Fredric Jameson, 1934-2024

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Con la muerte de Fredric Jameson desaparece uno de los críticos culturales marxistas más importantes del siglo XX. Terry Eagleton reflexiona aquí sobre su humildad, generosidad e incomparable erudición

Conocí a Fred Jameson en 1976, cuando me invitó a impartir diversos cursos a sus estudiantes de posgrado en la University of California San Diego. Hasta entonces tan solo había sabido de su existencia a través de su asombroso libro Marxism and Form, publicado cinco años antes, que incluía un conjunto de análisis inteligentes y excitantes de pensadores tales como Lukács, Benjamin, Adorno, Ernst Bloch, así como de otros autores. El propio título del libro lanza el guante a un tedioso linaje de crítica marxista vulgar. El texto también aborda una serie de obras alemanas, algunas de ellas repletas de dificultades, que por aquel entonces no habían sido traducidas al inglés.

Hasta entonces tan solo había sabido de su existencia a través de su asombroso libro Marxism and Form, publicado cinco años antes, que incluía un conjunto de análisis inteligentes y excitantes de pensadores tales como Lukács, Benjamin, Adorno, Ernst Bloch, así como de otros autores. El propio título del libro lanza el guante a un tedioso linaje de crítica marxista vulgar

En ese momento estaba convencido de que el nombre de Fredric Jameson era probablemente un seudónimo de Hans-Georg Kaufmann o de Karl Gluckstein, un refugiado de Mitteleuropa recluido en el sur de California. El hombre que conocí, sin embargo, y que me saludó con una rudeza que más tarde descubrí que era timidez, era tan estadounidense como Tim Walz, aunque sospecho que Walz no se escabulle para leer la última obra de ficción checa con una copa de vino al lado. Utilizaba expresiones como «¡pero no me jodas!» y «¡hostia puta!», vestía vaqueros, le gustaba comer turf 'n surf y se sentía claramente incómodo en presencia de intelectuales franceses patricios, prefiriendo al genial y extrovertido Umberto Eco. Todo ello era realmente auténtico, pero también era un intelectual incrustado en una civilización en la que se aconseja a estas criaturas que aparezcan disfrazadas. Más de lo mismo podría decirse de la retórica de su estilo literario, que funciona como una máscara, al tiempo que lo hace como un modo de comunicación. Jameson era en algunos aspectos un hombre privado inmerso de modo crítico en la esfera pública, que viajaba por todo el mundo (nos encontraríamos más tarde en China y Australia) mientras vivía en una remota granja en un área rural de Carolina del Norte, rodeado de cabras y gallinas y literalmente envuelto en la algarabía de un buen número de niños y niñas. Los críos eran especialmente preciosos para él y ha dejado tras de sí una verdadera legión de nietos y nietas.

Jameson fue sin duda el mayor crítico cultural de su tiempo, aunque el término «crítico cultural» es un mero marcador provisional para un tipo de trabajo intelectual como el suyo, que abarca la estética, la filosofía, la sociología, la antropología, el psicoanálisis, la teoría política y demás materias conexas, para el cual todavía no disponemos de una denominación adecuada

Jameson fue sin duda el mayor crítico cultural de su tiempo, aunque el término «crítico cultural» es un mero marcador provisional para un tipo de trabajo intelectual como el suyo, que abarca la estética, la filosofía, la sociología, la antropología, el psicoanálisis, la teoría política y demás materias conexas, para el cual todavía no disponemos de una denominación adecuada. No había nada en el campo de las humanidades que no atrajera su atención, del cine y la arquitectura a la pintura y la ciencia ficción, y parecía haber leído más libros que nadie en el planeta. Podía hablar tanto de Parménides como de la posmodernidad y así cuando apareció la película de Stanley Kubrick Barry Lyndon, basada en una oscura novela de Thackeray de la que nadie había oído hablar, uno de sus alumnos comentó lleno de confianza: «Fred la habrá leído», y probablemente tenía razón. Estaba poseído por una voraz energía estadounidense combinada con una elevada sensibilidad europea. Sostenía que ninguna crítica marxista valía gran cosa, si no podía lidiar con la forma de las frases y si no era capaz de detectar una estrategia ideológica en toda regla en un giro narrativo o en un cambio de tono poético. Pero Jameson también tomó el pulso a toda una civilización, como demuestra su clásico ensayo sobre la cultura posmoderna.

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Sostenía que ninguna crítica marxista valía gran cosa, si no podía lidiar con la forma de las frases y si no era capaz de detectar una estrategia ideológica en toda regla en un giro narrativo o en un cambio de tono poético

Hoy en día los críticos literarios no desempeñan una gran función social. Constituye parte del logro de Jameson que nos mostrara al resto de nosotros el modo en que figuras académicas tan modestas podían volver a convertirse en intelectuales públicos, en hombres y mujeres cuya influencia se extiende mucho más allá de los confines convencionales de los estudios literarios. Esto es lo que la amorfa palabra «teoría» ha llegado a significar y Jameson fue el más agudo y perspicaz de los teóricos.


Recomendamos leer Fredric Jameson, «El ladrillo y el globo: arquitectura, idealismo y especulación inmobiliaria», NLR 0, «La política de la utopía», NLR 25, «Marx y el montaje», NLR 58, y «La estética de la singularidad», NLR 92.

Artículo aparecido originalmente en Verso Blog y publicado con permiso expreso del autor.