Feminismo y ecología, una conexión revolucionaria (1)
La vida es una fábrica de tiempo. La vida es tiempo. Durar y generar capacidad de duración, reproducirse, es el fin de la vida en términos biológicos. Toda la bioquímica de la vida sobre el planeta Tierra está dedicada a su autosostenimiento, toda la biodiversidad de los ecosistemas está estructurada para vivir y sobrevivir. Toda la complejidad de la naturaleza viva está invertida en luchar contra la degeneración impuesta por el segundo principio de la termodinámica, la entropía del universo siempre aumenta, absorbiendo energía exterior (del sol) para, como describió Erwin Rödinger en ¿Qué es la vida?, obtener negantropía y luchar contra la entropía que anuncia la muerte.
Una de las líneas de fuerza del feminismo es poner la vida en el centro. Poner la vida en el centro no como una vida valle de lágrimas si no como una vida placentera, una vida plena con aspiración de felicidad colectiva e individual. Ahora todos y todas nos damos cuenta porque “la vida en el centro” se ha convertido en idea fuerza y lema iterativo de la gran movilización política del feminismo por la igualdad y la equidad, al considerar las causas estructurales de la desigualdad como las causas profundas de la violencia machista.
Ese poner la vida en el centro es la conexión directa del feminismo con el ecologismo. No como una vuelta a las cavernas ni como una apología del dolor que supone el hecho biológico de que la vida humana necesite vida de otras especies para vivir, si no como una aspiración de respeto a la biodiversidad, que es condición de posibilidad para todas las vidas, en el margen estrecho de las condiciones fisicoquímicas de la biosfera que le son imprescindibles.
La gran aspiración cultural de la ecología política ha sido cambiar la perspectiva antropocéntrica, que es en realidad androcéntrica y capitalista, por una perspectiva biocéntrica. En ese cambio de mirada se ponen en juego tanto la crítica a las relaciones de producción del sistema capitalista como la función social y productiva (y ambiental) de los medios de producción y su propiedad.
Consiguientemente, al poner la vida (toda la vida, la humana y la del resto de diversidad natural) en el centro, se pone en cuestión tanto el modelo capitalista de crecimiento, como cualquier salida al mismo que pretenda apalancarse sobre la distribución “más justa” de los rendimientos del capital. El crecimiento deja de ser fin en sí mismo y sinónimo de progreso. Lo que el feminismo, al poner la vida en el centro y el ecologismo dicen es que la solución no está en los modelos político económicos nacidos en el siglo XIX, cuyas consecuencias vivimos en términos de desigualdad, daño ambiental y violencia. La democracia ya no resiste la fuerza del capitalismo, crecer para crecer, ni la solución del viejo socialismo, crecer para repartir, porque es la vida, y más la vida humana, y más la de las mujeres, lo que está en riesgo.
Contra el cambio cultural revolucionario que el feminismo empuja con la idea fuerza de poner la vida en el centro, se sitúa la intención del discurso del capital neoliberal de “crear” un nuevo feminismo calificado de liberal.
Se trata de apropiarse del término feminismo para destruirlo o, como hace la socialdemocracia liberal y sus soportes dóciles por la izquierda, descafeinarlo, al igual que ocurre con el término sostenibilidad en el marco de la economía ecológica.
Una suerte de violet washing para que funcione como un green washing. Pintura sobre la fachada de un edificio estructuralmente podrido. Los lazos morados que se ponen algunos dirigentes políticos son al feminismo lo que al ecologismo barriles de petróleo barnizados de verde.