La verdad vs. Alex Jones: proceso a un país desquiciado
Cuando uno acaba de ver, sacudido, este documental de Dan Reed lo primero que piensa es que todo lo americano se acaba copiando. Es el caso de los conspiranoicos e intoxicadores de la radio, la televisión o las redes. El asalto al Capitolio de 2021 no es ninguna broma y viene de la peligrosísima atmósfera de odio, crispación, división y fake news en la que está inmerso un país que siempre ha pretendido ser un ejemplo de democracia cuando no lo es en absoluto. De hecho, Alex Jones, el peligroso ultraderechista que nos ocupa, fue uno de los oradores en un mitin en Lafayette Square en Washington D. C. en apoyo del presidente Donald Trump, antes del asalto. El apoyo del propio Trump a su infecto programa y sus mentiras no tardó en llegar.
Pero empecemos por los hechos, antes de conocer a Jones, el gran villano de la función. El 14 de diciembre de 2012, y en solo cinco minutos, Adam Lanza, de 20 años, ejecutó una de las masacres escolares más sangrientas en la historia de los Estados Unidos. Cogió las armas que su madre, Nancy, tenía en casa, la mató y se dirigió a la escuela elemental Sandy Hook, a solo 8 kilómetros de su casa. Con un rifle de asalto Bushmaster AR-15 (45 balas por minuto) y dos pistolas, Lanza asesinó a veinte niños, todos entre 6 y 7 años, y seis profesoras y finalmente se suicidó.
Semejante horror despertó la mayor movilización contra las armas de fuego vista en Estados Unidos, algo que no gustó a los defensores de que el país siguiese armado hasta los dientes. Uno de ellos era Alex Jones, presentador de radio (desde la web Infowars) con millones de seguidores. Y, créanme, comparado con Jones, nuestros presentadores de extrema derecha acostumbrados a los bulos y a la agitación (ya intuyen a quiénes me refiero) son monjitas de la caridad.
Antes de poner sus pezuñas en la matanza en la Escuela Primaria de Sandy Hook, Jones cuestionó el atentado de 1995 en Oklahoma City, los atentados del 11 de septiembre, las vacunas contra el COVID y hasta el alunizaje lunar de 1969. También ha defendido que gobiernos y grandes empresas multinacionales se han confabulado para crear un “Nuevo Orden Mundial” a través de ataques terroristas de falsa bandera y llegó a decir que se inyectaba flúor en el agua para bebés, al más puro estilo general Jack Ripper en ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Y todo con un lenguaje primario y soez y un tono siempre bronco, gritón y tabernario.
La primera víctima de Jones fue Robbie Parker, padre de uno de los escolares asesinados. Parker, nervioso y poco experimentado en hablar ante las cámaras, cometió el “error” de sonreír antes de comenzar su declaración ante los medios. Jones, que llamó al padre de la niña asesinada “actor de culebrón”, olió la debilidad de su presa y no la soltó, el filón estaba en marcha. Su disparatada teoría conspirativa era la siguiente: en la Escuela Primaria de Sandy Hook no mataron a nadie y todo se organizó para prohibir la venta de armas en los Estados Unidos. Como lo leen. Y lo peor de todo es que cientos de miles de americanos comenzaron a comprar su teoría y a invadir la página de Facebook en homenaje a la niña asesinada con amenazas de muerte.
Y en el “país de las libertades”, entre ellas la de expresión y prensa, nadie paró a Alex Jones o a sus salvajes seguidores de ultraderecha. Su gran comodín era la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que protege los derechos a la libertad de religión y a la libertad de expresión sin interferencia del gobierno. Descontrolado, el caso Jones nos sugiere que los Estados Unidos es un país plagado de desquiciados que están esperando a un monstruo para dar rienda suelta a todos sus odios y generar una agitación social y política irrespirable. Y no son odios olvidables e inofensivos, los oyentes y seguidores de Jones llegaron a visitar las tumbas de los niños para orinar en ellas alegando que ahí no había nadie enterrado. Algunos hasta pretendieron cavar la zona para demostrar que no había restos humanos. Poca broma.
El gran problema del fenómeno Alex Jones es que sus incendiarias homilías radiofónicas iban acompañadas de amenazas, acoso, escraches… de otros. Jones, siempre cobarde, escondido detrás de su micrófono, no perpetró solo su infamia en el caso de la matanza de Sandy Hook, tuvo la ayuda de un infraser llamado Wolfgang Halbig, detenido por posesión ilegal de información de identidad de otras personas y demandado por difamación por las familias de los niños asesinados al aseverar que la masacre nunca ocurrió. Halbig llegó a mandar por email, a varias personas y a la policía, el número de Seguro Social, la fecha de nacimiento y otros datos personales de Leonard Pozner, cuyo hijo de 6 años, Noah, pereció en la matanza.
Otro monstruo que se unió a la infamia de Jones fue la “escritora” Kellye Watt, que lleva diez años escribiendo sandeces sobre tiroteos masivos que dice son operaciones de bandera falsa destinadas a impulsar la legislación de control de armas a pesar de que en Estados Unidos no se ha aprobado ninguna legislación realmente significativa al respecto. “Tenía una fuerte sensación de que esto no sucedió, muchos de esos padres simplemente me molestan”, llegó a declarar Watt sobre la carnicería de Sandy Hook. También llegó a decir que los familiares “no lloraron lo suficiente” y algunos padres eran “demasiado viejos para tener hijos de esa edad” y se ha dedicado, durante años y en total libertad, a enviar mensajes de acoso a decenas de familiares.
Cruzando todas las líneas rojas, Alex Jones llegó a afirmar que un padre, que aseguró haber tenido a su hijo (con un disparo en la cabeza) en brazos, mentía. Tras diez años de acoso, el dolor llegó a cuotas insuperables, como cuando uno de los padres se topó con una mujer en el ascensor. Llevaba una cadena con la foto de su hija y cuando la mujer le preguntó por la niña de la foto, le respondió que era su pequeña hija, asesinada en la Escuela Primaria de Sandy Hook. Indignada, la mujer le respondió sin despeinarse: “Eso no ha sucedido, usted miente”. Saturados de dolor y una incontrolada epidemia de mentiras, un grupo de padres de los niños de Sandy Hook decidieron pasar a la acción y demandar, por fin, a Jones.
En el juicio, que el documental de Dan Reed muestra con detalla y rigor, Jones se comportó como lo que es: un mentiroso, un cobarde, un grosero y un payaso. El momento más interesante llegó cuando una de las madres le dijo a Jones, a la cara, que lo peor de todo es que él sabía que mentía y va a seguir mintiendo. Poque carece de la empatía necesaria para dejar de difamar y de hacer daño. Por eso lo único que cabe ante alguien como Jones es pararlo y hacer todo lo posible para callarlo para siempre.
La solución de esta madre es la única solución. Alex Jones solo es un burdo vendedor de elixires (vende dudosos productos vitamínicos en su web) sacado de una película del Oste, pero con mucha más audiencia. Alguien con más poder y dinero, más sabio y sibilino que Jones, podría llevar a los Estados Unidos a una guerra civil y al mundo al caos. La chusma como Jones son un cáncer para las instituciones democráticas y son las propias instituciones las que tienen que luchar por su supervivencia.
Frank Scheck, de The Hollywood Reporter, dijo en su crítica sobre La verdad vs. Alex Jones: “Trágicamente, no aporta ningún cierre. Lo que sí ofrece es un inquietante recordatorio de que la lucha contra el mal probablemente no tendrá fin”. Y así es. Jones fue condenado a pagar 1.100 millones de dólares a los familiares de los niños asesinados, pero se declaró en bancarrota y no han cobrado un solo dólar. Mientras, los gastos personales al mes de Jones, que sigue propagando bulos a diario, son de 93.000 dólares, incluidos miles de dólares en comidas y espectáculos.