Aliados y enemigos de la regeneración en Guatemala
Ciudadanos guatemaltecos denuncian la intención de dejar a Semilla fuera de las elecciones
RTVE
Las contradicciones inherentes a la frágil institucionalidad democrática de Guatemala se están agudizando a marchas forzadas. La sorpresiva segunda posición obtenida por Bernardo Arévalo el 25 de junio en la primera vuelta de las elecciones hizo saltar las alarmas en el seno del denominado como “pacto de corruptos” de la nación centroamericana. La judicialización del procedimiento electoral fue la principal herramienta de campaña de una derecha que diversificó su oferta presentando múltiples candidaturas (UNE, Vamos, Valor, Cabal, VIVA...). La variada nomenclatura del proceso electoral guatemalteco era la cara ‘B’ de la trama de obstrucción judicial que había caído sobre los comicios durante los meses anteriores. Varios dirigentes y partidos enfrentaron causas irregulares que culminaron en la anulación de sus candidaturas. Thelma Cabrera (Movimiento para la Liberación de los Pueblos), Roberto Arzú (Podemos) o Carlos Pineda (Prosperidad Ciudadana) son algunos de estos nombres propios. A pesar de sus severas diferencias ideológicas, todos ellos comparten un elemento: hacen política por fuera del circuito cerrado pactado por aquellos segmentos del poder judicial, de la burocracia política y del empresariado nacional.
Guatemala atraviesa una densa crisis política desde hace años. La intromisión de entidades como el Ministerio Público y la denunciada persecución sobre jueces, fiscales, periodistas y ciudadanos han venido dando buena cuenta de ello. Los candidatos de este esquema de poder asumían una segunda vuelta entre dos “de los suyos” tras tumbar a los principales candidatos no alineados con ellos. Pese a su discurso regeneracionista y anti corrupción, el Movimiento Semilla logró evitar correr la misma suerte que las candidaturas anuladas, aunque las encuestas nunca fueron muy optimistas con el partido político de Bernardo Arévalo. Su 15% en aquel 25 de junio le habilitó para competir frente a Sandra Torres, de la Unión Nacional de la Esperanza (UNE), en el balotaje. Su campaña electoral, enfocada en una propuesta de superación del modelo de la corrupción en el país, se halló descaradamente conectada con la realidad. El Ministerio Público, en connivencia con actores como el juez Freddy Orellana, se encargaron de hacer constatar frente a amplios sectores de la sociedad guatemalteca que Bernardo Arévalo no mentía: la derecha acusó fraude (Semilla era, hasta entonces, un partido con escasa representación y militancia) y el juez Orellana ordenó la suspensión de la personalidad jurídica del partido. El hoy presidente electo incluso llegó a denunciar la existencia de un plan para atentar contra su vida. Lejos de dificultar la victoria del líder socialdemócrata, este accionar aupó a un dirigente hasta entonces poco competitivo. Las movilizaciones sociales se extendieron a lo largo y ancho del país y los gritos pidiendo la dimisión de la fiscal general Consuelo Porras y el fin de la persecución jurídica contra Semilla se transformaron en votos en la segunda vuelta: 60% para Arévalo; 39% para Torres.
El ciclo impugnatorio abierto en 2015 ha recorrido múltiples fases que colocan hoy al país frente a una oportunidad institucional de regeneración. Bernardo Arévalo, el “tío Bernie”, es el presidente electo de Guatemala y debería asumir el 14 de enero de 2024. No ha sido el respeto histórico profesado por su padre, el ex presidente Juan José Arévalo (1945-1951), lo que le ha impulsado a la presidencia, sino el empuje de múltiples sectores que buscaron condenar el funcionamiento espurio de la institucionalidad de Guatemala. Las manifestaciones en 2015 contra del entonces presidente Otto Pérez Molina, la toma del Congreso en 2020 y la “victoria” del voto nulo en la primera vuelta de los comicios de 2023 (más de novecientos mil sufragios, superando el número de Sandra Torres) son distintas
expresiones de un mismo fenómeno político: la impugnación del régimen guatemalteco. El resultado de Semilla en las elecciones no solo sorprendió al establishment, sino al propio Arévalo. Ni las encuestas ni los precedentes de su partido invitaban a pensar que alcanzaría el balotaje; la desafección jugó en su favor. Un sector del voto de las candidaturas anti corrupción que habían sido anuladas antes de la propia contienda se deslizó hacia Arévalo, posibilitando que obtuviera un resultado impensable meses atrás.
La victoria de Bernardo Arévalo en las elecciones guatemaltecas ha puesto contra las cuerdas al “pacto de corruptos”. Las armas de los sectores de poder del país apuntan hacia el Movimiento Semilla, que tiene el reto de consolidar su futura presidencia atendiendo a las demandas de la movilización popular.
A partir de ese momento, la movilización popular se volcó en defensa del candidato y del Movimiento Semilla. Las diversas jugadas del “pacto de corruptos” en contra siquiera de que Arévalo pudiera intentar la elección en la segunda vuelta desencadenaron intensas movilizaciones en el país. La renuncia de la fiscal general Consuelo Porras y la defensa de un partido hasta entonces minoritario copaban pancartas y cánticos. El lema “No es contra Semilla, es contra el pueblo” sonó en ciudad de Guatemala y resonó en los cimientos del sistema burocrático-judicial del país. En efecto, cientos de miles de guatemaltecos que nunca se habían planteado depositar su confianza en Bernardo Arévalo y el Movimiento Semilla condensaron en la figura del dirigente socialdemócrata las demandas de impugnación que se habían acumulado durante años. Tal como solicitó el dirigente, desde aquel 25 de junio las concentraciones se volvieron a hacer comunes y fueron secundadas por amplias capas de trabajadores urbanos, campesinos, dirigentes indígenas, pequeños y medianos empresarios, estudiantes, etc.
¿Es entonces Arévalo un conductor circunstancial? Probablemente, sí. Aunque esta situación podría cambiar. Al margen de su escueto caudal de voto propio, una parte considerable de los dos millones y medio de ciudadanos que le apoyaron en el balotaje (61% con una participación del 45% del censo) optaron por Arévalo al ser “la única opción” que no representaba al esquema de poder de Guatemala. Votar a Arévalo era votar contra el “pacto de corruptos”. Si efectivamente Arévalo asume como presidente del país el 14 de enero, tendrá por delante tres retos: en primer lugar, deberá gobernar enfrentado al poder legislativo, de mayoría conservadora, y a los elementos vinculados a la corrupción que persistan en las instituciones guatemaltecas; en segundo lugar, deberá tratar de dotar de organicidad al voto anti corrupción que le ha aupado al ejecutivo; en tercer lugar, deberá asegurar que su proyecto de regeneración institucional se cumple y que las próximas elecciones consienten la participación de aquellos espacios políticos censurados que, sin comulgar ideológicamente con Semilla, han prestado su apoyo a su disputa contra el eje de poder nacional.
La agenda de gobierno del Movimiento Semilla es la de un partido decididamente socialdemócrata y urbano que, ante todo, pretende regenerar la vida pública del país. Sin cuestionar las estructuras de propiedad y de producción, sí impulsa elementos de cierta redistribución y de extensión del acceso a los servicios sociales. Arévalo es una ventana de oportunidad; pretende “limpiar” la política guatemalteca y librarla de los elementos más reaccionarios que la han dominado en los últimos años. Busca definir un tablero de disputa estable, previsible y donde los movimientos populares y las izquierdas nacionales -entre otros- puedan competir sin ver anuladas sus candidaturas. El presidente Giammattei ha prometido ejecutar la transición presidencial, pero son muchas las presiones de sectores de poder y restan todavía casi cuatro meses para que el bastón deba cambiar de manos.