‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’: la gran chufla sobre la destrucción total

La única comedia de Stanley Kubrick cumple 60 años y lo celebramos recordando su producción, rodaje y legado
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En 1962, la llamada civilización estuvo muy cerca de desaparecer por culpa de la crisis de los misiles en Cuba. La crisis empezó el 15 de octubre de 1962, cuando Estados Unidos descubrió misiles balísticos de alcance medio, y acabó con su desmantelamiento y regreso a la Unión Soviética el 28 de octubre de 1962.​ Aquel trance tuvo en alerta a todo el planeta y fue la mayor crisis entre ambas potencias durante la Guerra Fría. Nunca el mundo estuvo tan cerca de una guerra nuclear total que lo devastase todo.

En aquel 1962 Stanley Kubrick compró los derechos de Red Alert, novela de Peter George que trata sobre un general pirado que ordena a los bombarderos B-52 a su mando un ataque nuclear sobre los Unión Soviética. En plena preproducción de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (cuyo título original es Dr. Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba), Kubrick descubrió que un tipo al que odiaba pretendía producir una historia idéntica. Max E. Youngtein, ex jefe de producción de United Artists y que había rechazado producir Atraco perfecto, la tercera película de Kubrick, se había hecho con los derechos de la novela Fail-Safe, sobre un ataque nuclear contra la URSS, a cuyos mandatarios el presidente de los Estados Unidos debe convencer de que no pretende iniciar una guerra total.

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Kubrick inició un pleito por plagio para detener el proyecto nuclear de Youngtein, pero no lo logró y el filme lo acabó rodando Sidney Lumet con Henry Fonda (pueden ver en Filmin la excelente Punto límite y ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú y comparar).
Ante tamaña competencia, Kubrick decidió entonces que su película no sería un melodrama bélico, como la película de Lumet, sino una gran farsa. Escribiendo los primeros borradores de guion, Kubrick descubrió que el material realmente era tan demente y absurdo que lo mejor era plantearlo como una sátira. Además, obvió el final de la novela, un happy end. Acabaría su película con vals de bombas nucleares que arrasan la tierra.     

Una vez que decidió hacer una comedia negra (la única comedia de Kubrick), y tras leer más de 50 libros sobre la guerra nuclear, el director le mandó un telegrama a Terry Southern, conocido por su ácido sentido del humor, para que se uniera a la escritura del guion. Kubrick lo conocía porque Southern lo había entrevistado para la revista Esquire cuando estrenó Lolita, en cuyo rodaje Peter Sellers le dio una copia de su novela El cristiano mágico.

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¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú comienza con dos aviones en el aire. Uno de ellos está encima del otro aportándole combustible en una operación de reabastecimiento en vuelo. Con el romántico tema Try a Little Tenderness (prueba un poco de ternura), parece que los enormes aparatos están copulando en el aire. El uso fálico de las armas de guerra llega hasta el final de la película, cuando el piloto “King” Kong (Slim Pickens, presentado leyendo la revista Playboy) monta y cabalga el fálico misil que comienza la hecatombe nuclear a ritmo del tema We'll Meet Again (Nos veremos de nuevo). El mayor Kong, por cierto, iba a ser el cuarto personaje que iba a interpretar Peter Sellers (además del capitán Lionel Mandrake, el presidente de los Estados Unidos, Merkin Muffley, y el doctor Strangelove), pero aunque hizo algunas escenas como el tejano Kong se lastimó un tobillo en el rodaje y vio muy complicado rodar las escenas encima del misil.

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Pero hay más connotaciones sexuales: a Dimitri, el mandatario ruso, le pilla el conflicto con una amante y fuera del Kremlin. El apellido del generan Buck Turgidson (George C, Scott) es un guiño a la palabra turgente (turgid) y el personaje es presentado en calzoncillos y son su amante y secretaria en bikini y tacones. También el apellido de Mandrake (Sellers) tiene connotaciones sexuales. Mandrake significa en inglés mandrágora, planta famosa por fomentar la fertilidad. Y como remate: en el bunker Strangelove profetiza que tras la hecatombe el hombre tendrá que repoblar la tierra con hasta diez mujeres por superviviente, algo que Turgidson escucha con alborozo. En definitiva, Kubrick parecen decirnos que la nuclear también es otra guerra de nabos.

Además, el villano interpretado por Sterling Hayden, Jack D. Ripper (nombre que es un guiño a Jack el destripador), está obsesionado porque los rusos están envenenando el agua potable y eso, está seguro, afecta a su potencia sexual. Ripper está inspirado en el fanático general Curtis LeMay, aficionado a los puros y famoso por la respuesta que le dio a un periodista que le preguntó por qué los Estados Unidos necesitaba más misiles nucleares cuando ya podían reducir a la URSS a cenizas con los que disponían. “Porque quiero ver a las cenizas bailar”, le contestó. Además, en plena crisis de los misiles, cuando Kennedy le preguntó qué hacer con Cuba, LeMay le respondió: “Freírla”.

Para disponer del tiempo necesario para improvisar y rodar todo lo que pretendía (el rodaje empezó el 28 de enero de 1963 y acabó el 23 de abril), Kubrick optó por un planteamiento de producción que empezó en Lolita y no abandonó en el resto de su carrera: no moverse de Inglaterra, donde vivía. Aunque la película se desarrolla en los estados Unidos, Kubrick rodó todo en los estudios Shepperton. La maravillosa sala de guerra fue diseñada por el genial Ken Adam, que venía de rodar Agente 007 contra el Dr. No, y las escenas de tiroteos en el exterior de la base aérea se rodaron colocando carteles de propaganda militar (“La paz en nuestra profesión”) en el exterior de los estudios. Las escenas del bombardero llegando a su destino, fueron rodadas con maquetas y transparencias y son las que más han sufrido el paso de los años. También las que más estancan el ritmo de la película.     

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Otra de las características marcas de autor de Kubrick fue el trabajo con los actores. Les dejaba improvisar, saltarse lo indicado en el guion para hacer una película más genuina. Adoraba a Peter Sellers, que improvisó como nunca lo había hecho (como el famoso “¡Mein Führer! ¡Puedo andar!”) y se llevó muy bien con C. Scott y Hayden, a los que respetaba profundamente. Cómodo en la sátira, no buscó interpretaciones realistas, una decisión creativa que también repitió en sus siguientes películas. Aquí el trabajo histriónico y extremado de Sterling Hayden, George C. Scott y Peter Sellers en poco se diferencia al desperdigue interpretativo de Malcolm McDowell en La naranja mecánica, Jack Nicholson en El resplandor o Vincent D'Onofrio en La chaqueta metálica. Y todos comparten esa demente y arrebatada mirada kubrickiana.

Montar ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú fue largo y Kubrick, una vez más improvisando y saltándose la estructura de su propio guion, se dedicó a mover diferentes secuencias de lugar porque pensaba que la película carecía del ritmo adecuado. Una de las escenas que desapareció en la sala de montaje fue una batalla de tartas en la que los miembros de la sala de guerra se liaban a tartazos en la mesa de bufé. Los que la vieron dijeron que era brillante y rodarla fue un infierno (limpiar el merengue del estudio fue un trabajo durísimo), pero a Kubrick le pareció demasiado física y bufonesca, rompía con el tono sarcástico y contenido de la película. 

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Ya montada, la premier en Nueva York se organizó en el Loew´s Orpheum el 22 de noviembre de 1963, el mismo día que mataron a Kennedy. Horrorizados, en Columbia Pictures sintieron que tras aquel shock para el país el público no estaría de humor para una comedia sobre la Guerra Fría y retrasaron el estreno hasta finales de enero de 1964. Y aunque la temida crítica Pauline Kael desprecio la película, la prensa especializada fue generosa con ella. Dave Kaufman escribió en Variey: “El guion es imaginativo y contiene muchos toques poco convencionales. Algunos de los personajes tienen una brocha gorda en su representación, pero esta es la naturaleza misma de la sátira”.

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La séptima película de Stanley Kubrick ahonda en su gran tema: la incapacidad del individuo de librarse de un poder que está muy por encima de él. Es el caso de los protagonistas de Senderos de gloria, Espartaco, 2001: Una odisea del espacio, La naranja mecánica, El resplandor, La chaqueta metálica y Eyes Wide Shut.
Y a parte de por la envidiable capacidad de Kubrick para crear imágenes icónicas e imperecederas, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú es más actual que nunca porque parece volver la Guerra Fría y cada día es más evidente la sensación de que vivimos en un mundo plagado de personajes tan demenciales y grotescos como los de esta película.