Federico y los huesos

La casa museo de García Lorca en Valderrubio, Granada, acogió el estreno el pasado 1 de junio del nuevo montaje de la compañía Proyecto 43-2, Federico. No hay olvido, ni sueño: carne viva una obra documental que, partiendo del asesinato del poeta en el 36, abre la fosa de la memoria y la violencia para romper silencios

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En julio de 1936, cuando parte del ejército español se levantó contra el gobierno legítimo de la II República y desató la Guerra Civil, Federico García Lorca volvió a Granada con una obra nueva bajo el brazo. Se la leyó a su madre y le dijo que había cambiado el título inicial, Drama de mujeres en los pueblos de España, por otro: La casa de Bernarda Alba. Su madre, doña Vicenta, le dijo: “Federico, vamos a tener problemas con la obra”. Y los tuvieron, porque lo que contaba estaba basado en la historia de una vecina de Valderrubio, Francisca Alba, Frasquita. Lorca no quería dejar a aquella vecina en mal lugar, sino denunciar la situación de desventaja que vivían las mujeres en la época frente a los hombres y lo que ellas tenían que aguantar mientras ellos hacían y deshacían lo que les daba la gana. Pero aquel problema de vecindad era poca cosa, casi ingenuo, al lado de lo que se venía. Un mes después, ya lo sabemos, Federico fue asesinado y su cuerpo arrojado a una fosa común, en algún lugar entre Víznar y Alfacar.

Con estos chismes arranca la obra Federico. No hay olvido, ni sueño: carne viva. Y digo chismes porque la propia obra lo dice, que a Federico le gustaban los chismes, las historias de los pueblos, Valderrubio -que entonces se llamaba Asquerosa-, Fuente Vaqueros, los escenarios de su infancia. Casi todos sus grandes personajes teatrales tienen un anclaje en la realidad (Yerma, por ejemplo, podría estar inspirada por la que fue primera mujer de su padre). La obra arranca chismosa, pues, pero va ganando gravedad y emotividad a medida que avanza. Quizás el sentimiento del espectador aquella tarde del 1 de junio de 2024 en el patio del cortijo que fue casa de Lorca, esté exacerbado precisamente por eso, por escuchar aquellas historias en el suelo que pisó el poeta, bajo el cielo que miró siendo solo un niño. La pieza discurre paralela al ocaso. El público asiste atento, en silencio ritual, al relato que va del verso al hueso, de la canción a la infamia. “En la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo / nuestros hijos nacerán con el puño levantado”.

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“La memoria… ¡Vale la pena ocuparse de ella!”, dijo Tadeusz Kantor, que “sentía que el teatro era el lugar apropiado para ella. ¡Y no me equivoqué! ¡La escena se ha convertido en su altar!” Este proyecto está atravesado por la memoria. Nace por encargo de la Diputación de Granada y se levanta y se estrena con la participación y el apoyo, fundamentales, del festival de títeres y objetos El Rinconcillo de Cristobica de Valderrubio, que llegaba este año a su vigésima edición. Parece que todas las cosas importantes del teatro pasan en Madrid o Barcelona, y puntualmente en las concurridas citas veraniegas de Almagro o de Mérida. Pero dos décadas de festival en una pequeña localidad de la vega de Granada y el alumbramiento de una obra como esta de la que hablamos, merecen atención y reseña, merecen desplazar el foco fuera de los centros, hacia los márgenes. Porque son empeños formidables que salen adelante con mucho esfuerzo y no pocas dificultades. Siempre hay dificultades, como las que encuentran los equipos científicos que se afanan, con el mismo empeño, removiendo la tierra de las fosas comunes de la guerra.

Volvamos a la obra, que “no es otra ficción sobre Federico García Lorca”, que es más bien “un lugar de especulaciones poéticas”, dice allí su dramaturga y directora, María San Miguel, actriz y personaje dentro de la propia pieza, sobre alfombras de esparto que tienen el mismo color que la tierra. En ese suelo hecho símbolo se despliegan viejas maletas y cajas de plástico llenas de cosas, de objetos cargados de memoria. De huesos. Maletas amontonadas una sobre otra como los estratos geológicos superpuestos sobre los cadáveres, sobre los miles de cadáveres sin identidad que tienen la identidad común de la desgracia.

Los tres personajes (Pablo Rodríguez y Alba Muñoz les dan vida, además de María) se enfundan sus guantes azules de látex. Homenajean a todas las voces que han dado sustento a este relato que cabalga hipótesis en busca de verdades. Homenaje a Pepito del Amor, vecino de Valderrubio, guardián de la casa de Lorca y, otra vez, de su memoria. Homenaje a lo escrito y lo contado por Agustín Penón y el biógrafo de Federico, Ian Gibson. Homenaje a los detectives del olvido, los arqueólogos, historiadores, antropólogos o sociólogos que trabajan juntos en las exhumaciones a las órdenes de Francisco Carrión, responsables del proyecto “Barranco de Víznar. Lugar de memoria”. Homenaje, en fin, a Agustina Fernández López, La Zapatera, filósofa, escritora, política, feminista y rebelde, a la que, según dicen, ejecutaron junto a dos hermanas. “Hay bastantes posibilidades de que fueran violadas y torturadas antes de ser ejecutadas”, se cuenta en la obra. “Las mujeres siempre aparecen arrojadas en las fosas con menos, con todavía menos, dignidad. Pero nunca lo sabremos porque no hay registro de la violencia que se ejercía sobre las mujeres”.

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Especulaciones poéticas a partir de objetos, de libros, de silencios. Porque “en España es casi todo silencio”. Silencio y ocultación. Uno de los libros-objeto que presenta la obra al público es Causa general. La dominación roja en España, un catálogo espeluznante de mentiras traducido al inglés y al francés, fraguado bajo el primer franquismo, que se empeñó en construir una idea falaz de España y su historia, de imponerla por la fuerza en un país herido y exportarla fuera como relato oficial. Los detectives del olvido desentierran la verdad. Los actores cogen palas. Las mismas herramientas con las que se abrían agujeros para amontonar cadáveres dentro, hoy son testigos y agentes de otra apertura, pese a que el dinero necesario para mantener a los equipos científicos trabajando no siempre es suficiente. A veces tienen que detener sus prospecciones, sabiendo que ahí abajo hay cuerpos que merecen emerger, para descanso de sus familias y de este país, para convertir el odio y el resentimiento en paz y esperanza.

Objeto y recuerdo. Brochas, cepillos, bandejas, bolsas de todos los tamaños… o el magnetófono con el que Ian Gibson grabó en secreto conversaciones con falangistas y familiares de Federico en los años 70. Solo le pilló una vez una persona, y no cualquiera: Ramón Ruiz Alonso, el ejecutor de la orden de arresto de Federico. Federico es el símbolo y sobre la búsqueda de sus restos hay un millón de enigmas y controversias. Pero el caso de Federico es un estandarte tras el que hay miles y miles de vidas quebradas por el silencio, la ocultación y el olvido, 115.000 cuerpos bajo tierra desaparecidos durante la guerra y la dictadura franquista, casi la mitad de ellos solo en Andalucía. La obra nos sirve el ejemplo célebre y el anónimo. Mientras escuchamos el audio en primera persona de una mujer que encuentra el nombre de su bisabuelo en la lista de un cementerio, las actrices y el actor reconstruyen la dignidad, hueso a hueso. Cuando terminan su tarea, se retiran del escenario. Baja la luz y suena una canción compuesta por Juan Alberto Martínez, de los Niños mutantes:

“He buscado por tierra

He buscado por aire

Y aunque me quiten la vida

Y aunque me roben la sangre

Tendré que seguir cantando

Aunque no me escuche nadie”

Hay una inquebrantable pulsión militante en la compañía Proyecto 43-2 desde que empezó su andadura en 2009 con María San Miguel al frente. Como demostró en su trilogía Rescoldos de paz y violencia (tres obras sobre el conflicto vasco donde se escenificaron, en su segundo capítulo, los encuentros secretos entre víctimas y victimarios de ETA que estaban teniendo lugar en la cárcel de Nanclares de la Oca, bastante antes de la película Maixabel), o en otras obras como I’m a survivor o Y llegar hasta la luna, la compañía revela una capacidad única para sobrecogernos como público, porque no tiene miedo a abrir la herida y llegar a su corazón. Federico. No hay olvido, ni sueño: carne viva, es un golpe en la mesa, una llamada de atención sobre cómo se cuentan y se ocultan las cosas, un levantar acta sobre las mentiras en torno a García Lorca, al que ahora el relato neoliberal quiere arrimarse para despolitizarlo cuando, mal que le pese al poeta o a su familia, su estela es pura política.

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La obra se volverá a ver en Víznar el 17 de agosto y en Manzanares (Ciudad Real), el 27 del mismo mes. En los meses siguientes viajará a Morón de la Frontera (Sevilla), Sevilla capital o Palencia. Ojalá haya muchas plazas más.


Autora de las fotografías: Vir Pintado