El partido militar (in memoriam)
El pasado 23 de enero falleció Juan Ramón Capella, pensador insobornable y catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Barcelona. Para una pequeña minoría de juristas y lectores de izquierdas, nos ha dejado un maestro único, erudito y comprometido. Admito que acabé los estudios de Derecho y ciencias políticas sin saber quién era el profesor Capella. Fue en la posterior búsqueda individual cuando me introduje en su obra, que me ayudó a desaprender la visión formalista del Derecho y me marcó como ninguna otra. Todos sus libros y artículos ―también los de la mítica y vigente revista Mientras tanto, que fundó― son muy recomendables, pero si tuviera que elegir una sola obra me quedaría con Fruta prohibida, probablemente el libro más revelador que jamás haya escrito un jurista español a pesar de su apariencia introductoria.
Mi opinión sobre su trayectoria es la de un mero lector, pues no pude conocerle. Discípulo de Manual Sacristán, Capella fue un pensador culto y multidisciplinar que destacó por escribir con una difícil combinación de profundidad, precisión, añoranza y cercanía; por observarlo todo desde una empática perspectiva de abajo, y por prestar una refinada atención a la relación existente entre los fenómenos jurídicos y las dinámicas del poder. Su adscripción jurídica enriqueció su cosmovisión marxista, al mismo tiempo que le hizo menos popular de lo que merecía. La ceguera de la izquierda y de las ciencias sociales para con el Derecho provoca daños incalculables.
Casi todo lo que ha escrito Capella es imprescindible para comprender la actual coyuntura española y global, realidades siempre indisociables, pues la soberanía ―una de sus preocupaciones centrales― hace tiempo que quedó cercenada. Reflexionando sobre lo que ha sucedido en esta década pasada de esperanza por el cambio y reacción termidoriana, me viene a la cabeza un concepto que Capella esbozó en un magistral trabajo del libro Las sombras del sistema constitucional español, que coordinó en 2003: el concepto de “partido militar”.
En ese breve capítulo, titulado La Constitución tácita, Capella realizó la que para mí es la mejor y más cruda síntesis de la transición española, incluyendo el proceso de aprobación de la Constitución de 1978 y su sistema político resultante. Para Capella, en todo ese proceso la soberanía popular se vio limitada por dos fuerzas coincidentes: los poderes exteriores y la tutela militar interna. En relación con esta función de tutela, el autor destacó el papel de lo que llama el “partido militar”, que incluiría a los militares, pero que también tendría un componente civil. Fue el partido militar, junto a las fuerzas exteriores, el que tuteló tanto el proceso de reforma (frente a la opción de la ruptura y previa desactivación de las organizaciones populares) como buena parte de las decisiones constitucionales más relevantes, tales como la monarquía, la posición del ejército, la “indisoluble” unidad de España, la ley de punto final o la debilidad de la democracia y los derechos sociales. Los ejes de la Constitución expresa fueron el resultado de un acuerdo tácito, de “un conjunto previo de pactos y acatamientos formalizados entre distintos sujetos políticos”, entre los que destaca el extraparlamentario partido militar.
Terminaba Capella afirmando que la derecha político-social ha asumido “la función del partido militar en el pacto tácito para negar, hoy, toda posibilidad de reforma del sistema político; para demonizar cualquier discurso alternativo al suyo; para reimponer y afianzar (…) las formas autoritarias del dominio político”. El trabajo de Capella, ¡escrito en 2003!, nos permite comprender a la perfección lo ocurrido en el sistema político de 1978 a raíz del movimiento democratizador que desencadenó la Gran Recesión. El 15-M, la irrupción de Podemos, el auge del feminismo o el proceso soberanista en Cataluña han provocado la reacción del partido militar ―rearmado con togas, micrófonos y cloacas―, incluso al margen de la legalidad, para mantener cerrados los candados de un sistema político tutelado desde su fundación. Y a todo ello hay que unir otros factores que también Capella abordó con brillantez, como las dinámicas de imperio y de la globalización y la Europa neoliberales, verdaderos frenos a cualquier atisbo de democratización.
En esencia, muchos de los análisis críticos que anticipó Juan Ramón Capella hoy día no son solo un valioso refugio para la resistencia intelectual, sino también diagnósticos compartidos por decenas de miles de personas. El aprendizaje colectivo sobre el funcionamiento del poder en la última década es la semilla más esperanzadora que brota entre las gentes de abajo.