De Aranjuez a La Meca: el tren de vida de la corrupción borbónica
Al compás del chacachá del tren, que cantaba El Consorcio, dos estupendas actrices, Paloma Córdoba y Esther Isla, nos introducen en un ejercicio de memoria que nos lleva a las primeras décadas del siglo XIX, en busca del contexto histórico sobre el que se tejió la intrincada red de caminos de hierro que trajo el desarrollo a la península ibérica. Sobre todo trajo la riqueza a ciertos bolsillos y puso las bases, en una décadas de gran convulsión política, de lo que ha sido el capitalismo marca España, atravesado por la corrupción desde el principio. Y todo empieza, como no podía ser de otra forma, con un borbón, Fernando VII.
Lo voy a repetir, porque es de justicia: dos estupendas actrices. Paloma Córdoba y Esther Isla son las auténticas maestras de esta ceremonia, demostrando una versatilidad apabullante. Cierto que el texto de base del autor catalán Joan Yago, nacido al calor de las residencias dramatúrgicas del Centro Dramático Nacional, ya es un punto de partida y una base de trabajo impecable. Y cierto también que su adaptación y dirección escénica a cargo de Beatriz Jaén son igualmente destacables, porque convertir en teatro, con un ritmo que no decae, con sencillos pero no por ello menos interesantes hallazgos escénicos, este material a priori rocoso, dada la complejidad histórico-política de nuestro siglo XIX, no parecía empresa fácil. Las casi dos horas de función se siguen con pasión, uno se divierte, se solaza, se indigna, se descojona y, encima, aprende.
“Para adentrarse en la historia de España —cuenta Beatriz Jaén— hay que tener algo de aventurera, de espeleóloga”. A medio camino entre la conferencia teatralizada y el teatro documento, su montaje nos lleva en su primer acto hasta el momento en el que, muerto Fernando VII, 1833, se abre la guerra por su sucesión entre carlistas y liberales. El tono distendido y una cierta distancia humorística, hacen muy llevadero este relato histórico, en el que vamos entendiendo por qué llega al trono María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, por qué “la gente que nace con privilegios tiene por costumbre tratar de mantenerlos”, como dice el texto, por qué la reina regente se autoproclama liberal y moderna (porque no le queda más remedio si quiere seguir reinando) y por qué se casa en secreto con un guardia real, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, matrimonio muy importante para entender luego la llegada del ferrocarril a España.
El absolutista Estatuto Real de 1834, la desamortización de Mendizábal, la reina de vacaciones y varias ciudades que se levantan en armas, la Constitución de 1837 y la primera línea de ferrocarril en Cuba, que se había construido gracias al dinero prestado por la corona. “Los liberales la quieren muda pero no descabezada (a María Cristina), la necesitan más que los absolutistas”. No me negarán que esto suena a la relación actual entre el PSOE y la monarquía, máxime sabiendo que estos llamados liberales de aquellos tiempos, fueron luego los progresistas, y que en esa constitución de 1837 se acuñó el concepto monarquía constitucional para definir el régimen, precedente de nuestra actual monarquía parlamentaria, donde el rey, supuestamente, como jefe de Estado, se somete al control del parlamento. Tras media hora de entretenida, ágil y pedagógica lección teatral de historia, está ya puesto el contexto para entender esta frase: “Si María Cristina no puede ser la reina que el país necesita, va a ser la empresaria que el país se merece”.
Es en estos años cuando se inaugura el edificio de la Bolsa de Madrid y cuando el sistema capitalista llega a España, decíamos, a bordo del tren principalmente. Y ahí entra en escena una figura crucial para el devenir de esta nuestra historia: José de Salamanca y Mayol, Marqués de Salamanca y Conde de los Llanos, sí, el que da nombre al madrileño barrio de Salamanca, el de las millas de oro y los palacetes. Cómo ideó y levantó ese barrio daría para otra obra de teatro, pero no es el tema aquí. No, aquí este señor lo que hace es estar muy bien relacionado con el matrimonio María Cristina y Fernando Muñoz, ya apartados de sus responsabilidades políticas una vez coronada Isabel II (¡con 13 años!) y centrados en sus negocios.
La Bolsa está a tope, los burgueses y aristócratas invierten las herencias de sus familias. Pero llegan noticias de disturbios alentados por los radicales y, ante un horizonte de inestabilidad, esos mismos burgueses y aristócratas se deshacen de sus acciones, vendiendo barato, a un señor que sabe que esos disturbios, en realidad, no van a llegar a nada (¿doctrina del shock avant la lettre?). Ese señor es el Marqués de Salamanca, que en cinco minutos se convierte en el hombre más rico del reino. Las ganancias son compartidas con María Cristina y su marido, que son los que sabían que aquellos levantamientos radicales no iban a ninguna parte. Ya tienen el capital para invertir en los caminos de hierro, porque no puede ser que en 1844 todavía no haya llegado el ferrocarril a España.
Es tan entretenido como irritante comprobar, como espectadores, hasta qué punto la corrupción de hoy hunde sus raíces casi 200 años atrás y hasta qué punto el entramado ferroviario español responde a una ambición desmedida; cómo desde la primera línea Madrid-Aranjuez (entre dos palacios reales) los sobrecostes y las mordidas están a la orden del día; y cómo se llega a conceptualizar y normalizar la práctica del “borboneo”, que era lo que hacía la monarquía cuando alguien se le ponía por delante: borrarlo del mapa a base de destituciones forzosas, destierros políticos, injerencias en las formaciones de los gobiernos y manipulación aviesa de la gente para usarla en su provecho. Total, que ante los tejemanejes de María Cristina y el Marqués de Salamanca, la vida disoluta de Isabel II, los levantamientos militares, nadie se queja para no ser “borboneado”. La obra nos recuerda, por cierto, que Karl Marx viajó a España para estudiar la extraordinaria relación entre el Antiguo Régimen y el capitalismo y el fascinante caso español.
Un caso que, Borbón tras Borbón, llega al emérito Juan Carlos I y el AVE a La Meca. Aquí, de pronto, la actriz Esther Isla se mete en la piel de Corinna Larsen para reproducir algunas de las frases que grabó el excomisario corrupto Villarejo, que está en todas las salsas. Cien millones dice que se embolsó el padre de Felipe VI por arreglar aquel asunto entre un conglomerado de empresas españolas y el régimen saudí. Por estas y otras cosillas, el emérito se largó de España un 3 de agosto de 2020. Y casi en la misma fecha, pero de 1868, su ancestra Isabel II huyó a Francia, mientras al grito de “¡Abajo los Borbones! ¡Viva España con honra!” llegaba la gloriosa primera República. “Doscientos años de borbones marchando una y otra vez al exilio”, dice el texto, que remata: “pero siempre encuentran la manera de volver”.