Vivir en puro grito
Pocas transformaciones sociales se han conseguido a base de discursos edulcorados, rogando con educada piedad a los opresores y/o dándose de besos con el PSOE. Mucho menos las conquistas feministas.
Permitidnos una breve reflexión sobre estos días pasados en el Congreso con gafas violeta (ejem). Quizá el machismo más desenfadado lo encarnasen Feijóo, tomando por el pito del sereno a Armengol en su papel de Presidenta de la Cámara con chulería impostada de gallito, o Abascal, referenciando el Imperio Romano como buen macho español. Pero prestando especial atención a los matices, la investidura de Sánchez fue una de esas situaciones que ejemplifican a la perfección por qué mentar el feminismo no es suficiente para hacer feminismo.
A primera vista habría podido parecer que el feminismo tuvo cabida de sobra en el hemiciclo. Pedro Sánchez se hinchó como un pavo poniendo en valor los avances feministas de la última legislatura, que han colocado a España a la vanguardia internacional. Pero con un detallito que no pasó desapercibido ni para el propio Feijóo, poco sospechoso de ser un aliade: invisibilizando, en todo momento, quién demonios había impulsado desde el Ejecutivo todas las leyes que nos han traído hasta aquí. Porque no se trata sólo de que haya decidido prescindir de Irene Montero para la renovación de la cartera. Es que ni siquiera la mentó. De lo bien que habrían sonado al menos unas palabras de agradecimiento, ni hablamos.
Las mujeres y en especial las feministas llevamos toda la historia acostumbradas al ninguneo, a que se nos trate como si jamás hubiésemos pasado por allí. Son cientos los nombres de feministas valientes que la historia ha enterrado mientras otros se ponían la medallita de cada una de las cosas que, en común, íbamos conquistando.
Pasó con Bibiana Aído y pasa con Irene Montero, pero es algo que el PSOE ha hecho recientemente incluso entre sus propias filas. A Laura Berja, de quien nos separa un abismo ideológico, pero que fue la única de toda la formación que mostró vehemencia feminista en el último mandato, en las elecciones de este verano también se la quitaron de en medio.
Y eso en lo contendiente a las figuras más públicas, las menos conflictivas, las de la política institucional. ¿Qué pasa entonces con los millones de mujeres feministas que son condición de posibilidad para que esas pocas puedan trasladar a las instituciones la lucha, con mayores o menores carencias, con mayor o menor acierto? ¿Las que se dejan el tiempo, la piel, la voz, la vida, haciendo malabares para asistir a la asamblea de su barrio después de su triple jornada? ¿Las que sufren el escarnio de aquellos a quienes quieren, padres, hermanos, colegas, novios, por mostrarse dispuestas a combatir el machismo en la cotidianidad de los afectos? ¿Todas las que logran transformar sus propias experiencias de violencia en un motor de lucha y resistencia, de liberación para todas? ¿Aquellas a las que, ya no sólo se les niega el nombre propio individual, sino el nombre propio colectivo, cuando Yolanda Díaz sale a la tribuna a declamar ni corta ni perezosa que el feminismo no es un movimiento? "Es mucho más", se venía arriba la ferrolana. ¿Mucho más, qué significa? ¿Un ente abstracto, omnisciente, invisible? ¿Un concepto cuasirreligioso que sucede por obra y gracia del santo espíritu de la inercia? ¿Un pin en una solapa? No, compañeras. La cuestión feminista es absolutamente concupiscente, terrenal. Para la cuestión feminista, hay que mancharse las manos. Para las conquistas feministas, son millones las manos que sumergidas en el barro impulsan con sudor, lágrimas, también algunas alegrías pero, sobre todo, mucho esfuerzo, las arenas movedizas de la Historia.
Machado, el Papa, Aresti, Sartorious, Castelao, Espriu. Ni una sola mención a una mujer, autora, política, referente. Nada. Nada, porque en el imaginario de quienes firman los discursos ninguna mujer talentosa —ni mediocre— cabe en su universo.
Es lógico que ocurra eso entre quien se rodea de amigos de 40 o 50 años a quienes molesta el feminismo, y también entre quien ha elegido sentarse en la mesa con esos mismos para tomar las decisiones importantes. Entre quien decide abrazar a Calviño antes que a una compañera de filas para glosar sus éxitos.
Así que no, no sirve con que Sánchez cumpla la cuota discursiva con alusiones a la "lacra" de la violencia machista o el techo de cristal ni con que el PSOE diga que va a aumentar los juzgados especializados en los territorios (bienvenidas, por cierto, al año 2003). Tampoco con que Díaz reitere que lo más feminista del mundo mundial es la subida del SMI. Que, por cierto, de nada sirve si no se hace con perspectiva de género explícita, consciente y audaz; si luego se va con la boca pequeña cuando toca enfrentar la violencia sexual; igualando en precario a mujeres y hombres mientras los pilares de la estructura de poder patriarcal se mantienen indemnes para no incomodar. Porque además de mejores condiciones en la nómina, las feministas lo disputamos todo: el derecho a la vida, al tiempo, a existir sin violencia, a la justicia, al goce y el placer. Ah, y al poder para todas y no para unas pocas elegidas. Aspiramos a todo, a tanto, que eligen reducirnos a la nada.
No es el momento de quedarnos a la espera, de hacernos a un lado o comulgar con lo que venga. Así que, ya que gustaron tanto los señores con corbata de citar a los suyos, nosotras que somos de recordar a las nuestras, nos interrogamos como lo hacía la Aymerich en sus versos:
"¿Qué puedo yo con estos pies de arcilla rodando las provincias del pecado, trepando por las dunas, resbalándome por todos los problemas sin remedio?"
Y a su pregunta "¿para qué sirve una mujer viviendo en puro grito?", responde por sí sola toda nuestra genealogía.