Cenizas y Cenizos
Nunca he fumado, no me gusta el humo, ni la ceniza. Ni lo gris.
No me gustan los que venden humo y los que reparten las cenizas de un ser querido como si fuera el premio de la Chochona en la feria del pueblo.
Si por ellos fueran las depositarían en el cementerio de Arlington, junto a JFK. Es incluso más fácil ese gesto, ese periplo, que cuidar cada día de tu vida a la que hoy es un puñado de cenizas.
Las cosas en vida. Y como quemar a alguien en vida no es de buen gusto mejor cuidemos antes de que el horno crematorio o los gusanos hagan su trabajo.
Que el lecho de muerte no sea Times Square el 31 de diciembre, que nadie se atornille a la cama la noche anterior de perder a un ser querido.
Que nadie asome la cabeza a una cristalera del tanatorio local mientras una caja de plástico entra en cámara lenta en un horno crematorio que se zampa hasta las prótesis de titanio y el maldito sarro.
Todo mejor en vida, sobre todo… cuidar.
Si la gente maltratara en muerte sería mejor, no en vida. Liarse a hostias con las cenizas de un ser despreciable podría ser hasta aconsejable para descargar la furia.
O soplar las cenizas en la cara de la gente que le hizo la vida imposible al finado.
—Se me ha metido algo en el ojo.
Estaría bien que todos los días fueran 8-M, que todos los días fueran 14 de abril y 19 de julio (el día que aprendimos a disparar para puto defendernos de un golpe de Estado).
No me creo a la gente que resurge de las cenizas. Lo de las cenizas es un camelo.
Ave Fénix vete a pastar. Polvo eres y en ceniza te convertirás.
¿Dónde está el cenicero? ¿Dónde vuelco el cenicero?
¿Dónde ponemos la urna con las cenizas del abuelo?
Sabían dónde estaba en vida y no iban a verle, ahora están obsesionados con las cenizas.
Esnífalas. Métete un tiro de las cenizas del abuelo. Eso vale por los meses y meses de dejarle tirado en la esquina del salón de la residencia, en su sillita de ruedas, esperando a Godot.
Hay gente que querría hacer un tour por todos sus lugares queridos y la familia (apurada de tiempo) le hace un Gran Lebowski. Hermanos, soplemos. Sople usté aquí.
Yo me quedo con la piel, la carne y los huesos. Servir y proteger, como los policías americanos (pero a los buenos).
Me quedo con la gente que era capaz de recorrerse media ciudad en pleno años 70 para buscar una caja de supositorios porque un hijo o una hija tenía una fiebre incontrolable. Doy fe.
Padres y madres. Padres que parecen madres y madres que parecen madres. Personas.
Gente a la que sonríes cuando entra en un lugar, como decía Monterroso.
Me quedo con los límites que ellas y ellos pusieron a la estupidez. Y sin despeinarse.
No correr entre los camareros de una boda para conseguir que no se convirtiera en una escena diseñada por Chaplin donde vuelan las croquetas y las gambas gabardina porque sin querer queriendo te has metido debajo de las piernas del camarero o camarera de turno.
Te miraban y sabías que por ahí no. Y tenemos cero traumas.
En esos tiempos no pensabas en las cenizas de la persona que sería capaz de cortarse un brazo por ti pero sabías que todo lo que hacían lo hacían por tu bien.
Aunque tú fueras de insuficiente para abajo. Ya recuperarías en septiembre.
O te quemarían en una hoguera. Al final siempre salías adelante porque les tenías ahí, sobrevolando por el cabecero de tu cama.
La persona que va en la urna de las dichosas cenizas es la que te enseñó la importancia de visitar a tus abuelos domingo sí y domingo también.
Puede que en esos momentos te quisieras tirar por el tercer piso de la casa de tus abuelos.
Ahora das gracias a cada miligramo de ceniza por obligarte a ver pelis de Charlot con ellos, por obligarte a descubrir el sabor del Tang de limón y por saber que si tu abuelo jugaba con las fichas rojas al parchís era porque era un rojo clandestino que tuvo que romper el carnet del partido cuando las tropas de Franco entraron en la ciudad sitiada.
Cenizas de la persona que te tocaba en el hombro para decirte que había hecho croquetas pero que tendrías que abrirlas por la mitad para no quemarte.
Cenizas de la persona a la que le gustaba la tortilla muy hecha pero por ti la hacía jugosa.
Cenizas de la mujer que respiró cuando pudo ir por primera vez al cajero a sacar su dinero, sin tener que esperar a que su marido (ahora en otra urna) le pasara un raquítico sobre que no le daba ni para ir a la vuelta de la esquina.
Cenizas de la persona que te vio llorar cuando sustituyeron a Mazinger Z por el idiota de Orzowei. Y aún así te hizo un sandwich de nocilla para aliviar el dolor.
Cenizas de la mujer que se enfrentó a los buitres que querían picotearte los ojos antes de que fueras carroña. Hermanos y hermanas sedientos de sangre. Muera la inteligencia.
Habría que quemar los hornos crematorios para que gente así no se pudiera ir. Parar las máquinas de la extrema unción para que los padres y las madres que hicieron de madres ejemplares se quedaran entre nosotras avisándonos de los peligros de la fábrica de gilipollas que han instalado en la esquina del barrio, donde antes había un cine.
Pero hay que aceptarlo, se van, se piran. Cansadas de dar golpes de ciego, de lanzar la zapatilla y no acertar siempre, de rebosar cariño y no ser siempre correspondidas. Se van porque no son inmortales, aunque lo parezcan.
Return to sender.
No son viejos, el viejo eres tú. Centro de sabiduría permanente. Porque fueron y son no eres un imbécil integral.
El que no entiende nada eres tú. Descuidar a esta gente que ahora viaja en urnas funerarias en ese viaje a ninguna parte es un desencuentro con lo más bonito de la vida.
Les dejas que te coman al parchís, les llevas a la residencia un túper con torrijas en su Semana Santa y les llenas de granizados de limón cuando el cambio climático pone tu ciudad en modo horno crematorio. Su sonrisa vale más que cientos de sepelios y miles de plañideras.
Las residencias de mayores están repletas de mujeres que cuidan a sus mayores, que son los nuestros. Mayores en estado vegetal que reciben visitas diarias, otros ni eso.
Algún hijo despistado se ve, haciendo de madre, de hija ejemplar.
Estos no se pasan la visita mirando el reloj, no son la visita del médico. Estos son de verdad. No son un puto playback de la vida.
El día que les dicen que el polvo de estrellas con cabeza y patas se va a convertir en una fea urna con unas cenizas no se vienen abajo, dan gracias por lo vivido. Gracias a la vida, que me ha dado tanto.
Fuimos y somos los que no queríamos ver la ceniza en nuestros ojos en un acantilado de California o de Comillas.
La ceniza te nubla la vista. Las cosas en vida.
Puente de plata (con viaje de ida y vuelta) para la gente que nos cuida y encontramos siempre a la vuelta de la manzana con los brazos abiertos. Entre fabada y fabada y unos lacitos de chocolate que te curan todo.
Abridores de brazos uníos. No nos dejemos comer el terreno por los rancios de la vida.
Esos que dejan al amigo en la estacada y eligen bailarle el agua y reírle las gracias al cruel, al que se regodea en el negocio de hacer daño al que tiene al lado. Porque toca.
Esas cenizas nunca serán las mías. Nuestro fuego no se apaga.
Esos sí que deberían quemarse a lo bonzo, en directo, en cualquier programa de Atresmedia o Mediaset.
Tras la pausa publicitaria quemaremos a Pepe, un facha emocional. Volvemos en seis minutos.
Todos los días debería ser 8-M, todos los días debería ser 30 de abril, y que los Adolfos y las Evas de la vida se tomaran una cápsula de cianuro en un búnker a las afueras de la ciudad.
Deposite aquí sus cenizas. Visite nuestro tanatorio de cartón piedra. Son tres mil pavos, gracias.
—La han dejado muy guapa, dice una de las chicas que se queda huérfana. Como en la serie Six Feet Under. Los hermanos Fisher hacían maravillas con los y las difuntas. Niquelados.
Pero más guapa estaba en vida. Cuando te subía a la parte superior del trolebús cargada como una mula para que tú vieras desde la altura el paisaje de esa ciudad gris, llena de grises. Con Franco se moría peor.
Cuando te llevaba a veinte médicos para que acertaran con el diagnóstico y no te quedaras sordo. Para que no fueras ceniza antes que ella.
En las manis del 8-M vemos a mujeres machistas doblar las rodillas al ritmo de “arriba el feminismo que va a vencer, que va a vencer” y vemos también a hombres con una media sonrisa de “yo no soy el Manolo de hazte las croquetas tú solo”.
Hombres que hace tiempo sacaron la mano a pasear y le metieron tal meneo a su mujer que la incrustaron contra la puerta violeta que no aparece en la pared. Y ahí están, en el tendido de sombra del 8-M.
No encontramos las cenizas del machismo. El cuerpo incorrupto lo llevan hombres y mujeres, binarios, no binarios, imbéciles que son machistas pese a portar una bandera morada y un pin de 1 euro.
Se saben de memoria el número de mujeres asesinadas como saben que su compañera de cama podría ser la próxima. Más feminista no lo hay, oiga. Y dice que es de izquierdas. El pack completo.
El que no le pasa la pensión alimenticia a sus hijos ni quiere verles porque su ex se ha separado de él. Ya era hora.
—Seguro que ya estás con otro, le dice mientras se pega cabezazos en una pared, pero no hacemos cenizas de él.
No, te ha dejado porque eres un plomo de tío, insufrible, egoísta, narcisista. Y los hijos son de los dos, si no te importa.
Te separas de tu pareja, no de tus hijos. Pon el GPS de la vida y sigue las instrucciones, por favor. Manténgase a la izquierda.
Cuidado con las cenizas de la mujer blanca que deja atrás a las afro féminas, a las kelys, a las putas, a las presas, a las discapacitadas, a la mujer gazatí que se deja la vida y la muerte cada minuto de su vida en la cola donde reparten “ayuda” humanitaria. Lo que mejor reparten son misiles.
Las colas de Gaza son para repartir cenizas. Es difícil saber quién es quién. Las cenizas no se reparten con una azucarera sino con una excavadora. Gaza es un puto cenicero.
Todos los días es el día de la mujer palestina. Todos los días es el día de la resistencia palestina. ¿También fuimos terroristas el 19 de julio de 1936?
Todos los días es el día de la mujer de Miami que vive en una carpa (tienda de campaña) en la calle 2.
Todos los días es el día del hombre incapacitado para tener inteligencia emocional y ser un poco más mujer, o un poco más hombre. Ya tú sabes.
Todos los días es el día de reírse del que llora o se abraza a una amiga buscando consuelo. Y no, no se la está follando. Ni ella a él.
Se llama AMISTAD. Cultivarla cada día significa dormir menos, soñar menos, estar en vilo más, comer más pizzas a deshoras (con tomate cherry y queso de cabra añadido) y también significa que el día que ese ser querido muera podremos decir bien alto que no era un cenizo y mereció la pena caminar a su lado.
No sabremos dónde colocar sus cenizas porque para entonces igual no hay un planeta donde dejarlas.