¿Qué onda Lili?
Porque no hay responsabilidad más sagrada y atroz que la que nos obliga a ser nosotros mismos
Hola gueritas, ¿cómo van?
Hoy me pillan triste, déjenme contarles que también su reportera intrépida a veces se aventa al suelo…
Es que nomás estuve leyendo una novela de la gran Cristina Rivera, ustedes saben que es una escritora más que buena, traductora, profesora, una de esas personas que no se avergüenzan de sus raíces, la gente migrante, cuanta, que construye la riqueza de las naciones, con el algodón de las tierras o con el barro de los barrios.
Seguro que les suena.
Les comento, qué decir de México, como contarles.
Hace muchos años yo estuve en su país con una amante, y por allá nos andamos, escuchando “Lucha de gigantes” y viajando de madrugada hacia lugares inexistentes donde la hora era inventada, como ustedes, como yo.
Y se iba el DF envuelto en niños de la calle esnifando pegamento y fábricas escupiendo humo y mujeres en vagones separados en el metro para no ser acosadas.
Y yo iba con mi amante que me explicaba cosas como la lucha de clases y yo tan chiquita y tan deseosa de que siguiera hablando y tomar otro tamal.
Pero Liliana Rivera, estudiante de 20 años, murió asesinada por su ex pareja, en 1990. Entonces no existía el concepto de violencia de género, ni las autoridades (¿...?) fueron capaces de averiguar el paradero de su verdugo.
Liliana fue, como tantos estudiantes en México, una mujer libre, entregada, con múltiples amigos y compromisos.
Hoy lloramos su muerte, y sabemos cuál era su lema, el de nosotros, compañeros, me disculpan de nuevo la rabia, pero no olvidamos:
“En lo más profundo del invierno aprendí al fin que había en mí un invencible verano” (Albert Camus).
Les dejo la referencia, El Invencible verano de Liliana.
Nos hablamos prontito.