Mi tío Miguel
En su día acabé leyendo “Soldados de Salamina”. Supe del libro por la prensa, fue un libro muy comentado y reseñado, siempre alabado. Reconozco mis prejuicios, por la línea ideológica (sí soy de quienes todavía creen en eso de “la línea ideológica”) de quienes lo comentaban (en la prensa oficial también hay el “retuiteo”, se pasan la pelota amiga entre ellos) y sabiendo que la historia que se contaba en la novela tenía razón con nuestro pasado maginé que no me iba a interesar. O, simplemente, que no iba a estar de acuerdo.
Pasó el tiempo (de cualquier modo suelo dejar pasar un tiempo antes de ponerme con algún libro que los medios dicen que “hay que leer”) y un amigo me disuadió de mi escepticismo con su entusiasmo, que tenía que leerlo. Y me puse a ello. Y ya llevaba más de la mitad y lo dejé quedar (esto no es un juicio literario sobre la obra, cosa que un escritor debe evitar sobre una obra que no es suya, simplemente cuento que no me interesó y eso a todos nos pasa con obras buenas, regulares o malas. De hecho hay obras que pensamos que son malas y nos gustan, qué caray). Estaba yo en que dejé quedar el libro, pero cuando me volví encontrar con ese amigo, que es tremendamente entusiasta y animoso (estoy por usar la palabra “proactivo”, que resulta más persuasiva y moderna) me insistió. “¡Pero, hombre! ¡Es un libro estupendo, lo mejor empieza precisamente hacia el final…” Y retomé la lectura del libro.
Ahí fue cuando me cabreé. Y ahora voy a reconocer que escribo de memoria, y mi memoria es de lo peor, pero creo que la historia de la novela se cierra con el miliciano bailando el pasodoble “Suspiros de España”, bien bonito por cierto, y representando un cierre definitivo a una Guerra Civil ya lejana. Como digo, ahí fue cuando me cabreé. Porque me sentí ofendido en mi inteligencia, en mi memoria y, también, en mi ideología, debo decirlo.
De hecho, más tarde, me encontré un día en un hotel de Barcelona con un conocido que iba a hacer un trabajo artístico a partir de ese libro y cuando me lo contó le contesté, “pues yo estoy escribiendo justamente lo contrario”. Y publiqué un libro que se tituló “Home sen nome” (“Hombre sin nombre” en castellano y “Home sense nom” en catalán) que me trajo más quebrantos que contentos. Porque lo que ya sabía y volví encontrar cuando investigué para escribir ese libro es que todo ese cuento de dejar el pasado atrás y que todo quedó saldado y que hubo un reencuentro entre los españoles y que ni unos ni otros y que…, era la mayor mentira. Esa sí es la mentira “que nos hemos dado”.
Y se me hizo evidente lo que intuía, la novela expresaba literariamente el discurso de eso que pactaron y llamaron “Transición” y que garantizaba precisamente la pervivencia de este estado y estas relaciones de poder. Y, de un modo más concreto, caí en la cuenta de que mi amigo, que fue un joven rojo y luego un señor de izquierdas, era hijo, como somos casi todos, e hijo de padre falangista. Y comprendí que el discurso que transmitía el libro le permitía a él, gracias al lenguaje estético, encontrar un modo de aceptar a su padre. Como habían hecho antes otros escritores con padre falangista, relatar y estetizar esas vidas era un modo de legitimarlas y de encontrar cierta paz intelectual. Podías ser “progre” y aceptar a tu padre.
Y, bueno, cada uno hace lo que puede, pero yo no estoy de acuerdo. Puedes querer a tu padre sin necesidad de legitimar que fuese fascista, que pelease defendiendo esas ideas, y pelear es hacer daño, que jurases lealtad a Hitler en la División Azul y fueses a Rusia a matar gente de allí, etc. Al fin y al cabo una persona es muchas cosas, el ser humano es complejo y se puede ser un buen padre o madre y ser un canalla para los demás. O, simplemente, ser un joven fanático que vive ese camino de adulto.
Pero ya me estoy extendiendo demasiado. Esto viene a cuento de que hace unos días Javier Cercas publicó otro artículo en la revista de El País con un discurso, que algunos tildarán de “ácrata” o “libertario” o algo por el estilo, y se extrañan y se llevan las manos a la cabeza.
En fin, hay escritores que encarnan en cuerpo y alma el argumento del poder establecido y de este estado, Cercas es uno de ellos y no lo ocultó desde el principio. Que su obra y sus opiniones, que son lo mismo, tengan tanto asiento sólo es porque expresan lo que mucha gente considera lo evidente, que es la ideología del poder. Y que sus posiciones sobre la guerra civil, el franquismo, la Transición... y sobre Cataluña sean ésas es coherente con el discurso profundo de este estado. Es lo que hay, porque hay lo que hay.
Pero yo tenía intención de escribir algo de mi tío Miguel, de Formariz de Sayago, y se me fue el santo al cielo. A ver si otro día me pongo.