Ellas bailan solas (La obsolescencia masculina)

Encuentro de escritores y críticos en Verines — Foto / cultura.gob.es
Encuentro de escritores y críticos en Verines — Foto / cultura.gob.es
Los hombres nos estamos quedando obsoletos como personas, y naturalmente también lo seremos como escritores

De vuelta del Encuentro de escritores y escritoras de Verines organizado por la Dirección General del Libro y la Universidad de Salamanca, un retiro tranquilo y fecundo para conversar sobre asuntos que preocupan y deben preocupar a quien escribe literatura y pensamiento. Confirmando también la ignorancia española sobre cualquier literatura que se escriba bajo este estado en cualquier lengua que no sea el castellano.

En Verines ese diálogo se hace con naturalidad, pero la realidad de la vida pública y mediática española es otra cosa bien distinta. Precisamente esos encuentros fueron desde el principio un intento de tender puentes entre escritores y escritoras en esas distintas literaturas y entre las propias lenguas. Aunque, también desde el principio, la composición de las personas asistentes no reflejaba la realidad: éramos una inmensa mayoría de hombres con alguna excepción de una, dos o tres mujeres. En alguna ocasión ninguna.

Y nos parecía natural a todos. Un “todos” masculino que a veces incluía también a esas  una, dos o tres compañeras que acudían, pues era “lo natural”, la vida era así. En realidad, estaba así.

En este encuentro que celebró los cuarenta años, siendo un encuentro intergeneracional, los asistentes de mayor edad y que habíamos acudido allí desde los primeros años naturalmente éramos señores, pero en la composición global la mitad de la asistencia eran escritoras, autoras de cómic, críticas…, y confirmaban la evidencia de la emergencia de las mujeres también en el campo de la literatura.

Tantos años hablando nosotros, son ellas las que traen ahora cosas nuevas

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Dije “emergencia” en un campo donde los varones habíamos tenido dominio absoluto en todos los planos, en número, en ocupación de las instituciones, de la crítica, dentro de las empresas editoriales, el volumen de nuestras voces…Y ahora veo nuestra obsolescencia.

Veo como, tantos años hablando nosotros, son ellas las que traen ahora cosas nuevas. Veo como se relacionan entre ellas de ese modo natural que nos debiera causar envidia, de un modo inmediato tejen una conversación fluida en la que intercambian información, aunque no niegue una posterior competitividad; veo como utilizan menos las grandes categorías y generalidades y traen a la mesa las experiencias concretas, tanto específicamente femeninas como más amplias; veo su ímpetu sin rebozo porque tienen todo por delante por ganar…Sí, son ellas las que traen cosas nuevas.

Y nosotros no nos hemos visto obligados, aún, a revisar nuestro lugar, nuestras maneras. En principio afirmamos nuestras voces, defendemos la autoridad previamente adquirida, podemos elevar el tono de la voz, impostar solemnidad…Si no somos capaces de vernos en pelota, si no somos capaces de revisar nuestra identidad y nuestra vida anterior, estamos caducados. Si no atendemos lo que está ocurriendo, también en la literatura, estaremos obsoletos. 

Los hombres nos estamos quedando obsoletos como personas, y naturalmente también lo seremos como escritores.