La esperanza posible
Lo que sabemos es que, desde las crisis del petróleo y, más aún, desde que agonizó el socialismo real, las democracias constitucionales se han desdemocratizado de forma paulatina. La explicación más plausible es que las élites occidentales dejaron de temer que las mayorías sociales abrazaran un modelo alternativo al capitalismo. Tras la caída del Muro de Berlín, la clase capitalista no necesitaba aceptar las demandas del mundo del trabajo.
El problema tiene más aristas. La clase dominante, gracias a su exitosa guerra cultural, ha logrado que amplios sectores de la población ni siquiera deseen el bienestar colectivo. No menos relevante es la perspectiva energética. La gran mayoría de analistas de la realidad político-económica presta escasa atención a la problemática de la energía. En el tiempo presente los procesos de control de la energía deben situarse en el centro de la reflexión sobre el poder y la evolución de las sociedades. El agotamiento de los combustibles fósiles y los límites de la transición energética ponen en cuestión los beneficios de las clases dominantes en cada país, lo que explicaría la creciente inestabilidad geopolítica o fenómenos como el deterioro de los Estados del bienestar y el auge global de la extrema derecha.
Lo que sabemos es que, en el marco de la globalización, incluso en esta globalización en retroceso, la democracia no es viable en un solo país. La Unión Europea no deja de ser un microcosmos de la globalización que agudiza sus defectos. Europa es un mercado jurídicamente blindado. La Constitución económica de la Unión Europea es formal y materialmente incompatible con la realización del Estado social.
No puede decirse que la quiebra de la democracia en Francia sea una realidad oculta. En palabras de Macron: “Si la nombro a ella [Lucie Castets] o a un representante del Nuevo Frente Popular, derogarán la reforma de las pensiones, aumentarán el salario mínimo a 1.600 euros, los mercados financieros entrarán en pánico y Francia se hundirá”. Lamentablemente, Macron dijo algunas verdades. Cabe recordar que, en los años ochenta, Mitterrand ya sufrió una fuga de capitales por querer aplicar políticas socialdemócratas.
Cientos de miles de personas saben más que nunca sobre el funcionamiento del poder
El de Francia es un ejemplo más. En Grecia, las élites europeas boicotearon al Gobierno de Tsipras. Las mismas élites que integran ahora a la neofascista Meloni en Italia. En España, la troika y los mercados consiguieron que Zapatero claudicara en su voluntad de implementar una salida social a la crisis. Tiempo después, tuvieron que repetirse varias veces las elecciones generales con la misión de que no gobernara Podemos. La formación morada resistió, aunque sufrió un considerable desgaste debido a la guerra sucia practicada por el Estado profundo y el poder mediático.
Cientos de miles de personas saben más que nunca sobre el funcionamiento del poder. Diagnósticos como el de este breve texto no forman parte de un inaccesible debate académico, sino de la experiencia cotidiana de sectores no pequeños del electorado. Pero necesitamos que sean muchas más personas las que tomen conciencia sobre las causas de la quiebra de nuestras democracias.
Ahora bien, si el diagnóstico es que la democracia está adulterada por los flujos del dinero y la comunicación, lo que estamos admitiendo es que no se puede. En los ciclos de luchas que cristalizaron en el movimiento 15-M y Podemos se acumuló una gran energía democrática que no fue suficiente. Así las cosas, ¿cómo aglutinamos voluntades en un proyecto común dirigido a lograr cambios profundos y garantizar los derechos sociales? ¿Tiene sentido hacer política cuando la institucionalidad democrática ha sido bloqueada por las oligarquías? ¿Cómo pedir a la gente que se adhiera a un proyecto de emancipación que, precisamente, debe denunciar que la emancipación no es posible en el actual marco institucional? Nos acechan preguntas inmensas que no admiten respuestas fáciles e individuales.
Las dificultades que plantean los marcos de la globalización y de la Unión Europea deben ser contrarrestadas con alianzas políticas y sociales tejidas desde abajo que permitan democratizar las estructuras supraestatales
Con todo, las enormes dificultades no deberían hacernos concluir que no se puede. Históricamente, las clases subalternas han logrado avances sociales en marcos institucionales aún más difíciles que el de los actuales regímenes oligárquicos. Incluso, solo unos pocos años atrás, un Podemos debilitado (pero en pie) logró conformar un Gobierno de coalición y desplegar una serie de medidas que ya empiezan a ser añoradas ante la parálisis del actual Gobierno. ¿Qué sucedería, por ejemplo, si ese Podemos insobornable acumulase más poder? Las dificultades que plantean los marcos de la globalización y de la Unión Europea deben ser contrarrestadas con alianzas políticas y sociales tejidas desde abajo que permitan democratizar las estructuras supraestatales. Y, frente a los desafíos que plantea el colapso ambiental, hay que defender en todos los niveles territoriales el pacifismo en las relaciones internacionales ―para detener el genocidio en Gaza, para evitar las guerras de bloques―, la redistribución de la riqueza a todos los niveles y un decrecimiento sostenible que democratice las modalidades de producción y consumo. Necesitamos difundir diagnósticos realistas que desenmascaren a los actuales sistemas políticos, pero al mismo tiempo urge sembrar la esperanza posible.