De Pinochet a Milei: la metamorfosis de la serpiente
Existe un hilo conductor entre los planteamientos de la nueva derecha autoritaria de Javier Milei en Argentina, José Antonio Kast en Chile, Jair Bolsonaro en Brasil y también el coro de voces de Vox en España: todos ellos tienen en común una reivindicación de las dictaduras contemporáneas de sus respectivos países, más o menos velada, que plantea la negación de la democracia al tiempo que intenta usar la palabra libertad como elemento contrapuesto. Y a esta reivindicación del autoritarismo, y al consiguiente desprecio por la democracia, se une la defensa del modelo neoliberal a ultranza como paradigma social, económico y cultural de un nuevo darwnismo.
Augusto Pinochet y sus ‘Chicago Boys’ fueron los alumnos más aventajados de un experimento genocida con las clases populares y hoy Milei, desde Argentina, intenta completar el círculo siniestro de la metamorfosis de la serpiente. Ese reptil que reclaman —incluso como símbolo para sí— los nuevos íncels autodenominados ‘libertarians’, término que no es sino una nueva usurpación de palabras derivadas del significante “libertad” para encubrir la dictadura más despiadada del capital financiero. Tienen otros que son más hilarantes si cabe, como decirse ‘antisistema’ o ‘antagonistas’. Lo mejor es que muchos incautos lo creen.
Estas derechas extremas de nueva generación, en síntesis, están recogiendo el legado aplicado a la perfección en el Chile de los setenta: defender el modelo neoliberal más salvaje y una política autoritaria conservadora, discriminatoria y con una lógica demofóbica, primando el todos contra todos y la ley del Oeste. Intentan aprovechar las incapacidades de la democracia para garantizar los derechos económicos y sociales, lo que a su vez tiene como consecuencia la falta de participación de las mayorías sociales en el proceso político. Y lo hacen gracias al monopolio de los medios de comunicación y a costosas estrategias en redes sociales, que les permiten lanzar un movimiento político que cuestiona abiertamente la democracia y es a su vez defensor de los intereses de los monopolios. Como nunca hubiesen sospechado Friedrich Hayek y Milton Friedman, quizá sus mejores inspiradores.
Una epidemia autoritaria
El Chile de Pinochet, tras su golpe de Estado de 1973, supuso la plasmación más pura del modelo, aunque en la práctica este era el mismo que se aplicó en otros países de su entorno. Y sus hijos políticos están hoy recogiendo ese legado. Kast, ya en pleno siglo XXI, reivindica la dictadura de Pinochet, de hecho es una escisión por la derecha de los partidos que defienden el régimen de terror que asoló el país, y su modelo de darwinismo social.
Esta es la clave: hablamos del modelo de los ‘Chicago Boys’, generaciones de la élite académica chilena que fueron enviadas a formarse a aquella ciudad estadounidense y regresaron a su país en los años sesenta y primeros setenta con el cometido de hacer funcionar un nuevo paradigma neoliberal basado en las enseñanzas de Friedman y de la más salvaje ley del más fuerte, en la privatización de los servicios públicos y en la protección de los monopolios privados y del capital financiero. A ellos confirieron el timón económico de la dictadura, con su famoso “ladrillo” o plan de aplicación del modelo neoliberal. Justificaron la necesidad de alzarse militarmente ante un Gobierno democrático y utilizaron el golpe de Pinochet para hacer realidad su modelo depredador.
Si miramos a Argentina, Milei, durante el último debate presidencial, también se ha reconocido en la dictadura de Videla, usando las mismas palabras que empleó el genocida Emilio Massera en los juicios a la Junta argentina, diciendo que no hubo treinta mil desaparecidos y asesinados, que no hubo un plan sistemático sino únicamente “excesos”. Un negacionismo de libro que sirve para articular su discurso de la crueldad social, representada en el icono de la motosierra con la que le gusta exhibirse en sus actos.
La dictadura militar argentina se empleó a fondo: se dieron cuenta de que las experiencias autoritarias anteriores habían sido incapaces de contener el empuje de la clase trabajadora y de las clases populares. El denominado “Plan de reorganización nacional” tenía como finalidad utilizar la excusa de las organizaciones guerrilleras para implementar un plan sistemático de exterminio de los principales referentes del movimiento obrero y del movimiento popular. El objetivo era reducir de forma drástica la participación de los salarios en la riqueza del país.
Hoy, en el discurso de Milei, hay un profundo combate estratégico, que no táctico, frente a la propia existencia del Estado social y de derecho. Que va desde la legalización de la compraventa de órganos hasta la privatización de la educación y la salud y la destrucción de los mecanismos de protección social.
Bolsonaro, en Brasil, también reivindicó la dictadura militar de décadas atrás y el golpe de 1964. Incluso fue más allá diciendo que en su país se torturó mucho pero se mató poco. A su vez, nombró ministro de Economía a Paulo Roberto Guedes, un neoliberal que se ha hartado de privatizar y desregular el mercado de trabajo. Que impulsó una política criminal de desprotección de la población frente a la pandemia de la Covid desde el punto de vista sanitario y desde el punto de vista social.
La conexión de Vox con Milei se materializó en la visita del prestidigitador argentino a una de las últimas fiestas chauvinistas del partido de extrema derecha. En España existe también una reivindicación de la dictadura de Franco. Los ultras de Vox han dicho que el actual Gobierno —ahora en funciones— es el peor que ha tenido el país “en 80 años”. Muchos de sus líderes, antes de entrar en el Congreso, acumulan un historial repleto de fascismo del bueno y como formación política se negaron a sacar al dictador del valle de Cuelgamuros. Además, conectan con el mito del Imperio español bajo los conceptos de la “raza” y la “Hispanidad” utilizados por la dictadura y que pretendían unir a Franco con los Reyes Católicos. De hecho, la idea que manejan de la nación española se abstrae del pueblo para que sea demófoba y de tinte aristocrático: por eso ellos llegan a reivindicar y a disculpar a los militares retirados que dijeron eso de que había que fusilar a “26 millones de hijos de puta”. Son menos y no tienen problema en reconocerlo.
Estamos hablando de una corriente internacional. Y conecta también con Donald J. Trump a través de Steve Bannon, un maestro bien pertrechado de dinero para la difusión de esos valores. Trump y Bannon han sido capaces de dar vida a la versión más reaccionaria de la política en su país, articulando en unos años un movimiento en contra de la democracia en los propios Estados Unidos y que no hubiese sido posible sin la inestimable colaboración del magnate de la comunicación Rupert Murdoch y de su canal Fox News.
Frente a este planteamiento de la nueva derecha, hace falta una estrategia desde el campo popular y las fuerzas democráticas que pueden plantearse construir una alternativa basada no solamente en hacer una política de gestión, sino en dar sentido a las cosas
El odio, su denominador común
En todos estos casos se da un intento de seducción de las clases populares, sean las que sean y utilizando elementos raciales. La estrategia de construcción se cimienta sobre el odio, con los aliados que sea preciso, formando parte de un mismo movimiento político. Se trata de una suma de odios —en muchos casos al último en llegar o al más miserable aún—, se construye desde la frustración e intenta penetrar como sea en las clases populares decepcionadas ante la incapacidad de la democracia para controlar al poder financiero. Tocando en los más bajos instintos y peores sentimientos, en un individualismo feroz, y acentuando todos los valores discriminatorios.
¿Y cómo fomentan así el odio? Mediante tres elementos clave: el primero, una nueva estrategia de manipulación en redes sociales que no va de militancia en el ciberespacio sino de la participación de multimillonarios y de empresas dedicadas a la intoxicación. Un segundo elemento es central: el monopolio de los medios de comunicación; Milei y Trump han sido primero estrellas televisivas, pero todos estos movimientos han tenido sus marcos reproducidos hasta la saciedad en prime-time. Y esos marcos son siempre relatos y bulos, no importan los hechos. Un divorcio entre lo que se publica y la realidad. Por último, hay un tercer elemento clave y está relacionado con lo mediático, el lawfare. Con ejemplos como los de Lula en Brasil y Cristina Fernández en Argentina o el que más nos suena por aquí: el acoso e intento de derribo a Podemos en España.
Ante su relato, batalla cultural
Demasiadas veces se dice que la nueva derecha autoritaria pone en cuestión el Estado liberal pero se olvida el “espíritu del 45” que vio nacer el Estado social y democrático, en el que la clase trabajadora y las clases populares impusieron el consenso de que, para que haya democracia, tiene que haber derechos económicos, sociales y culturales, además de civiles y políticos. Un consenso que tuvo su plasmación en la Declaración universal de los Derechos Humanos. Cuando al intentar combatir estos discursos de la extrema derecha o de la derecha extrema se denuncia que ponen en cuestión el propio Estado liberal, se está entregando de contrabando la parte social del Estado como un elemento imprescindible para que pueda existir la democracia. Asimismo, la ola reaccionaria tiene en su punto de mira de forma nítida las nuevas generaciones de derechos feministas y ambientales, porque ponen en jaque el modelo depredador de la dictadura del capital financiero.
Frente a este planteamiento de la nueva derecha, hace falta una estrategia desde el campo popular y las fuerzas democráticas que pueden plantearse construir una alternativa basada no solamente en hacer una política de gestión, sino en dar sentido a las cosas.
Urge combatir en el ámbito de la ideología y dar la batalla cultural, construir en el campo de lo colectivo y comunitario, e impulsar medios de comunicación que tengan capacidad para marcar agenda. Es necesario repensar el hacia dónde como elemento clave para dar sentido a las cosas más allá de las coyunturas electorales.
Necesitamos la reconstrucción social del valor del trabajo integrando los cuidados frente a la especulación financiera. Se trata de impulsar el protagonismo popular como eje vertebrador del proceso y las cuatro generaciones de derechos como las guías para construir un sentido que acabe con la separación artificial entre lo social, lo económico, lo político y lo cultural.
Se trata, en definitiva, de impulsar un movimiento plural que impulse un bloque histórico de las clases subalternas y mayorías sociales, para reivindicar la soberanía popular como el elemento central de construcción política frente a las lógicas de los dictados de las élites económicas. Un bloque que levante como bandera el derecho a la paz y la amistad entre los pueblos y que defienda el territorio luchando por el reparto del trabajo, la riqueza y los cuidados.