Ovejas descarriadas buscan buen pastor

El argentino Brai Kobla escribe y dirige un montaje nada convencional con trazas de dispositivo experiencial bajo el gongorino título de “Oveja perdida ven sobre mis hombros que hoy no solo tu pastor soy sino tu pasto también”

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Al entrar en la sala, las personas que deberían cumplir el viejo rol del acomodador nos dicen que la obra que vamos a ver se ve de pie, que podemos movernos en torno al espacio escénico acotado -un cubo sin paredes instalado en el centro del escenario- y que no hace falta que apaguemos los teléfonos móviles, que incluso podemos hacer fotos y grabar vídeos y subirlos a las redes sociales. Debemos, pues, permanecer conectados. Podemos estar viendo una obra de teatro, al tiempo que nos movemos y miramos lo que hacen otros espectadores; y como el móvil permanece encendido podemos usarlo, ya sea para mirar whatsapp o hacer un vídeo y subirlo a Instagram. Parece que podemos ser dueños de nuestro punto de vista, que podemos elegir y tomar una posición, que podemos circunvalar la alegoría como científicos observando a sus cobayas. Todavía estamos en condiciones de saber si nos colocamos fuera o dentro.

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Esta es una obra que habla del tiempo, del trabajo, de la multitarea y de la precarización en los entornos laborales contemporáneos, que nos da la oportunidad de estar y no estar allí, de aportar cuerpo a la causa de la experiencia, de ser espectador y trabajador, porque en esta época en la que vivimos, todo tiempo es laboral, ya que trabajamos para plataformas que compiten por nuestra atención y nuestros datos. Geolocalizados constantemente, la desconexión ya parece imposible. ¿Qué potestad de protesta nos queda? ¿Gritarle viejas consignas a la pantalla de un teléfono para colgarlas en una red algorítmica con la vana esperanza de la viralización? ¿Competir con otras ideologías por ver quién grita más fuerte, quién puede tener la granja de bots más rande para influir en el sentido común?

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Esta obra sin trama, pues, ensaya una forma de revuelta, de revuelta pequeña, de revolverse uno mismo consigo mismo porque a todas luces la vida se hace incómoda en un sistema que estrecha el futuro. Hay cuatro presencias humanas, que no sé si podríamos calificar siquiera como personajes. Dos hombres, dos mujeres. Jóvenes porque ya todas parecemos jóvenes hasta desaparecer, otra imposición de los tiempos, que solo entienden la edad del consumo. Dos actores y dos actrices que se entregan a un ritual mimético de repetición, porque recogen de la realidad los movimientos de una vida entregada a la multitarea y los re-producen, los re-presentan, los repiten en definitiva, como bien hace el teatro desde sus albores y como hacemos muchas desde que despertamos hasta que nos sometemos al diario garrote vil de los psicofármacos para conciliar el sueño, llámense orfidal o netflix. Instalados ya para siempre en el día de la marmota, los personajes son solo trabajadores que intentan ensayar una vida en los intersticios. Son freelancers desubicados que amamantan vínculos desesperadamente, conectados a un mundo virtual del que extraen su mísero sueldo. Son una pequeña muestra de lo que Bifo, Franco Berardi, llamó cognitariado, esa clase urbana de trabajadores creativos en permanente crisis.

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Bifo está muy diluido en todo lo que propone este montaje, aporta un armazón teórico de base que, como debe hacer el buen teatro, se transforma en acción. La obra la escribió el argentino Brai Kobla todavía en tiempos del macrismo, pero pasados seis o siete años, lo que parecía una simpática distopía a la vuelta de la esquina, está en el centro ya de muchas vidas. Ganadora del premio a la Mejor Dramaturgia en la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires, tiene un título que llama la atención por su extensión, primero, y por las preguntas que puede suscitar. Oveja perdida ven sobre mis hombros que hoy no solo tu pastor soy sino tu pasto también es un verso de Góngora referido a la parábola bíblica del buen pastor. Ese buen pastor es Cristo y es la base de los movimientos evangelistas que atraen a su comunidad a todo aquel que se siente perdido, anulando su voluntad mientras repiten los salmos del predicador de turno. En Argentina pasó Macri, pasó un gobierno peronista y hoy tenemos a Milei, el predicador gritón elevado a presidente de cartón piedra que nos hipnotiza estemos encantados u horrorizados.

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El buen pastor está al servicio de un dios, un ente superior, el sistema que nos quiere dóciles y contentos. La experiencialidad es una de sus herramientas. Hemos dejado de comprar productos para comprar experiencias. En su diseño participan miles de mentes creativas deslocalizadas que se reúnen por zoom. Se han apropiado, una vez más, de algo que nos pertenecía sin cambiarle el nombre, malditos. Así que creemos seguir viviendo experiencias que nos inoculan saber humanista, cuando lo que hacemos es comprar experiencias como activos financieros que engordan los paraísos fiscales. He ahí, creo, un peligro silente en las experiencias que nos oferta el arte, porque la línea que separa estar dentro de un cuadro de Van Gogh en una exposición inmersiva 360 y asistir a una obra teatral en la que podemos estar de pie, movernos y hacer fotos con el móvil, es muy fina. Ese campo de tensión y contradicción que ofrece la obra es sumamente interesante.

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Es sumamente interesante porque no plantea una mera situación lineal, sino que introduce las grietas espacio temporales que explotan películas como Synecdoche, New York, de la que no en vano se habla durante la función. La repetición acciona un antídoto frente a la dispersión receptora, porque al notar que algo se está repitiendo reanudas la atención y puedes identificar pequeñas alteraciones que dan sentido al conjunto de lo que solo puede ser ficción. Lo que parece a todas luces realista, se rompe para dejar sus costuras al aire y hacernos reflexionar sobre las ataduras ficticias de nuestro día a día, en las que quizás no habíamos reparado. Así, la disposición experiencial que propone la obra en su dispositivo escénico es un constructo para acabar identificando nuestra subalternidad disfrazada de libertad.

Queda nombrar y aplaudir, por justicia y reconocimiento merecido, no solo las bondades del texto y la dirección que imprime un ritmo contemporáneo, de cambio constante de foco, casi de realización televisiva siendo como es teatro, de Brai Kobla, sino la labor tan comprometida de los dos actores, Luis Sorolla y Jorge Tesone, y las dos actrices, Marina Fantini y Esther Sanz, a la hora de someterse a las fuerzas que desata este campo magnético. Si me permiten la ironía, qué mejor que actores y actrices jóvenes para dar vida a un grupo de trabajadores precarios que sienten la pulsión de la protesta sin saber muy bien dónde colocarla para que sea efectiva.


 

OVEJA PERDIDA VEN SOBRE MIS HOMBROS QUE HOY NO SOLO TU PASTOR SOY SINO TU PASTO TAMBIÉN

Sala Cuarta Pared

Hasta el 24 de mayo