Una aportación a Manuel Fernández Navas. No se puede ver todo desde todas partes
En marzo del año en curso el doctor Fernández Navas publicaba en este mismo medio un texto titulado “Claves y reflexiones para entender el debate educativo en redes” Situaba, con detalle y con el rigor habitual, una suerte de foto fija de cómo (y de qué) se debate actualmente el poliédrico asunto conocido, demasiado generalmente, como “educativo”.
El texto que leerán es una aportación, no una réplica ni una crítica: personalmente estoy de acuerdo con el análisis que hace Manuel Fernández. Leído con atención el texto en cuestión, pretendo indicar brevemente una circunstancia que me parece extremadamente importante y que, salvo error por mi parte, he echado de menos en su análisis.
El artículo en cuestión está ajustado a un esquema del tipo “ellos” y “nosotros”. Se caracterizan con bastante precisión ambas posiciones, y se aportan ejemplos específicos de argumentos y razones de uno y otro lado. Se desmontan, una a una, las afirmaciones más reaccionarias del sector ranciosaurio del debate. Toca aclarar que en la selva tuitera se conoce, de manera entre festiva y agresiva, como “profesaurio” al tipo de tradwife educativo. La contraparte llama “profecornios” y/o “pedabobos” a quienes se posicionan militantemente a favor de un cambio democrático profundo en el sistema educativo. Yo me incluyo en esta última definición. Esta aclaración, tan esquemática, es útil para quien no está inmerso en este mundo, y debo reconocer que también es injusta por imprecisa. Pero nos sirve.
El llamado discurso rojipardo sirve en muchas ocasiones como cemento compactador de ese constructo. La guinda, como en tantas otras cosas, es el ambiente de ofensiva general de la extrema derecha, experta históricamente en asumir cualquier desencanto para transformarlo en veneno para los desencantados
Las banderías en esta batalla, sin embargo, no son dos, sino tres. Empezando por el final, sostengo que la existencia de un tercer sector es lo que explica que cierta prensa y determinadas editoriales consideradas históricamente como izquierdistas den pábulo a libros, artículos y otros textos que vienen a legitimar discursos reaccionarios en la educación.
Manuel Fernández da la clave en su artículo cuando habla de la “capitalización del desencanto”: un cúmulo de circunstancias y experiencias vividas negativamente por parte del profesorado, que constituyen la masa madre del edificio ideológico rancio y que, esto es lo grave, parecen representar el sentir mayoritario de la profesión. El llamado discurso rojipardo sirve en muchas ocasiones como cemento compactador de ese constructo. La guinda, como en tantas otras cosas, es el ambiente de ofensiva general de la extrema derecha, experta históricamente en asumir cualquier desencanto para transformarlo en veneno para los desencantados.
En este paisaje es donde sobrevive como puede, y se configura, un tercer sector. Se trata de profesorado que se autopercibe progresista, incluso de izquierdas. Gente que en su día se movió por la Marea Verde, que en algún caso se atrevió a poner en pie alguna iniciativa movilizadora en su centro de trabajo. Son docentes comprometidos con la defensa de la escuela pública. Personas que habitualmente votan, y lo hacen desde el PSOE hacia más izquierda. Son trabajadoras y trabajadores de la enseñanza reconocidos en sus centros de trabajo como gente reivindicativa o, simplemente, “de los que no se callan”. Que se encargan voluntariamente de los Planes de Igualdad o participan lo mismo de desinteresadamente en proyectos de integración, convivencia o diversidad. Es verdad que nunca han sido, y no me atrevo a analizar con detenimiento el motivo de este patrón, militantes políticos o sindicales.
Afiliados sí, activos no: afirmación que no pretende ser un juicio, sino una observación. Con estas compañeras y con estos compañeros uno se cruza en claustros, recreos, salas de profesorado, cafés, etc., y se topa con su discurso que, más o menos matizado y sorprendentemente, es el discurso rancio.
Me puedo explicar que determinados personajillos del mundo de las redes acaben borrando sus tuits antiguos cuando el PP les paga los servicios prestados con un cargo político en esta o aquella Generalitat. Ya sabemos que sí pagan a traidores y a cobardes. Pero, por contra, esos docentes a los que acabo de describir en el párrafo anterior son… de los nuestros.
¿Por qué entonces se sienten tan sumamente violentos a nuestro lado?
¿Por qué son incluso refractarios a posiciones que deberían asumir naturalmente como suyas: heterogeneidad, renovación pedagógica, compromiso con la formación permanente, inclusión, interés en el alumnado, atención a las nuevas propuestas didácticas, ¿etc.? Son compañeras y compañeros a quienes nunca oirás un comentario nostálgico ni una defensa de la disciplina y la coerción como método educativo. Son personas con un escrupuloso respeto al alumnado. ¿Por qué, pues, están enfrente? ¿Por qué están enfrente, además, si cuando oyen o leen a los militantes de la ranciedad se sienten en el fondo de su alma tan incómodos?
Hay una respuesta simplona: los medios, las modas, los mensajes, la deriva general del milenio, el caos civilizatorio... Que haya editoriales como Akal publicando bazofia reaccionaria envuelta en terminología marxista (¡cómo echo de menos el liderazgo editorial de don Ramón!), o artículos desnortados en prensa digital firmados por sindicalistas serios (que mejor se hubieran quedado callados) no ayudan tampoco. En cualquier caso, se trata no sólo de una respuesta fácil, sino sobre todo acomodaticia.
Hay que articular espacios de debate sin prejuicios. Quienes tenemos años de militancia en organizaciones políticas y sindicales sabemos cuán difícil es a veces tejer si no alianzas al menos sinergias, y la cantidad de energía que consumen esos procesos tan agotadores
Porque esa simpleza en las respuestas evita algo esencial e incómodo: la autocrítica. Si ese tercer sector sigue existiendo y sigue siendo seducido por la ranciedad de cerrado y sacristía es porque nosotros y nosotras (los profecornios, por resumir) estamos haciendo algo mal. Yo no sé lo que es, lo confieso. Sí sé que no hay peor sensación que la de verme defendiendo las competencias ante ellos, por ejemplo, cuando siempre he estado contra de ese modelo (por razones que no toca explicar ahora). Es ese desasosegante momento es en el que me encuentro compartiendo departamento con compañeras y compañeros que hacen la huelga conmigo, pero hacen los discursos del enemigo.
La reflexión en torno a este panorama es imperativa, perentoria. Hay que pensar en estrategias que nos faciliten recuperar a esos docentes (y no sólo profes, también familias que podrían responder a caracterización similar). No podremos acercarnos a ellos ni a ellas con respuestas, sino con preguntas. No aprenderemos nada si adoptamos una actitud redentora. Hay que articular espacios de debate sin prejuicios. Quienes tenemos años de militancia en organizaciones políticas y sindicales sabemos cuán difícil es a veces tejer si no alianzas al menos sinergias, y la cantidad de energía que consumen esos procesos tan agotadores. Pero si nos creemos nuestro propio discurso, es nuestro deber político. Político, porque de política se habla cuando se habla sobre educación.
El título de este texto es una cita más o menos literal de Althusser. Sus palabras, en el marco de su Curso de filosofía para científicos, tienen una traducción clara: quien toma posición, toma posición de clase; quien no toma partido, también adopta una posición de clase, sólo que de la dominante. La objetividad es posible, la neutralidad no. La militancia de lo rancio enarbola orgullosa su defensa de una escuela “neutral”. Sin embargo, no conozco casos de docentes del tercer sector que abominen acríticamente de “la ideología”. Esto es una razón más para tejer.
En los tiempos que vivimos no nos podemos permitir el lujo de no contar con según qué manos, cabezas y propuestas. Me temo que todas ellas nos acabarán pareciendo pocas.