Buena ministra, mala política

La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero (i), y la vicepresidenta primera y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz (d), tras quedar aprobada la Ley de amnistía, durante una sesión plenaria, en el Congreso de los Diputados, a 14 de marzo de 2024, en Madrid (España). El Pleno ha debatido el dictamen del Proyecto de Ley por el que se regulan las enseñanzas artísticas superiores y se establece la organización y equivalencias de las enseñanzas artísticas profesionales. Este proyecto de ley tiene por objeto la regulación de estas enseñanzas, de sus centros, de su profesorado, así como el establecimiento de los derechos y deberes de los estudiantes. Tras este pleno, el Congreso aprobará la Ley de Amnistía para su remisión al Senado.
Eduardo Parra / Europa Press
14/3/2024
Eduardo Parra / Europa Press
No es muy difícil adivinar que la legislatura entra en terreno pantanoso y que Pedro Sánchez puede dentro de unos meses reestructurar el Gobierno, quitarse de encima a Sumar, bajo el argumento de que Yolanda Díaz no le garantiza la gobernabilidad

En noviembre de 2021, a un miembro del gabinete de Mónica Oltra se le ocurrió citar a todas las líderes del espacio de la izquierda plurinacional en el Teatro Olympia de Valencia con una idea ingenua: ensamblar todo lo que se había roto desde 2015. Aunque no se invitó a ninguna mujer de Podemos, el acto fue prometedor porque mucha gente pensó que podría ser la primera piedra de la reconstrucción del espacio que metió a 71 diputados y diputadas en el Congreso.

Unos meses antes, cuando Pablo Iglesias nominó a Yolanda Díaz para liderar el espacio de Unidas Podemos, “si así lo decide la militancia”, las encuestas otorgaban a la ministra de Trabajo unos altos niveles de popularidad y una intención de voto que podría superar el 15% de los votos, que traducido hubiera significado entre 50 y 60 escaños. Sólo tenía que sumar, olvidarse de la cultura cainita de la vieja izquierda que había aprendido en todos sus años de militancia y sentar a todos los hermanos malavenidos en una misma mesa a comer.

De la audacia y el talento para sumar dependería de que esa cifra fuera aún mayor. Yolanda Díaz lo tenía todo: caía bien al poder mediático, la militancia de Podemos la miraba obnubilada, tenía carnet del PCE -por lo que se preveía que a los comunistas más identitarios les iba a gustar la operación- y encima no había sufrido arañazos en la interna de Podemos al no pertenecer directamente al espacio de los morados.

No menos importante es que contaba con el apoyo de Comisiones Obreras, con las simpatías de UGT y guardaba en su mochila el haber sido la ministra de la subida del salario mínimo, de los ERTES y de otros mecanismos que salvaron a tantas familias, empresas y trabajadores.

Yolanda Díaz es abogada laboralista, se ha criado políticamente bajo las faldas de Comisiones Obreras y controla el mundo del diálogo social y la arquitectura laboral española, que no es fácil. Hay que ser muy fanático para no reconocer que Díaz es una buena ministra de Trabajo. Sin embargo, hay que estar muy ciego para no reconocer que no tiene talento político. El primer aviso lo dio en la negociación de la Reforma Laboral, que se aprobó por el ‘voto equivocado’ del diputado popular Alberto Casero al haber sido incapaz de negociar con Bildu y ERC.

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Ser buen ministro básicamente es saber gestionar, rodearse de buenos técnicos, buenos asesores y marcar las prioridades de tu departamento. Ser buen político es, sobre todo, saber dialogar, llegar a acuerdos, ampliar horizontes y llegar allí donde parecía que era imposible. Hay casos de buenos ministros que han sido grandes políticos, así como malísimos ministros que son inmejorables políticos.

Ser nombrado ministro no convierte a nadie en líder; sin embargo, ser un buen político va asociado a ser líder. Un político es aquella persona capaz de marcar el camino, que lo señala y que, sin decirlo, consigue que los demás le sigan. Un buen político es Pedro Sánchez convocando elecciones generales al día siguiente de un castañazo en las elecciones municipales y autonómicas. Un buen político es Irene Montero defendiendo la ley del solo sí es sí en contra de la reacción machista dentro del poder judicial. Un buen político es Mónica Oltra que consiguió, desde la periferia, construirse un perfil a escala estatal y tirar al PP de la Comunidad Valenciana. Nada más y nada menos. 

Con aquella gente de Podemos que hacía tanto ruido, que era tan irreverente y que le quitaban el sueño a Pedro Sánchez, hubo Presupuestos Generales del Estado todos los años de la pasada legislatura

Un buen político es Pablo Iglesias, que le ganó una moción de censura al PP de Mariano Rajoy en la que no creía ni el PSOE. Lo hizo armando una mayoría progresista y plurinacional, haciéndole entender a la izquierda federalista que cualquier dirección de Estado progresista pasaba por sellar alianzas con los partidos independentistas, del mismo modo que le hizo entender al independentismo que la resolución democrática de los conflictos territoriales pasaban por sacar de la Moncloa al PP.

Hoy ya casi nadie se acuerda, pero Pablo Iglesias fue a la cárcel a visitar a los presos políticos catalanes cuando el PSOE no es que no hablara de ley de amnistía, es que todavía sonaban en las sedes socialistas los ecos del 155 y del ‘a por ellos’ con el que jalearon a los guardias civiles y policías que fueron a dar palos a los catalanes el 1 de octubre de 2017.

El adelanto de las elecciones catalanas por el no de Sumar a los presupuestos de Pere Aragonés no es por la oposición al Hard Rock ni tampoco porque los Comunes sean autónomos de Yolanda Díaz. Eso es relato, que es siempre una forma de mentir. Lo que se esconde detrás del voto en contra de los Comunes es la incapacidad de Sumar para entender que defender la plurinacionalidad no es saludar en los idiomas cooficiales como hacen los presentadores del Benidorm Fest.

Defender la plurinacionalidad es incluir a los partidos independentistas y/o nacionalistas en la gobernabilidad del Estado. Entender que la izquierda española sólo avanzará si cuida su alianza con estos partidos, del mismo modo que ERC o Bildu sólo podrán avanzar hacia una solución democrática si mantienen su alianza con la izquierda federalista y juntos empujan al PSOE a ir más allá de lo que se puede permitir un partido de régimen.

La caída de los presupuestos catalanes y, con ello, la incapacidad del Gobierno de España de armar unas cuentas para el Estado no es más que la pérdida de un año de la legislatura milagro que la movilización progresista y plurinacional logró el 23J. Con aquella gente de Podemos que hacía tanto ruido, que era tan irreverente y que le quitaban el sueño a Pedro Sánchez, hubo Presupuestos Generales del Estado todos los años de la pasada legislatura. Con la discreción, saber estar y todo el favor del poder mediático de Sumar, no hay presupuestos en el primer año de la nueva legislatura, a pesar de que es el periodo de luna de miel de cualquier gobierno.

No es muy difícil adivinar que la legislatura entra en terreno pantanoso y que Pedro Sánchez puede dentro de unos meses reestructurar el Gobierno, quitarse de encima a Sumar, bajo el argumento de que Yolanda Díaz no le garantiza la gobernabilidad, y Sumar no podría oponerse y ni siquiera se podría permitir el lujo de resolver su rabia votando con PP y Vox para provocar nuevas elecciones. Salvo que Yolanda Díaz esté dispuesta a morir matando.

Lo único que puede salvar a Sumar es fortalecerse a la interna, pero tampoco parece que ello vaya a ser posible a la vista de los conatos de ruptura que existen en Más Madrid, Compromís y el levantamiento de IU en Andalucía, en contra de un modelo de cuotas que le otorga un 30% a una federación que pone el 80% de lo que significa Sumar al sur de Despeñaperros. Con Podemos fuera de Sumar, el aglutinante que unía a todas las piezas se ha evaporado y la guerra ahora es de todos contra todos. La cosa podría haber sido diferente. Así lo imaginó el equipo de Mónica Oltra en una cafetería de Valencia en 2021.