El falso relato de la impotencia
“Para que sea posible el sometimiento de un pueblo no basta con colocar un fusil frente al cuerpo. Se deben construir espacios físicos (calles, carreteras, muros, puntos de control, torres de vigilancia, asentamientos), y espacios imaginarios (cartografía oficial, tierras prometidas), tiempos físicos (dirección y retardo del movimiento de personas) y tiempos imaginarios (historias oficializadas, mitologías del origen convertidas en verdades escolares)”.
Así comienza el prólogo de Mauricio Amar Díaz “El militarismo israelí en Chile”, editado por el BDS, en el que se explica cómo Israel empezó en 1976 a proveer a la dictadura de Pinochet de material bélico. Como con Chile, con el mundo entero y hasta nuestros días: Israel en el año 2021 cumplió su récord en exportación de armamento hasta los 10.000 millones de euros. Un negocio armamentístico que tiene garantía asegurada: las bombas, los misiles, armas y la inteligencia militar han sido puestas a prueba durante décadas en Palestina sobre los cuerpos de la población civil. Todos y todas podemos comprobar su éxito cada cierto tiempo y especialmente estos días a través de imágenes de niños y niñas muertas y barrios absolutamente destruidos e irreconocibles. Y como dice Mauricio Amar Díaz, para que exista un pueblo con el que probar ese material armamentístico hace falta construir un relato y una historia oficializada.
Duele especialmente estos días leer y ver los medios de comunicación que tienen un papel central en la construcción de esos tiempos imaginarios, de ese relato. No sólo por las imágenes reales que llegan o por las voces de quienes están sobre el terreno sufriendo el terror y la devastación en Gaza (imágenes que sin duda porque “hieren la sensibilidad” debemos ver y difundir aunque nos remuevan), sino más bien por ese relato que tratan de imponer según el cual la Unión Europea no tiene capacidad de influencia en EEUU o Israel, por lo que no existe ni responsabilidad ni complicidad. Y eso es sencillamente falso: el apoyo de la UE para Israel es determinante y Úrsula Von Der Leyen está siendo la mejor escudera de Netanyahu en la defensa de sus atrocidades y en la criminalización y disciplinamiento más allá de Oriente Medio, prohibiendo manifestaciones o amenazando con expulsiones express de quienes quieran en Europa oponerse a esa vergonzosa complicidad con el genocidio que llevaremos siempre en la conciencia.
Gracias a ese apoyo inquebrantable Israel sigue asesinando civiles y Gaza es hoy una montaña de escombros cada vez más grande. Lo único que han hecho la UE y nuestro gobierno (salvo Podemos) ha sido pasar del discurso del “maten cuantos palestinos quieran en defensa de Israel” al “pueden seguir matándolos con cuidado pero dejen entrar ayuda humanitaria para que los que queden con vida hoy tengan algo que comer hasta que la pierdan”. Es tan macabro como cierto. Y es también verdad que las imágenes que llegan desde Gaza y las movilizaciones de la sociedad civil pro palestina y pro derechos humanos se lo ponen más difícil a quienes quieren seguir utilizando el ataque de Hamás para semejante barbarie; es cierto que hemos impedido que obvien la memoria y la verdad de la ocupación y el apartheid; es cierto también que muestran su debilidad cuando tienen que recurrir al antisemitismo para señalar a quienes defendemos los derechos humanos; es cierto que hemos pasado del derecho a la legítima defensa de Israel a “la Yihad islámica bombardeó el hospital” como los rojos bombardearon Gernika —la mentira es en las guerras tan valiosa como las armas— y que este hecho muestra que el genocidio no puede seguir justificándose como hace una semana. Pero es dramático que ya ni siquiera necesiten justificarlo, y que mientras mueren día tras dia palestinos y palestinas superando ya los 3.700 muertos, mientras arrasan con colegios y hospitales y refugios, hoy de lo que estén hablando nuestras instituciones sea si entran 20 camiones de ayuda humanitaria gracias al beneplácito de EEUU, Egipto e Israel.
La guerra tiene la capacidad de destruirlo todo y romper los vínculos de la humanidad y de los pueblos, generando fanatismo y odio entre los de abajo al servicio de los intereses de los de arriba
La consecuencia de que el debate sea sobre la ayuda humanitaria vuelve a ser lo más peligroso: la normalización y perpetuación de la guerra. En este caso, más que de la guerra, del genocidio. ¿Cuánto tiempo más van a dejar a Israel bombardear? ¿Cuántos palestinos valen una vida israelí? Y con ello lo mismo o muy parecido a lo que ya hemos visto en la guerra de Ucrania que dura ya año y medio: las empresas armamentísticas suben en bolsa y la economía de guerra se pone a pleno rendimiento, EEUU reafirma su imperialismo y colonialismo frente a la multipolaridad creciente, Netanyahu como Zelenski cohesiona políticamente su país en contra de un enemigo común (y un pueblo al que exterminar), la limpieza étnica continúa, lo que es una ocupación vuelve a presentarse interesadamente como conflicto entre dos partes, y los acontecimientos se nos presentan como algo inevitable que debemos contemplar. La guerra tiene la capacidad de destruirlo todo y romper los vínculos de la humanidad y de los pueblos, generando fanatismo y odio entre los de abajo al servicio de los intereses de los de arriba. Y ante todo, la guerra destruye la política.
La antipolítica es la negación de las respuestas colectivas y democráticas a fenómenos o conflictos que sólo se resolverán de manera justa y en base a los derechos humanos a través de la acción colectiva, de la política. Vivimos tiempos en los que no sólo la guerra sino también la crisis climática y sus consecuencias (a veces incluso las desigualdades estructurales) se nos presentan como acontecimientos inevitables, leyes de la naturaleza, frente a los que hay quienes quieren que pensemos que sólo podríamos resignarnos: dejar hacer, rezar o salvarnos individualmente (es la ley de la selva, con todo lo que ello implica) como por otra parte ya fue el “There is not alternative” al neoliberalismo. El genocidio sobre el pueblo palestino es otro caso más.
Cuenta Virgine Despentes en su última novela que lo contrario de la esperanza más que la desesperanza es la desesperación (que caracteriza esta época). Somos estos días muchísimas las que sentimos entre tristeza y rabia ante las imágenes que llegan desde Gaza y la posición de la mayoría de las instituciones y gobiernos. Tanto si queremos frenar a la ultraderecha que aquí, en la UE, en EEUU o en Israel tratan de alimentarse del horror y la deshumanización sobre el pueblo palestino como acabar con los discursos de quienes pretenden normalizar la guerra es necesario que dejemos a un lado la impotencia y la parálisis que quieren inocularnos y sigamos tomando partido y seamos cada día más saliendo a la calle sin descanso a favor del pueblo palestino. Nuestra solidaridad y responsabilidad con la vida es siempre más poderosa que su complicidad con la muerte.