50 años de ‘El padrino II’, la secuela (y a su vez precuela) más grande de todos los tiempos

Tras el inesperado exitazo de El padrino, Francis Ford Coppola no quería rodar una segunda parte, pero Paramount le hizo una oferta que no pudo rechazar 


 
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El padrino II es un apoteósico triunfo del cine a todos los niveles, una de las grandes películas de todos los tiempos. Y todo a partir de un filme en el que nadie creía: El padrino, sobre el que publiqué, en 2022, mi libro El hombre que podía hacer milagros (Roca Editorial). Ese hombre, claro, era Francis Ford Coppola, que rodó la película por encargo para saldar las enormes deudas que acumulaba su empresa American Zoetrope, fundada junto a su amigo George Lucas.      

El Padrino fue concebida después de una producción que tuvo que soportar el chantaje de la mafia de Nueva York, un presupuesto demasiado ajustado y la constante amenaza de despido. Paramount no quería ni a Coppola como director ni a Al Pacino como protagonista. Incluso a Marlon Brando le pusieron pegas hasta que cedieron tras ver la prueba de cámara que Coppola le realizó en su propia casa. Por fortuna, todo acabó en happy end, El padrino fue el primer gran blockbuster de la historia y Paramount no dudó en acometer enseguida la segunda parte.

Y es ahí cuando Coppola ejecutó su propia vendetta. Millonario gracias a su porcentaje en los monumentales beneficios de taquilla de El padrino, empezó diciendo al gran capo de Paramount, Charlie Bluhdorn, que no estaba interesado en rodar una segunda parte, aunque sí participar en su producción. Además, había pensado en el hombre ideal para rodar la película: su amigo Martin Scorsese. Robert Evans, Jefe de Producción de Paramount y una pesadilla para Coppola en el rodaje de El padrino, dijo tajante: “Ni hablar de Scorsese”.

Sobre este rechazo de Evans y la generosidad de Coppola, años más tarde, Martin Scorsese declaró a la revista Deadline: “Honestamente, no creo que pudiera haber hecho una película a ese nivel en ese momento de mi vida, siendo el director que era entonces. Para hacer una película tan elegante y magistral, y tan históricamente importante como El Padrino II, no creo que valiera. Ahora, habría hecho algo interesante, pero su madurez ya estaba allí. No me sentía cómodo representando figuras del inframundo de alto nivel, estaba más a nivel de la calle”.

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Bluhdorn le insistió a Coppola que debía dirigir la secuela de su película. Para terminar de convencerlo, el alto ejecutivo le dijo: “Demuéstrales que El padrino no fue un golpe de fortuna, que eres uno de los grandes”. Finalmente, Coppola aceptó. Pero con condiciones: un millón de dólares de sueldo, un alto porcentaje de los beneficios como productor, control total del montaje final (que acabó superando las tres horas) y la cabeza de Robert Evans, no lo quería volver a verlo cerca. También pidió que la película no se llamase El padrino II, sino de otra manera. Bluhdorn, conocido por su marcado acento austríaco (nació en Viena como Karl Georg Blühdorn), dijo que sí a todo excepto el asunto del título. “Das auf keinen fall!”, berreó. El rugido significaba “definitivamente no”.

El ventajoso contrato que firmó Coppola (un 13% de los beneficios en taquilla) no lo había firmado nunca un director en Hollywood, que además rodó la película sin las estrecheces del pasado. En este sentido, y aunque Al Pacino se resistió a volver a su personaje y Lee Strasberg (Hyman Roth) cayó gravemente enfermo, el rodaje de El padrino II fue como la seda (se rodó todo en 104 días), tenían mucho dinero para gastar (13 millones de dólares la época) y su reparto principal no tenía nada que demostrar, todos eran conocidos. Un actor desconocido, eso sí, brilló entre todos ellos: Michael V. Gazzo, el inmenso actor que interpreta a Frankie Pentangeli.

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Tampoco era una estrella Robert de Niro, que se pasó cuatro meses aprendiendo siciliano para interpretar al joven Vito Corleone, esfuerzo que le hizo ganar el Oscar. De Niro, por cierto, se presentó a la audición del personaje de Sony Corleone en El padrino y estuvo perfecto, pero al final no lo llamaron. Cuando Coppola vio Malas calles, de Scorsese, supo que tenía que llamarlo para El padrino II.

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En el guion, con la estructura de una gran novela, Francis Ford Coppola y Mario Puzo, autor del libro, idearon una secuela (el tenebroso mandato de Michael al frente de la familia Corleone) y a la vez precuela (saltos a la infancia de Vito y a los inicios del imperio Corleone). En el presente hay guiños al comité Kefauver, que sacó a la luz una red de sindicatos del crimen, y en el pasado a personajes como el extorsionador Ignazio Lupo, al que llamaban “Lupo El Lobo” y en la película es Don Fanucci.

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Puzo y Coppola lograron, una vez más, la renovación del cine de gánsteres. Desde los años 30, las películas de gánsteres se habían usado con un objetivo moralizante hasta llegar al delirio en el remontaje de Scarface, que convirtió al protagonista en un pelele llorón. Las películas de James Cagney, por ejemplo, mostraban a un psicópata bravucón desde el minuto uno y sabías que al final iba a morir. Los malos o eran asesinados por sus enemigos o por la policía en finales moralizantes, pero todo cambió con Coppola y Puzo, que también volvieron a impregnar el texto de rituales católicos: la comunión del inicio, la fiesta de San Rocco en la que es asesinado Fanucci, Fredo rezando a la Virgen María antes de morir, el besamanos como gesto de lealtad…  

Eso sí: en El padrino II, Coppola se cuidó mucho de no repetir algo que se le achacó en la primera parte: romantizar a la mafia. Ahora Michael Corleone es un vampiro. Coppola lo definió así: “Michael Corleone es posiblemente el hombre más poderoso de América. Pero es un cadáver”. De hecho, el gran acierto en la construcción de personajes es el contraste entre Vito y Michael. Vito se construye a partir de la violencia que se ejerce contra él, mientras Michael, héroe de guerra, no solo opta por una vida criminal, sino que carece de lo que nos sedujo de Vito: su humanidad. Sí, Vito era un criminal, pero Michael no quiere a nadie, no se fía de nadie. Hasta sus víctimas, como Fredo, Roth o Pentangeli, son más humanos que él. Michael está podido y vacío.

Tras un preestreno en San Diego que le llevó a Coppola a remontar la película porque pensaba que sufría una peligrosa falta de ritmo, la película fue un éxito de público, pero no tanto de crítica. Vincent Canby, del New York Times, escribió que El Padrino II era “un monstruo de Frankenstein hecho a partir de sobras cosidas entre sí. Todos sus temas interesantes fueron ya cubiertos en la entrega anterior, pero –como la mayoría de la gente sin nada que decir– El Padrino II no se calla nunca. Su aspecto es el de un sketch de vodevil demasiado largo y caro”. A pesar de este ejercicio de profunda y escandalosa ignorancia, Canby siguió cobrando su sueldo en el periódico.

El padrino II fue nominada a once Oscar y ganó seis, incluido el de Mejor película. En aquella gala (en la que Coppola también competía, en el apartado de Mejor guion y Mejor película, con La conversación) Coppola ganó su único Oscar al Mejor director. Además, El padrino II se convirtió en la primera y única segunda parte que ha ganado un Oscar a la Mejor película.  

Catorce años después, Francis Ford Coppola estaba inmerso, en Italia, en la preproducción de Megalópolis (que ha acabado estrenando este año en Cannes), pero recibió una llamada de Paramount. Le ofrecían rodar El padrino III, le daban libertad absoluta y también un generosísimo cheque. Otra oferta que no pudo rechazar.