Pulsión dictatorial y surcos profundos de la política ecuatoriana
Este pasado fin de semana Ecuador sorprendió al mundo situándose entre las pocas naciones que —como Israel— cruzan el Rubicón de violar las Convenciones internacionales.
En este caso ha sido la Convención de Viena, que protege la inviolavilidad de las sedes diplomáticas. El asalto a la sede diplomática mexicana en Quito solo está a la altura del asalto a la embajada venezolana en Montevideo en tiempos de la dictadura militar uruguaya (1973-1985). Nunca desde entonces un Estado miembro de Naciones Unidas se había atrevido a ir tan lejos.
La comunidad internacional, incluyendo aquí desde EEUU hasta a países que mantienen tensas relaciones con México como Argentina, se ha mostrado unánimente crítica con lo sucedido. Sin embargo, aún está lejos de conocerse el impacto en la opinión pública de esta medida del Gobierno de Daniel Noboa. En un contexto de fuerte crisis securitaria, la bukelización de Noboa —y Bukele de hecho ha sido uno de los pocos dirigentes en no condenar, al menos hasta ahora, el asalto a la embajada— avanza a pasos agigantados. Aún está por verse si la violación sistemática de las mínimas reglas del derecho internacional tendrán impacto electoral negativo o todo lo contrario.
Y es que en apenas 10 meses Ecuador se enfrenta de nuevo a elecciones presidenciales. Este es un dato de contexto esencial para entender esta vuelta de tuerca del gobierno Noboa. Las próximas elecciones serán las terceras en cuatro años desde que en 2021 Lenin Moreno finalizara su mandato para exiliarse en Paraguay perseguido por la justicia.
Moreno fue un connotado “correísta, a la sazón vicepresidente de Rafael Correa, hasta que le dio la espalda al poco de llegar a la presidencia en 2017. A partir de ese momento Moreno emprendió un mandato basado en dos pilares: de un lado los recortes sociales, de otro una durísima persecución política y judicial contra el expresidente Correa y sus adeptos. Esta política fue profundizada por el gobierno de Guillermo Lasso y ahora la vemos en su máxima expresión con Daniel Noboa.
En el momento de la salida de Moreno de Carondelet —el palacio presidencial ecuatoriano— en 2021, Ecuador quedaba sumido en su mayor crisis económica, política y securitaria desde inicios de siglo.
Sin embargo —o quizás precisamente por eso— los siguientes procesos electorales presidenciales en Ecuador fueron aciagos para el correísmo. Tanto en las elecciones de 2021 como en las de 2023, en dos procesos electorales miméticos, los seguidores de Correa lograron ser primera fuerza en la primera vuelta con un 33% de los votos (mismo resultado en ambos procesos) para a continuación ahogarse en la orilla de la segunda vuelta con un idéntico 48%.
Los electorados parecieran cristalizados en Ecuador a pesar de que en este tiempo la coyuntura y las campañas electorales han sido muy disímiles entre si. Se han producido cambios relevantes en la estrategia comunicativa, en los perfiles de los y las candidatas e incluso, en la presencia o no del movimiento indígena en las urnas. En lo que se refiere a la coyuntura, ésta ha vivido cambios de contexto de calado tales como la pandemia en 2021 o un magnicidio en 2023.
En lo que se refiere a lo estrictamente comunicativo, por poner un par de ejemplos, el correísmo llevó en en 2021 a un joven economista de la Sierra mientras que en 2023 su candidata fue una mujer, abogada, madre y costeña. En la derecha los resultados no parecieron verse afectados tampoco ni por la corrupción demostrada de Guillermo Lasso —destituido por el Congreso— ni por las diferencias en los perfiles de sus candidatos. Guillermo Lasso, banquero de 69 años era un viejo conocido de la política ecuatoriana, candidato presidencial en 2013, 2017 y 2021. Daniel Noboa era por contra el jovencísimo hijo de uno de los principales empresarios del país. Con 36 años y ajeno a la política Noboa se hizo con la presidencia en 2023 con un porcentaje de votos idéntico al de Lasso, un 52%.
El escenario electoral pareciera hasta entonces inmune no sólo a las ineficaces “genialidades” de los comunicadores políticos sino también a los perfiles de los candidatos y a los vaivenes de la coyuntura.
Aunque es lícito pensar que la crisis securitaria y la apuesta por un modelo Bukele pudieran llegar a alterar este aparente inmobilismo de los bloques electorales ecuatorianos, resulta de máximo interés recurrir a una mirada de más largo aliento para entender la dinámica de fondo que ha venido atravesando la política ecuatoriana desde la salida de Rafael Correa, conviene por tanto atender a lo que podríamos denominar surcos profundos de la política ecuatoriana. Los surcos profundos serían una suerte de elementos divisores del electorado que enraizan sus orígenes en algún momento de la historia —la más reciente o la más lejana— y que aún hoy explican parte de la realidad política de un país.
Estos surcos profundos, estos hondos clivajes, habrían sido tan impactantes en el imaginario colectivo en el momento de su emergencia que, en la práctica, y a pesar del paso de años, décadas y aún siglos, los efectos de estas divisiones aún serían notorios en el balance emocional y racional de una parte del electorado.
Un ejemplo de surcos profundos fácilmente identificables son los que dejan las guerras. Así por ejemplo los bandos de la guerra civil española cristalizaron en dos imaginarios sin los cuales hoy día no se entendería la política en España. A idéntica situación remite la guerra de Secesión norteamericana o la de Reforma mexicana. Eventos traumáticos como el asesinato de los liberales J. E. Gaitán en Colombia o Eloy Alfaro en Ecuador también han dejado huellas profundas que aún resuenan en forma de etiquetas con marcado simbolismo en el imaginario político colectivo. Por otro lado dirigentes que lograron llevar a cabo transformaciones de hondo calado en sus países provocan idénticas polarizaciones profundas permanentes en el tiempo. Qué decir del peronismo en Argentina, una fuerza sin la cual no puede explicarse la política argentina a 50 años de su muerte. O de la huella de Juan José Arévalo en Guatemala, un surco tan profundo que ha coadyuvado a llevar a su hijo —un perfecto desconocido— a la presidencia guatemalteca 80 años después de su mandato. Otros dirigentes más recientes como Hugo Chávez, Álvaro Uribe, Alberto Fujimori o Rafael Correa también han dejado una impronta importante que resuena aún en la política nacional en clave de organizaciones y/o clivajes definitorios. El propio proceso de independencia latinoamericano, cruzado por las posiciones conservadoras y liberales, unionistas y soberanistas ha dejado marcas que aún hoy son muy notorias en muchos de los ecosistemas políticos latinoamericanos algunos de los cuales como el Colombiano mantienen identidades políticas casi intactas (Partido Conservador y Partido Liberal).
Otro gran surco profundo evidente que marca y señala muchos de los países latinoamericanos es el surco territorial. Desarrollos históricos diferenciales han hecho que regiones como Santa Cruz y La Paz en Bolivia, Antioquía y Bogotá en Colombia, Lima y Arequipa en Perú, etc. tengan comportamientos sociales, políticos y electorales marcadamente diferentes.
En el caso ecuatoriano su región costeña, a una distancia geográfica y climática que en el s. XVIII era relevante respecto al centro el país, desde muy pronto desarrolló una mitología grupal propia, un relato de la costeñidad. La identidad costeña es tan fuerte que llegó a constituirse como identidad étnica propia. En el censo de 2010 las personas que se autoidentificaban como “montuvios” (diferenciándose étnicamente frente a blanco, mestizo, indígena o afrodescendiente) alcanzaba al 35% de la población de Los Ríos, el 20% de Manabí y el 11% de Guayas.
Y es que la organización social de la costa ecuatoriana ya era cualitativamente diferente a la serrana en tiempos precolombinos. Los pobladores precolombinos del territorio de la actual Costa ecuatoriana lo constituían los Huancavilcas y Manteños. No eran grupos tan numerosos o civilizaciones de la dimensión de las asentadas en la Sierra, que formaban parte del imperio inca y podían alcanzar los cientos de miles de habitantes con estructuras organizativas complejas, con fuertes códigos éticos tan arraigados que aún llegan a nuestros días (principios fundamentales del pueblo indígena, como el ama sua (no robar), ama llulla (no mentir), ama quella (no ser ocioso), son parte sustancial de la cosmovisión indígena, y siguen siendo hoy el eslogan de la CONAIE, la principal organización indígena del Ecuador). Efectivamente, la realidad climática condicionó ya en tiempos preincaicos el tipo de organización social. Mientras en la Sierra la dureza del clima obligaba a una organización social más compleja para optimizar el rendimiento del proceso agrícola, en la costa la abundancia de recursos pesqueros y hortofrutícolas privilegiaban un modo de organización social menos estratificada.
Por todo ello la explosión demográfica de la costa es muy tardía y está intimamente ligada al comercio portuario. Efectivamente, es durante el s. XVIII, debido a las reformas mercantilistas de los borbones, cuando la Costa ecuatoriana se convierte en el epicentro de la producción mundial de cacao y su población se cuatriplica. Con una densidad poblacional muy baja, rápidamente recibe contingentes migratorios de la sierra y esclavos africanos al tiempo que se acelera el mestizaje generando una sociedad mestiza o de “castas” que contrasta con la sociedad estamental de la sierra. Este punto remite a otro de los grandes surcos profundos presentes en la región latinoamericana: el étnico. En países con fuerte presencia indígena —que en Ecuador se concentra en la Sierra— el clivaje étnico acostumbra a ser esencial en las definiciones electorales. Así, el candidato indígena Yaku Pérez obtuvo en 2021 un meritorio 19% de los votos y la victoria en 99 cantones, de los cuales ninguno se encontraba en la Costa. En segunda vuelta el movimiento indígena pidió voto nulo y logró la histórica cifra del 16,33%.
Estas características diferenciales entre Costa y Sierra, este surco profundo sociodemográfico y étnico se entrecruzó en Ecuador con su historia política.
Efectivamente, el federalismo arraigó profundamente en la Costa. Los padres fundadores del Ecuador, José Joaquín de Olmedo y Vicente Rocafuerte, compartían la visión de un modelo federal para la República del Ecuador, modelo que se plasmó en las primeras dos constituciones del país. Olmedo luchó primero contra el centralismo de la monarquía española, luego contra el de Bogotá (Bolívar) y, finalmente, contra el de Quito. No es de extrañar que la mención más reciente al federalismo fue precisamente la de un exalcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, quien en un mensaje al país en 2019 dijo “es el momento indicado para poner en marcha un proceso para cambiar el sistema político del Estado a un país regido por el federalismo”. El federalismo costeño tenía además un carácter liberal con Guayaquil y su condición portuaria y comercial como referencia del rechazo a las políticas arancelarias. El liberalismo político, asociado con el librecambismo particularmente durante el siglo XIX, arraigó con fuerza en esta zona del país. El primer presidente nacido en Ecuador, el guayaquileño Vicente Rocafuerte, fue de pensamiento liberal y apoyado por la creciente fuerza de los comerciantes y banqueros del litoral. Las políticas aplicadas por Rocafuerte se basaron en la defensa de la libre empresa y la expansión del comercio. La Revolución marcista o la Revolución de 1845 ambas de inspiración liberal también tiene su origen en Guayaquil. Finalmente en 1895 la Revolución liberal que impulsó el prócer de la patria Eloy Alfaro (nacido en la Costa y detenido y asesinado en la Sierra) nació en la costa ecuatoriana.
Si bien el clivaje más presente en la geografía política ecuatoriana hoy es el clivaje correísta / anticorreísta no es difícil encontrar conexiones con el viejo surco territorial.
Rafael Correa es costeño por los cuatro costados, no solo por su lugar de origen sino por su asertiva forma de hacer política, unas formas abiertas y desenvueltas que son, por momentos, antitéticas de las formas adustas de la sierra ecuatoriana.
Rafael Correa se dio a conocer para los ecuatorianos y ecuatorianas cuando fue nombrado Ministro de Economía y Finanzas por el entonces presidente Alfredo Palacio, un presidente que llegaba al gobierno tras las sucesivas caídas de los presidentes Gutiérrez, Mahuad y Bucaram que dejaron sumido al país en una fuerte crisis.
Es en ese contexto de crisis política y económica en el que el ministro de economía de Palacio, Rafael Correa, se destaca por oponerse a la firma de un tratado de libre comercio y por la reforma a la Ley de Transparencia Fiscal que logró revertir la medida que disponía que los excedentes por venta de petróleo fueran destinados al pago anticipado de la deuda externa ecuatoriana. Correa propuso que, en su lugar, se destinaran a inversión en salud y educación.
La salida de Correa del gobierno el 4 de agosto de 2005 se da en el marco de una crisis de enfoque entre Correa y Palacio en la búsqueda de financiación para el país. El primero apostaba por evitar los organismos multilaterales de crédito (y en particular el Banco Mundial) y sus condicionamientos a la política económica y el segundo por la visión continuista.
A partir de ese momento Rafael Correa funda un partido político, recorre el país y disputa las elecciones presidenciales de octubre de 2006, venciendo en segunda vuelta con el 56,7% de los votos. Estaba naciendo un nuevo surco profundo en el país, el correísta/anticorreísta, un surco sostenido por la imagen del Presidente Correa y sobre la base del gran clivaje político de finales del siglo XX para la izquierda latinoamericana, el clivaje antineoliberal vs neoliberal, antiimperialista vs proEEUU.
Si bien originalmente el idilio de Rafael Correa con el país fue transversal, pronto perdió el apoyo del movimiento indígena y tiempo después el de las clases medias serranas. Ya a finales de su mandato el bastión correísta se reconcentró en la Costa, donde obtendría y obtiene sus mejores resultados. En las pasadas elecciones presidenciales de 2023 el correísmo obtuvo promedios de apoyo entre el 35% y el 55% en las provincias costeñas frente a un más exiguo 20-26% en las provincias de la Sierra.
Esta nítida fragmentación del voto en torno al surco territorial no sólo se da en el movimiento correísta. El movimiento indígena como ya apuntamos también es presa de este clivaje y concentra su voto en la Sierra. Al Partido Social Cristiano, otro de los partidos más resilientes del Ecuador, le sucede lo contrario, concentra su fuerza sistemáticamente en la Costa.
Daniel Noboa, de raíces costeñas, pareciera haber seducido en 2023 al votante desencantado y huérfano de la Sierra, aquel que en 2021 apostó por Xavier Hervás (de hecho un estudio reciente de CELAG DATA indica que el índice de correlación de Pearson entre ambos electorados en primera vuelta es de un -0,72, muy cercano al máximo, -1).
Por otro lado el giro securitario, del cual el asalto a la embajada mexicana es un epítome, pudiera conectar bien con una región, la Sierra, en la que como veíamos —ama sulla, ama quella— la ética del orden está más arraigada que en la Costa.
Finalmente no es posible olvidar que Bukele —y quizá sus émulos— es un líder de masas entre los sectores jóvenes de la población.
En definitiva los surcos profundos e históricos de la política ecuatoriana siguen presentes y nos ayudan a orientarnos políticamente. Quizá los hallemos camuflados bajo otros nombres (ya no son liberales y conservadores, alfaristas o federalistas), quizá más o menos divididos en distintas expresiones políticas en función de otros clivajes como el izquierda / derecha (como sucede con la fuerza compartida entre el correísmo y el partido socialcristiano en la Costa) y quizá con paréntesis provocados por la emergencia de dirigentes con gran fuerza mediática como lo fue el propio Rafael Correa o como podría llegar a serlo Daniel Noboa, cabalgando la ola de la inseguridad. Lo cierto es que más allá de sus diversas expresiones, el eje territorial, el liberal/conservador y el étnico, siguen siendo factores gravitantes a tener en cuenta en el devenir de la política ecuatoriana. Conviene no perderlos de vista.
El término “surcos” (titular) empleado con esta acepción es legatario del artículo homónimo de Enric Juliana, publicado en La Vanguardia el 17 de noviembre de 2019.