A otra cosa mariposa

Un hombre tapado con la bandera independepentista de Cataluña en una concentración frente al Tribunal Supremo, donde se celebra el juicio del procés contra políticos independentistas catalanes.
12/02/2019, Independentismo, procés
Eduardo Parra / Europa Press
(Foto de ARCHIVO)
12/2/2019
Eduardo Parra / Europa Press
El procés ha terminado. Esto no quiere decir ni de lejos que haya terminado la cuestión territorial manifestada en todo el estado español de diferentes formas

El independentismo no es una ideología, es una opción legítima que puede devenir en creencia religiosa bajo la ilusión de alcanzar la tierra prometida. En el actual contexto global y europeo de régimen de guerra, con la ultraderecha creciendo, enfrentando a las poblaciones unas con otras y culpabilizando al diferente, al pobre, a la emigración o a las mujeres, y con la izquierda europea en situación de franca debilidad, parece que la estrategia adecuada pasa más por alimentar los perfiles de cooperación entre pueblos que los marcos independentistas. Bildu y BNG se comportan con demandas soberanistas sin agraviar a otros territorios del estado. Les va bien fomentando más el conflicto derecha-izquierda que la cuestión nacional.

El crecimiento del independentismo catalanista lo propulsó la fuga del pujolismo de las consecuencias socioeconómicas que la crisis manifestada en 2008 ponían al descubierto, al tiempo que se destapaba su propia corrupción interna en el marco del no nos representan del 15M de 2011. Al igual que en el resto de España, el movimiento de protesta que inició la repolitización de una sociedad adormecida por el soma del crédito, irrumpió también con fuerza en Barcelona.

El terreno para el destape del independentismo unilateral lo había abonado en 2010 un reaccionario Tribunal Constitucional que hizo trizas el estatuto catalán, aprobado en 2006, en contra de la posición del Partido Popular, siguiendo rigurosamente el procedimiento establecido en la CE. La vía de escape convergente, enunciada por Artur Mas, generó el marco de fortalecimiento electoral de ERC, único partido que siempre defendió la independencia republicana de Cataluña.

La vía unilateral fue la salida política de una Convergencia atrapada, como el bipartidismo de estado, por la protesta social dentro de la crisis metabólica del capitalismo global y la corrupción sistémica de un modelo que, como en toda España, había basado la economía en ladrillos, alquitrán y hormigón. El desplazamiento del debate territorial al conflicto independentista ha condicionado radicalmente la política española de los últimos dos lustros.

Las elecciones catalanas del pasado 23J han puesto fin a la vía unilateral. Cuando se dice que el procés ha terminado, lo que se está diciendo es que ha terminado la vía unilateral. Habría terminado mucho antes si la reacción de la monarquía, la judicatura y el resto del estado reaccionario profundo hubiese sido democrática y no represiva. El derecho a decidir tiene plena legitimidad democrática, como puede tenerla un acuerdo para su ejercicio. Aunque a muchos independentistas les pese esta afirmación, y aunque no lo reconozca el bipartidismo de régimen, el pueblo andaluz ha sido el único que lo ha ejercido, fue el 28 de febrero de 1980 cuando decidimos que éramos una nacionalidad histórica, una nación, como la que más según lo previsto en la CE.

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La vía unilateral no tuvo nunca mayoría de votos, como han reflejado siempre las encuestas y las propios resultados electorales cuando las elecciones fueron planteadas por los independentismos catalanes como plebiscitarias. Fruto de la ley D´Hont y de la sobre representación de las provincias más soberanistas con poca población, los resultados arrojaban más escaños independentistas con menos votos que la suma de las opciones que no lo eran. Esto es un hecho matemático.

El procés ha terminado. Esto no quiere decir ni de lejos que haya terminado la cuestión territorial manifestada en todo el estado español de diferentes formas. El estado español tiene una clara y hermosa riqueza cultural y política que las izquierdas deben reconocer para la cooperación y el pacto entre pueblos, en lugar de para su enfrentamiento como hace, de una manera u otra el bipartidismo y las derechas catalana y vasca.

Tras las próximas elecciones europeas, las más importantes para la izquierda desde que España se incorporó a la UE, el debate territorial reaparecerá. Junts recuperará los asuntos de las balanzas fiscales, la ordinalidad y la soberanía fiscal. Son marcos de derechas porque buscan un pacto entre elites que mantenga la desigualdad inter e intra territorial. Si la izquierda plurinacional y las izquierdas soberanistas o independentistas los alimentan, están condenadas a retroceder en sus ámbitos prioritarios de acción.

Ni la izquierda de estado, ni las izquierdas soberanistas, ERC, Bildu o BNG, deberían caer en los debates del bipartidismo con PNV y Junts. Como decía Xavi Domenech en La Base del lunes 24 de julio bajo el epígrafe de “Cambio de ciclo en Cataluña”, la izquierda, al menos en mi opinión la que no está entregada al PSOE por la vía de Sumar, tiene que hacer una reflexión autocrítica de carácter estratégico, también la izquierda nacionalista catalana para que su barco nacionalista no lo dirija Junts.

Si se reconoce que el independentismo no es una ideología sino una opción, la alternativa por la izquierda es una opción federal/confederal que admita que, al igual que existe desigualdad de clase y de género, existen desigualdades territoriales inter e intra comunidades políticas. Las derechas nacionalistas que conniven con el bipartidismo de estado, PNV y más pronto que tarde, como afirma Pujol, la retornada convergencia en forma de Junts, querrán seguir sosteniendo su poder territorial engañando a sus pueblos, de los que también se aprovechan generando desigualdad interior, enfrentándolos con los del resto del estado, mientras pactan con PP y PSOE que nada cambie y que todo siga igual.