimiento en la tele pública, no el día que renueven a Broncano la temporada, sino el día que cancelen para siempre Master Chef

 Honestamente, me pasa como a María Patiño: veo telebasura cada día en los telediarios que ponen micrófonos al portavoz de Netanyahu sin atreverse siquiera a cuestionarle; o en los programas vasallos que son incapaces de llamar corrupto al que lo es, o genocida al que lo es, o mentiroso al que lo es. No entiendo por qué hay quien considera zafia una tertulia como las que estoy describiendo en “Ni que fuéramos”, pero tolera esos programas de debate político en los que hay una sola voz y una opinión y al que discrepa le bajan el micrófono, le interrumpen a gritos o le dejan de llamar. No entiendo que haya quien desde un elitismo clasista insoportable le encuentre todas las tachas del mundo a este programa y a estos contenidos, pero consienta sin mayores contradicciones que la televisión pública española invierta millones de dinero, —público también—, en subvencionar a Chabeli y Julio José Iglesias reformando casas de millonarios, en pagar los cursos de cocina a Tamara Falcó o en legitimar a los nietos del dictador en televisión…y perdonemos todo aquello porque se traen a Broncano.

Respecto de Broncano, por cierto, un único apunte más: habremos ganado —de verdad— el entretenimiento en la tele pública, no el día que renueven a Broncano la temporada, no, sino el día que cancelen para siempre Master Chef… y cuando el talk show lo presente Lalachús.